Hamburgo, una ciudad hecha a sí misma con carácter marinero
Miguel Aguiló, Director de Política Estratégica del Grupo ACS, dedica su último libro a Hamburgo, la ciudad-puerto hecha por y para comerciantes que se ha convertido en un ejemplo de resiliencia y prosperidad.
Cuando uno prepara un viaje a Alemania, la efervescencia turística de Múnich o el jovial atractivo de Berlín pueden copar buena parte del tiempo que dispongamos para el viaje. Más discreta, a cierta distancia de ese eje de la popularidad, la ciudad ‘Libre y Hanseática de Hamburgo’ también tiene mucho que ofrecer aunque permanezca relativamente ajena a ese polo de atracción para los turistas. Por ejemplo, esa peculiar simbiosis con su puerto que modela su arquitectura y su urbanismo, un reflejo de la libertad de quien se gobierna a sí misma durante siglos.
Tal privilegio se palpa en sus calles y en sus canales, en sus piedras y en su puerto aún hoy e incluso, atendiendo a sus planes de futuro, también al mañana. Este empoderamiento de los comerciantes de la ciudad desde su fundación, gracias al tráfico de mercancías de todo el mundo navegable, es uno de los argumentos, sino el principal, que explican por qué esta urbe, la segunda en población del país y la primera alemana en PIB, protagoniza el último libro de la serie de ciudades publicados por ACS y cuya alma es Miguel Aguiló (Madrid, 1945), su Director de Política Estratégica.
Ese carácter forma parte de “la gracia” que tiene la ciudad, según Aguiló, ya que lo que Hamburgo presenta frente a otras ciudades de índole más o menos similar es “un bien muy preciado y muy raro: el de ser una ciudad que nunca ha dependido ni de príncipes, ni de obispos, ni de militares: siempre ha sido gobernada por su propia gente”, explica. Y esta independencia alcanza no solo a un desarrollo más o menos lineal a lo largo de su historia sino a la coherencia que ha impuesto en todas las ocasiones en las que la ciudad hubo de levantarse tras las “calamidades” y los “muchos percances y problemas que ha sufrido, tras los cuales siempre se ha rehecho de acuerdo con lo que la imagen que los ciudadanos querían tener de ellos mismos”, resume Aguiló.
Una ciudad hecha por y para comerciantes
Pero entre estos ciudadanos, sobresalen los comerciantes. Y es que Hamburgo es, ante todo, una ciudad con puerto… ¿o un puerto con ciudad? ¿O las dos, tal vez, unidas, indisolubles e indistinguibles, precisamente porque esta vis comercial de sus ciudadanos más ilustres han querido mantener intacta siempre? El libro de Aguiló se titula precisamente así, La construcción del puerto y la ciudad de Hamburgo, y ya en la primera línea de la obra se hace la misma pregunta: ¿qué fue antes, el puerto o la ciudad? Responderla es uno de los objetivos de las páginas que siguen pero, como aproximación, una pista: “Son partícipes de la misma esencia porque sin el puerto no se puede entender Hamburgo y sin Hamburgo no se entiende el puerto, ambas partes configuran a la otra”, explica Miguel Aguiló. “Es una ciudad realmente excepcional en ese sentido, hay pocas que hayan tenido esa vocación indestructible a lo largo de la historia”.
Una vocación marinera, por concretar. Es un matiz importante y puede que inesperado dada la situación geográfica de Hamburgo, a orillas del río Elba pero a 130 kilómetros del mar. Es una circunstancia que, si bien le ha servido para conectarse por la red fluvial con otras ciudades del interior de Europa, ampliando su hegemonía comercial durante décadas, su máxima prioridad ha sido siempre la de abrirse a ultramar: “A mi entender” explica Aguiló, “lo que es verdaderamente importante para Hamburgo es lo que trae de todo el mundo a Europa, es decir, la información en términos de oferta y de demanda, de posibilidades, de negocios, de movimiento de gente, de trabajo, de ideas… todo eso es más importante para definir la ciudad que lo que Hamburgo podía obtener del resto del continente”.
Bajo esta premisa, es obvio que la identificación de la urbe con su puerto es clave. Y si bien no es única en Europa, sí presenta rasgos peculiares que la alejan de otras potencias portuarias como Rotterdam (el mayor puerto europeo), Marsella o Génova. A diferencia de estos lugares, especialmente de la ciudad holandesa, el tejido urbano en Hamburgo, sus edificios y su rutina es el puerto casi en sí mismo, van totalmente “hermanadas”: “Mientras en otras se ha producido una cierta desconexión entre ambas facetas, en Hamburgo esa parte pasa por delante de tus ojos todos los días, te das cuenta nada más llegar de que son los marinos los que mandan, pero los marinos comerciantes; aquí lo que hay es el mar como medio para hacer comercio”.
Sobreponerse a las “calamidades”
Esta faceta ha permanecido inalterable desde hace siglos pese a que la ciudad tiene tras de sí varios episodios que han comprometido su posición. Algunas han sido comunes a otros puntos de Europa, como incendios, epidemias de peste o cólera, o los bombardeos, aunque en este caso es cierto que los aliados se cebaron especialmente con la ciudad durante la II Guerra Mundial al ser “objeto de una política especial de destrucción”. El puerto, en estos casos, supuso una suerte de talón de Aquiles porque, como se lee en el libro, “nunca fue la causa o el origen de estas grandes dificultades, pero su peso o importancia para la ciudad devino en aumento de la devastación ocurrida o añadió factores agravantes”.
