A la asociación de Vecinos de Juan Valera, en el barrio obrero de Llefià (Badalona), se accede desde el número 55 de la calle que le da nombre. Dentro, una barra de bar, cuatro mesas y un mural que imita el Guernica de Picasso decoran el espacio. Siguiendo una rampa, llegas a una pequeña puerta trasera de la asociación, de cristal translúcido, que abre paso a un parque urbano. Un camino de hormigón lleva hasta los columpios, estos de hierro.
Están sobre suelo de cemento, un recorrido escudado por edificios altos, algunos con más de 12 pisos. Con balcones sin sobresalir del edificio, con sus geranios, su ropa tendida y sus parabólicas, y como si de cien ojos que contemplan el espectáculo de la calle se tratasen. La sobriedad y uniformidad de esos bloques con un halo jrushchovkasiano tienen sus galerías cubiertas, algunas, de toldos verdes, la nota de color al ladrillo vista con hormigón de los pisos.
Justo ahí, en unas persianas de la asociación, está el primer mural que creó la asociación Krear-t, un proyecto de chicos del barrio de Llefià que hacen del graffiti una herramienta social con la que expresar cada uno su individualidad para construir algo conjunto, el barrio. Un pez verde con tres ojos, las pupilas de las cuales son tres niños sonrientes que guiñan a su público y, en la persiana siguiente, otros tres niños felices con una pancarta que reza “Benvinguts” (Bienvenidos). 23 de octubre de 2011.
Pese a que el graffiti ha sido considerado sello de vandalismo y marginalidad, Krear-t ha conseguido regenerar la concepción de este arte urbano en su barrio
Lo firman cuatro pequeñas artistas chinas, Xiao Miaio, Xiang, Jing y Dan Dan, que se apuntaron al primer taller de graffiti de Pablo, David y Mireia para representar su llegada al barrio, y así fue como nació el embrión de lo que acabaría siendo Krear-t. Su tapiz es de ladrillo, chapa o cemento, y su pluma esparce pintura con gas. Pese a que el graffiti ha sido considerado sello de vandalismo y marginalidad, Krear-t ha conseguido regenerar la concepción de este arte urbano en su barrio, Llefià (Badalona), con la intención de transformarlo y revertirlo en “terapia social”, como ellos lo denominan, para sus vecinos.
El graffiti como identidad colectiva
Como hacer hogar a nuestra vivienda, los graffitis de Pablo, David y el resto de chicos que hacen piña con Krear-t convierten Llefià en la casa de todos los badaloneses del barrio. Son las emociones y experiencias individuales previas de los chicos las que arden de expresividad en esos murales. Dejan de ser suyas para ser compartidas.
Todo empezó en 2011, con el programa Convivim financiado con el fondo europeo destinado para la integración social de los barrios con menos recursos de la ciudad. “Uno de los proyectos que recogía el programa era potenciar el graffiti y ahí es donde nace Krear-t, dentro de la Asociación de Vecinos de la calle Joan Valera”, recuerda Pep Palau, para entonces técnico del departamento del área de Participación y Seguridad del distrito de Llefià. Mireia Pujol, mediadora y educadora del barrio por el ayuntamiento, fue quien los reunió. “A raíz de la Fiesta de Otoño de Llefià, contacto con una serie de chicos para que participen en la creación de un mural para el barrio. Funcionó tan bien y tuvo tan buena acogida en el barrio que ellos decidieron continuar con alguna cosa más”, recuerda Pujol.
Ese año era el ciclo del agua en la escuela. Les preguntamos si podían dejarnos los dibujos que los niños habían estado haciendo durante el curso y así reflejarlos en el muro
Los chavales comprendían edades entre 12 y 16 años en sus inicios. “Después del taller con Mireia, empezamos a recibir encargos de colegios. El primero fue en Valdiri Reixac”, cuenta David Herrero, unos de sus creadores. La misión fue pintar el colegio con un mural que representase a su alumnado. “Preguntamos si había algún hilo conductor ese año en la escuela. Era el ciclo del agua. Les preguntamos si podían dejarnos los dibujos que los niños habían estado haciendo durante el curso y así reflejarlos en el muro”.
El colegio dejaba de ser un lugar ajeno para ser algo hecho entre todos sus alumnos. Tuvo tal éxito que dos años más tarde volvieron a contactar con ellos para reivindicar un ascensor para niños con diversidad funcional. “Nos llamaron desde el colegio para ver qué podíamos hacer para ayudarles a reunir los recursos necesarios. Involucramos a entidades, comerciantes y mucha gente del barrio. Una vez logrado el ascensor, en vez de una chapa inaugural del ayuntamiento, colgaron una chapa diseñada y pintada por los mismos alumnos que esperaban el ascensor”, recuerda Pablo Álvarez, otro de los propulsores del proyecto.
Lo que quisimos fue potenciar a jóvenes comprometidos con una filosofía de trabajo que iba más allá de pintar cuatro paredes
Por su parte, Palau cuenta que “lo que quisimos fue potenciar a jóvenes comprometidos con una filosofía de trabajo que iba más allá de pintar cuatro paredes”. Pintaban de clandestino en su origen, pero contactaron con ellos para darles un espacio legal y de convivencia con el resto de vecinos. “No buscábamos combatir el graffiti, no era nuestro objetivo”. Se trabajó, así la visibilidad que tenía el barrio en su imaginario sobre qué es el graffiti. “Hemos luchado mucho para transformar el estereotipo del joven de barrio”, explica Pablo Álvarez.
