Ensayo, de Nueva Vulcano, es, sin paños calientes, uno de los discos del año: merienda de aquí, que vienen inteligentísimos sarcasmos, imágenes poderosas, estribillos como una expiación, una torta o una ceja levantada. Hay en este trabajo un descreimiento muy espeso del mundo moderno, un volumen muy alto a la hora de expresar el descontento y una coña subterránea hacia nuestras nuevas gilipolleces, hacia nuestras superficialidades de pusilánimes, de señores llorones y soberbios -todo a la vez, cada vez más-, pero, oye, una cosa: sin moralinas. No vienen a darnos la chapa, no nos comen la oreja, no tienen soluciones: sólo un dedo larguísimo que señala la grieta que no veíamos en nuestra pared y que nos iba a tirar el chiringo.
No se las dan de listos, Artur Estrada, Wences Aparicio y Albert Guàrdia, aunque lo son en cada verso: les agradecemos la mala leche -nos hace falta, nos estábamos aletargando-, y les agradecemos la ternura -para no volvernos del todo cínicos-. Todo nos viene bien en este mundo raro. Al final, Ensayo es un disco que no tenían prisa en sacar -nunca la tienen, se prodigan poco, pero cuando lo tiran, lo clavan- y que se ha hecho a fuerza de reunirse a comer pizzas, a tocar y a masticar vídeos de los viejos ídolos el fin de semana que se podía. Albert, el batera, vive en Madrid, y el resto de la banda en Barcelona.
“Quedábamos y hacíamos oficinismo del rock, ocho horas al día”, cuenta Artur al teléfono. “Por eso el disco se ha acabado titulando así, para resaltar esta manera de hacer, eso de que quieres hacer un disco con tus amigos, quieres que os vaya a los tres bien y que para eso tienes que esperar… pues esperamos”. Honran a The Jam, a El Último de la Fila, a Big Thief, a Hot Snakes, a King Krule, a The Cure, a AC/DC o a Jawbreaker. Diez fines de semana de aquelarre musical entre febrero de 2019 y enero de 2020, labrando las cancioncitas en un sótano.
Fuera el amor, viva la tribu
Ya no hablan tanto de amor: venimos quemados de esa vaina. “Quizá es porque se está denostando el amor romántico, del que hemos sido víctimas”, ríe Artur. “Con el tiempo descubres que hay letras que podrían hablar de amistad, pero todo lo hemos leído en clave de amor”. Este es un disco de amigos, no sabe el músico si por “la necesidad como de un reagrupamiento que se enfrente a la individualidad imperante, o a la sensación de que estamos excluidos de la sociedad”.
“Quizá estamos desarrollando la necesidad ésta de empezar de cero, de volver al rollo tribu. En La pedra oscilant hay algo de eso, de volver al rito, de volver a las primeras fiestas”, comenta. “Soy un poco lento en analizar las cosas, por eso me gusta escribir, porque le doy una segunda oportunidad a la cosa vivida”.
El disco arranca con un temazo bautizado como El Eucalipto, donde Artur adelanta que no habrá pornografía emocional y nos viene a decir que se esconderá en la metáfora, como una declaración de intenciones global: “No sabréis por lo que he pasado / igual que yo nunca sabré lo que te pasó a ti o a aquel / supongo que ahora tendría que hablar de ello / quizá mejor fíjate en el eucalipto”. Y estalla: “Se levanta frondoso y rápido / de aceite esencial / le da igual estar desubicado / se extiende más allá / más allá de un sobreático, ¡qué valor ornamental!”.
No sabemos si el eucalipto es él mismo o la causa de sus males: puede que todo a la vez. “Han sido unos años un poco jodidos, yo diría que nos han pasado muchas cosas a los tres. El otro día nos entrevistaban en la radio y yo veía eso que tú dices, como que me daba cosa hablar de demostraciones de afecto”, sostiene. “Creo que esta canción es un aviso de eso, de que no voy a rayar a nadie con lo mío. El eucalipto, yo qué sé: al final tiene muchos detractores, es una especie invasora. Se quema muy rápido. Se utilizó mucho para repoblar España y se carga a las especies autóctonas. La controversia del eucalipto llega al indie”, ironiza.
Pero vaya guantazo al final de la misma canción, cuando canta: “Dicen que es como el Estado / que chupa y se lo lleva todo”. No hay más preguntas, señoría. En Disney y resaca padre hablan de los esfuerzos por seguir molando a partir del segundo vástago: “Pretendemos seguir siendo muy guays y muy indies siendo padres incluso, y tía, ahí ves que Disney es el puro mainstream, más grande que la NBA, y que el efecto que tiene en los chavales es muy heavy. Uno qué sabía, ¿no? Eres inocente y te metes en unas cosas… el domingo es eso, disney y resacón”.