Esta teoría sumó un nuevo episodio cuando Hamburgo aún ponía a prueba su capacidad de recuperación tras la guerra. Fue con las inundaciones de 1962, una rareza climática que, como si fuera un tsunami, empujó el agua desde el Mar del Norte hacia el interior, a través del Elba, generando una destrucción que dejó decenas de víctimas y cuantiosos daños materiales. Sin embargo, las autoridades de la ciudad tomaron nota: “No puedes hacer una ciudad antibombardeos pero, para las inundaciones, la ciudad tomó dos tipos de medidas: colocar compuertas estratégicamente, por un lado, y elevar el nivel en determinadas zonas, por otro, estableciendo una protección de entre siete y nueve metros de altura y un juego de rampas de manera que, si se inunda la ciudad, sigue siendo utilizable”.
No obstante, Miguel Aguiló habla en su obra de otro hito que, como los anteriores, pudo marcar definitivamente el devenir de la ciudad y su íntima relación con el puerto: ‘La revolución de los contenedores’. Se trata del momento en el que los cargamentos de los barcos abandonan los sacos, los toneles y los elementos de transporte más reducidos y tradicionales en favor de los grandes contenedores. Este cambio no es menor, ya que hizo inservibles buena parte de las infraestructuras de los puertos, que se vieron obligados a replantear sus instalaciones o incluso a clausurarlas.
“En Londres, por ejemplo, rellenaron las antiguas dársenas e hicieron encima bloques de oficinas o viviendas, de modo que lo queda del puerto es testimonial. En Hamburgo ninguna reconstrucción ni recuperación ha tocado un solo metro cuadrado del borde: sigue estando donde estaba, el borde del agua es intocable y las dársenas siguen teniendo su forma. No caben los barcos pero han conseguido que la vida siga fluyendo”. Y ¿cómo lo han conseguido? “La clave”, señala el Director de Política Estratégica del Grupo ACS, “es que se han llevado la cultura allí”.
Hafencity, la nueva-vieja Hamburgo
El movimiento ha generado un enorme interés en toda esa zona, con lugares emblemáticos como la Elbphilharmonie (Filarmónica del Elba), en cuya construcción (finalizada en 2017) participó ACS a través de su filial alemana Hochtief. Este edificio, pese a su singularidad, es el mejor ejemplo para ejemplificar qué se está haciendo en esta zona porque, como apunta Miguel Aguiló, “no se trata de que haya un edificio que tenga un buen escenario, como ocurre en Sydney con su ópera, sino que forma parte del proyecto global de toda la ciudad”.
Y es que, como señala Aguiló, buena parte de las construcciones más singulares del pasado y de la actualidad siguen esta línea de asomarse al Elba y a sus canales y antiguas dársenas. O, al menos, de reflejar el poder en la ciudad de las principales familias, siempre relacionadas con el entorno comercial o marino: “Fíjate en que todos los sitios interesantes de Hamburgo han sido construidos por navieros, los principales prohombres de la ciudad […] Aquí no hay palacios y la catedral no es especialmente importante pero cada familia ilustre ha dejado algo, un regalo para la historia”. Ejemplos de esta realidad son la Afrikahaus (1899) o la ChileHaus (1924), dos de los hitos arquitectónicos que ejercieron igualmente el papel de generar “un ambiente apto para fomentar el arte” en su momento, tal vez en sus años de mayor esplendor.
Hoy, el futuro pasa por articular nuevos espacios culturales en ese entorno y ampliar esa filosofía a Hafencity, “el proyecto emblema de crecimiento de la ciudad”, un horizonte que “significa el progreso de la ciudad en sintonía total con el puerto y aprovechando todo lo que el puerto ofrece y que incluye no solo instalaciones portuarias sino de todo, teatros, cines, salas culturales…”. En definitiva, una ciudad nueva que toma lo mejor de la vieja pero que será “mil veces más vivible” y que es “coherente, bien planificada y pensando en que tiene que ser mejor vivir allí que en cualquier otro sitio”.
Escribir (y fotografiar) en tiempos de pandemia
Este de Hamburgo es la última entrega de la serie de libros que ACS dedica a la ingeniería, arquitectura y vida, en general, en ciudades singulares a lo largo del mundo. Elaborados por Miguel Aguiló, la colección regresa a Europa y lo hace, precisamente, en un tiempo marcado por las peculiares condiciones que la pandemia de Covid-19 ha impuesto en nuestra sociedad. Uno de los ámbitos que se han visto más afectados es el del turismo y la movilidad, algo que también ha influido en la elaboración de La construcción del puerto y ciudad de Hamburgo.
“Ha sido diferente”, explica el autor, “porque como no se podía viajar, he tenido más tiempo para escribir. El tiempo que en otras ciudades lo utilizaba en sacar más fotos lo he utilizado aquí para componer un discurso más compacto, y eso se nota. Además, he podido escribir sabiendo qué imágenes van a tener al lado. Nunca lo había hecho así y es un ejercicio de disciplina pero te das cuenta de que gana mucho porque fotos y textos te hablan simultáneamente”, cuenta. “Tiene su dificultad pero bueno, hay que amoldarse a lo que se puede, ¿no?”.