Mientras que las pintadas de los grafiteros anónimos acaban con un chorro de disolvente a presión, con Krear-t hay un orgullo por acumular murales de colores intensos. El gasto para el consistorio de los primeros supone 300.000 euros anuales en limpieza y borrado de graffitis, hasta considerar este arte un ensuciamiento de las paredes de la ciudad. Las multas a los jóvenes que eran cazados podía ascender a 900 euros. Pero con Krear-t pasa todo lo contrario. Lejos de ser una degradación del espacio común, los chicos no temen a la sirena de la policía, ni miedo por ser atrapados con el foco de las linternas en lo oscuro. Aun siendo una entidad independiente ajena al ayuntamiento, hay una relación consensuada por ambas partes. Tan incorporados están los murales de Krear-t en la vida de los badaloneses, que ya nadie los advierte.
El método de trabajo: la participación de todos
El arte del graffiti, como lenguaje callejero, se convierte en gestor de las emociones, de sus gustos y aficiones, es la puesta en práctica de los conocimientos individuales previos para remodelar el espacio urbano en común, entenderlo y adaptarlo a su gente. La experiencia es, así, un aprendizaje. No hay una técnica definida: esa es la singularidad de Krear-t. “Empleamos metodología participativa. Todos participamos dando nuestro enfoque particular. De ahí es como construimos algo conjunto. Y para ello todo es bienvenido”, cuenta Álvarez.
Oriol Abellà tiene 20 años y hace tres que empezó a reunirse y trabajar con Krear-t. “Al principio no veía la acción social, no veía que hiciese ningún cambio. Que solo era pintar y que eso no llevaba muy lejos”, explica Abellà. Y sí lo tiene. “Sé que con el graffiti no voy a cambiar el mundo, pero puedo cambiar mi barrio con un espray contra la pared”, cuenta. Para Álvarez, por su parte, el graffiti modifica el entorno “dotándolo de voz, y hace que tengas un sentimiento de pertenencia con tu barrio”.
Sé que con el graffiti no voy a cambiar el mundo, pero puedo cambiar mi barrio con un espray contra la pared
Todos los que se reúnen esporádicamente para llevar a cabo talleres y acciones de barrio son muy diferentes entre sí. Pablo es psicólogo, David Bravo es informático, David Herrero integrador social, Marc diseñador gráfico. “Pero juntos trabajamos muy bien con muy buenos resultados, todos tenemos unos valores en común”, explica Herrero.
Levantar el barrio
El único de los chicos de Krear-t que no es del barrio es Marc. Sin el aerosol, los ojos azules de Marc serían miopes. “Hay una satisfacción personal cuando pinto”, explica. Todo el mundo del graffiti en Badalona se conoce, aunque no trabajen juntos. “Todos nos fijamos en los graffitis que vemos de los demás y yo me fijé en los de Pablo, porque no eran ególatras”, cuenta. Marc tuvo una infancia dura y hasta entonces canalizó ese odio y rabia contra el sistema “por la vida que me tocó vivir”. Pero cuando conoció a Álvarez y este le propuso a Marc que viniera a ver lo que hacían en Krear-t, Marc vio que podía revertir esas experiencias en algo positivo para él y para los demás. “A las semanas, empezamos a hacer un acción en un centro de acogida CRAE (Centros Residenciales de Acción Educativa). Me quedé sorprendido y entusiasmado al ver los resultados. Dejé de ser un graffitero anónimo, de esconderme, para sentirme orgulloso de pintar graffitis”, confiesa.
Mi tío me decía que cuando fuera feliz dejaría de pintar. Aunque imagino que se refería a ilegal, porque creo que nunca dejaré de pintar
La adrenalina que le producía pintar como anónimo, dice, le llenaba. “Mi tío me decía que cuando fuera feliz dejaría de pintar. Aunque imagino que se refería a ilegal, porque creo que nunca dejaré de pintar. Con krear-t me siento orgulloso de ser graffitero”. Para Marc, el graffiti, el ilegal, “la mayoría lo ve como algo malo y perjudicial”, cuenta. “Es muy diferente poner tu nombre en un tren y ver circular tu obra al día siguiente, sabiendo que podrías perjudicar a Renfe o al ayuntamiento, a ayudar a chavales con problemas que aprendan a canalizar sus emociones negativas en positivas con el spray. El graffiti en sí solo es pintura que sale de un aerosol, pero en realidad no es solo eso. Lo que importa es quién lo utiliza y para qué”, concluye.
“Nuestras historias personales no difieren mucho de las realidades de otros jóvenes de otros lugares”, cuenta Herrero. El graffiti ha sido, pues, capaz de hacer una transformación social en esos jóvenes y en ese barrio. “Muchos de los problemas que vemos en las personas que conocemos son la apatía, la falta de motivación, la vulneración de ser diferente… Y todo eso hace que nos olvidemos de nuestra capacidad de superación y de lucha”, resume Álvarez. “Ves, gracias a la ayuda de los demás, cosas que por ti mismo no eras capaz de concebir. Aprendes que el apoyo es fundamental para crecer en positivo”.
El graffiti se convierte en un grito que rasga la uniformidad del gris cemento impuesto en las fachadas y pigmenta los métodos tradicionales educativos. Para Herrero “ahora paseas por Llefià y te sientes orgulloso de los que ves. Es muy guapo ir por ahí y ver lo que queda, lo que dejo de mí en las calles, ¿sabes?”.