Especial mención a las madres de la banda, que les ayudan con los críos y con la comida en los tiempos de grabación. “A la mía la tengo engañada, es muy fan del grupo. Es que no somos ricos y agradecemos mucho la ayuda de los que queremos para que podamos hacer el artista de vez en cuando”.
-Oye, ¿por qué crees que la palabra ‘indie’ ha pasado a ser casi un insulto, cuando en sus comienzos era algo bueno? Pasa un poco como con “moderno”, ¿no?
-Pues sí, es verdad, aunque a nosotros nos viene un poco de nuevo. Venimos del indie rock norteamericano… y a los festivales no hace tanto que vamos. Pasa también con “punki”, ¿no? “El punk este”. Y con “gafapasta”. Pues sí. Yo todos me los aplico a mí mismo y superado (ríe).
Contra el loco mercado
El algoritmo erró es la más política del disco. “No voy a comprar nada de lo que vendes”, enuncian. “Si, es por todo esto de que te llaman, te interceptan por la calle, te persiguen casi… y joder, tú sabes que no es culpa de ellos, de los que lo hacen, sino que es fruto de arriba, fruto de esta precariedad tan bestia que contagia a todos los aspectos de la vida. Y toda esta robotización de la vida”, resopla.
“Mira, yo es que ya no puedo comprar más cosas, no es que no quiera. Te compras unas zapas por internet y te mandan todos los días diez, te sientes hasta culpable por no tener dinero, por no participar del gran circo. Estás aquí currando para pagarte el alquiler, sólo es que un día te tiraste un poco el rollo pillando dos billetes de avión para Palermo, pero que se enteren ya de que no voy a comprar ninguno más. Ya me gustaría a mí haber triunfado y tener facilidades económicas para irme de viaje cada vez que estos me mandan un mail”.
Dice Artur que su sueño se basa en “una supervivencia digna entre la precariedad", en la sensación de “ir tirando, de intentar ayudar en lo que puedas a la gente o colectivos que lo necesiten” y en tomarse “un vinito a la tarde noche”. Que están hasta las pelotas se nota en las canciones: hay como un hartazgo de la ciudad, de sus ruidos, de sus rotondas y sus violencias. Como un deseo de ver crecer “los naranjos y las mimosas después”. Luego Artur se ríe de eso, porque cuenta que sólo se sabe el nombre de dos árboles. Qué sabe uno. Sólo quiere escapar. “Hay algunas imágenes mitificadas de fuera de la ciudad, un poco de manera gratuita”, se cachondea.
Mala baba y esoterismo
La mejor mala baba del disco está en Mercurio Retrógrado, que ironiza a lo loco sobre nuestros esoterismos, nuestras estrellitas, nuestras búsquedas de explicaciones mágicas al orden repugnante del mundo: “Alucino con cuánta gente ahora habla de los ciclos lunares y del zodíaco (…) incluso del karma, no del bar, de la discoteca, sino del karma, karma, quizá para dar explicación a las cosas de la tierra porque aquí, en la gran ciudad, todo es muy difícil de explicar, y esto puede ser una manera aparentemente elegante y educada de desistir”, dice la intro. El estribillo directamente te escupe en la cara: “Atendería si no tuviera algo que hacer”.
A este respecto, dice Artur que “hostia, esto está muy presente, que Mercurio Retrógrado es cada nada, ¿eh?”: “Es una cosa muy cotidiana. Tampoco… no sé, al final me lo ha contado gente muy cercana y a la que quiero y respeto mucho, que dices tú: joder, primero me río, pero luego otra vez el tema… a ver si va a ser importante, ¿no? Un poco de rabia lo de no manejar lo de las estrellas”.
-Vamos con la última del disco, Ensayo sobre la decepción, que recuerda a aquello de Fernán Gómez peleándose con un fan al grito de “¡váyase usted a la mierda!”, y, lo mejor, el “¡no necesito su admiración!”.
-La canción va del típico amigo que te aguanta bastante, ¿sabes? Una de esas personas muy rectas, o que ellos piensan que lo son, y tú dices “tarde o temprano le voy a decepcionar, porque yo no soy así, tengo muchas contradicciones, algún día haré algo y se enfadará”. Luego otra amiga me decía que si no somos contradictorios, somos psicópatas. Pues no sé. No sabemos bien lo que es que nos admiren, no lidiamos con eso. Ya me gustaría a mí tener ese problema.