No hay creación artística neutral, no la busquen. No es posible expresar sin salpicar ideario. “Toda obra tiende a la política”, advierte el dibujante Miguel Brieva (Sevilla, 1974). “Cualquier cosa que hacemos a lo largo del día es más política que votar: consumir en una tienda de barrio o en una gran superficie es política. Con el arte pasa igual que con la vida: adopta una posición ideológica naturalmente”. Mira al maestro, Andrés Rábago, El Roto (Madrid, 1947), que le secunda.
Brieva y Rábago son dos hombres analógicos en un mundo digital, una eyaculación de tinta lúcida rayana en la poesía. No son ilustradores, no trabajan para nadie: es la realidad quien les hace los encargos. Están aquí para combatir el hiperrealismo de una era que nos mastica el mundo a base de fotografías. Y lo hacen a fuerza de viñeta sagaz. Con lenguaje lapidario, hondo, escueto. Su hostia la recibimos todos, casi de buena gana. En la sátira no cabe la ternura.
Contra internet
El jueves se reunieron en el museo ABC, en la inauguración del proyecto ‘Escuela errante’ de Fronterad y empezaron dejándose claros como “artesanos del dibujo”. El Roto sueña en folio. “Me pregunto si es lo mismo lo que aparece en pantalla que lo que aparece en papel”, medita, agridulce. “Internet es una fantasmagoría. En las pantallas no hay contexto. No tienen raíces”, a pesar de estar convocados a la cita por una revista digital.
En 140 caracteres no podemos sugerir ni la más mínima visión externa de nosotros mismos
“Yo me reconozco víctima de eso”, defiende Brieva. “Pero el dibujo requiere una maduración. Si renunciamos a los ritmos, a los tiempos, renunciamos a pensar”. El heredero de Rábago cree que nunca podremos “sugerir en 140 caracteres la más mínima visión externa de nosotros mismos”. Y él nos traza justo así, desde fuera, con su ojo de halcón en plano cenital, mientras que El Roto prefiere el teatro de cámara, el personaje, el espacio corto.
Contra la burla
Su trabajo se mueve entre el humor y la rabia, aunque, como diría el filósofo y ensayista José Luis Pardo, maldita sea la gracia. “A mí me gusta la risa”, sostiene Brieva. “Tras la violencia del mensaje, la risa es cómplice de un proceso de pensamiento que acaba en una descarga que alivia la tensión”. El Roto opta por que el público interiorice: “Mi idea es que si se queda dentro, la tensión es más fructífera que si se produce la descarga y ves a dónde te lleva. Yo no soy cómico”.
Rechazo la caricatura que agrede, que busca un enemigo y lo parodia deshumanizándolo
Reniega del humor que es bufonería -“el de los chistes de televisión”- y de la caricatura que ridiculiza para caer en gracia: “Ahí hay una agresión. Busca un enemigo, casi siempre político, al que parodiar, y lo hace deshumanizándolo, degradándolo”, critica. La buena sátira, dicen, tiene siempre una función dignificadora. La buena sátira no monta guerras civiles a la hora del bocadillo ni necesita plantear al Papa derribado por un asteroide.
Contra ARCO
Otra cosa es su cruzada contra el arte contemporáneo. El Roto dice que ha percibido, en los últimos tiempos, que la pintura y la escultura se están desconectando del arte para invadir la sátira. “Vas a ARCO y cada vez hay más elementos satíricos. Eso es triste, porque significa que se han dado cuenta de que por sí mismos no pintan nada y están acaparando terrenos que no les corresponden”, ataca Rábago. “¿Por qué no intentan recuperar el lenguaje elaborado y complejo del arte? La sátira es más simple, más veloz, tiene un público menos selecto. Me resulta ridículo ver cómo montan tal parafernalia de técnica, energía y gasto económico para decir algo tan sencillo y, encima, no alcanzar a tanta gente”.
Tras las vanguardias, se esperó que el arte se fundiera con la vida, pero se ha fundido con el mercado
Miguel Brieva opina que lo que ha pasado es que el arte, después de las vanguardias, no ha sabido cumplir aquello con lo que se fantaseó en la revolución estética. “Se esperó que el arte se fundiera con la vida y se ha fundido con el mercado”, sentencia. “Ahora ARCO quiere robarnos la sátira”, sonríe. Nos estaremos volviendo superficiales, como explica El Roto, estaremos perdiendo dimensión. “El buen arte es de viejos y para viejos; requiere experiencia”, señala. “El actual es espectáculo, es alta decoración… no hay propuestas que nos permitan asomarnos a esos espacios que desconocemos de nosotros mismos”.
Tedio y silencio
Es en eso en lo que ellos, con humildad y sin llamarse artistas, intentan poner su lupa. Tienen dos secretos: uno requiere silencio y el otro, aburrimiento. “Para enfocar las zonas oscuras, lo desagradable, el dibujante necesita absorber luz, y esa luz procede del silencio”, apunta El Roto. “En el silencio las cosas brotan inevitablemente”. Brieva, por su parte, necesita de la “calma chicha que da el tedio”. “Al final uno, en propia defensa, acaba alumbrando algo. Pero ahora la moda es estar todo el rato entretenido, mirando el móvil. No lo entiendo. Es tan agradable verlas venir…”.
Para enfocar lo desagradable, el dibujante necesita absorber luz, y esa luz procede del silencio
Basta escucharles -o seguir sus trazos firmes sazonados de surrealismo- para entender que el dibujo no aspira a dar soluciones, sólo a plantear el problema, que ya es mucho. Rábago y Brieva contra internet, contra las caricaturas crueles, contra la cultura comercial, contra el arte modernito. Se encogen de hombros, nos pasan el muerto. Nos dejan al resto sacando conclusiones. Y se marchan dejando al pie sus firmas llenas de antídotos.
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