Carmen Iglesias: historiadora, profesora y académica, experta en el siglo XVIII. Es miembro de la Real Academia de la Historia desde 1991, institución que dirige desde 2014: fue la primera mujer en ocupar este cargo, trascendiendo el papel de “historiadora” para volverse también “histórica”. También es miembro de la Real Academia Española desde el año 2000 ocupando el sillón E. Fue tutora de la infanta Cristina y preceptora de Felipe VI.

En estos días de confinamiento, Iglesias cuenta que ha “pactado con la realidad” y que ya estaba acostumbrada a pasar tiempo consigo misma. Le gusta escuchar la radio: la apaga para iniciar esta conversación. Dice que nuestra tradición occidental, desde los griegos, pertenece a la cultura del “pesimismo antropológico” -es decir, a la idea de que todo es efímero y de que el ser humano es capaz de lo mejor y lo peor”- pero a la vez gozamos de cierto optimismo existencial que está basado en el “optimismo cognoscitivo”: “El conocimiento nos ayuda, de alguna manera, a controlar nuestras vidas”, apunta. Charlamos con ella sobre los tentáculos del Covid-19: ética, libertad, cultura y enseñanzas de la historia para afrontar esta crisis.

¿Qué ha aprendido de usted misma en este encierro? ¿Y de los demás -del ser humano, en sentido profundo-?

De mí misma no sé qué decirte. Es una situación inesperada, pero he interiorizado que la vida y la historia siempre nos sorprenden. Estoy adaptada a lo que en este momento hay que hacer. De los demás… el ser humano siempre me ha llamado la atención, hice mi tesis sobre ello, sobre la naturaleza o condición humana, capaz de lo mejor y lo peor. Ahora lo estamos viendo. Lo mejor es el altruismo, el sacrificio, la disciplina social. Todos metidos en nuestras casas salvo excepciones muy pequeñas. Es ejemplar. Lo peor… es el miedo que en un momento dado cundió entre parte de la población y el mal ejemplo que nos está dando gente que debería ser ejemplar.

¿Cuál es el pensamiento más extraño que la ha asaltado estos días?

La situación en sí es tan extraña… quizá han venido en sueños que he tenido. Siempre he soñado mucho en mi vida y he tenido sueños muy diferentes, pero pensamientos… estoy tan centrada en la realidad que vivimos y que es absolutamente excepcional… Al mismo tiempo sigo con una rutina, digamos, en el mejor sentido de la palabra. En las dos Academias, la de la Historia y la Española de la Lengua, estamos todos en contacto y mantenemos el teletrabajo.

Siempre he creído que hay que pactar con la realidad, en el sentido que decía el gran novelista japonés Ishiguro siguiendo a los estoicos, reconocer lo que depende de nosotros mismos y lo que no, “no confundir la voluntad con la omnipotencia infantil” a la que hay que renunciar, y saber pactar con tus fracasos, con tus errores, sin caer en la mansedumbre y la conformidad. La gente que no pacta y se empeña, por deseo, por resentimiento o por pasiones -que siempre afloran- se equivoca realmente.

¿Qué es el mundo interior, cómo se cultiva? ¿Realmente puede la cultura salvarnos de algo?

Me temo que salvar, no salva, pero que nos hace, ¿cómo decir…? Más comprensivos con la realidad. Nos abre horizontes, nos consuela. Nos podemos proyectar en lo que sabemos de la historia, de la literatura. Eso es indispensable. El mundo interior y el exterior van unidos. No creo en la separación de cuerpo y mente, soy una gran lectora y aficionada a las ciencias cognitivas y me entusiasma lo que vamos descubriendo de nosotros mismos, que confirma lo que nos decían ya los clásicos, desde los griegos. Es mucha la complejidad de la vida y, de nuevo, hemos de pactar con la realidad.

La idea de todo esto es que tú tienes una capacidad siempre de elegir, aunque sea pequeña, a veces “somos empujados hacia un lado u otro…. la vida urge”, pero podemos elegir cómo convivir con nosotros mismos, elegir qué tipo de persona queremos ser, una especie de “determinismo a nosotros mismos”. Es un proceso que haces en la vida en el que no hay ganancias absolutas y en el que no se puede tener todo. Recordando a Emma Bonino que se reconocía a sí misma como una rebelde que pacta con la realidad. O lo que escribió Coetzee que “en la lucha por la vida, la última recompensa no es la felicidad sino el crecimiento personal”.

¿Qué cree que puede enseñarnos la historia acerca de esta crisis?

La historia nos muestra siempre que vivimos entre el azar y la necesidad. Y, más allá de eso, la acción que nosotros podemos llevar a cabo. La historia nos enseña que todo es efímero, que todo pasa, y que la vida y la historia siempre te sorprenden. Cuando veo a gente tan segura diciendo que sabe lo que va a pasar… me llama la atención. Las variables del ser humano y de la interrelación que tenemos los unos con los otros son muy complejas y ocurren cosas que no podemos prever. A la vez, ese azar es lo que nos da un margen de libertad. Nada está predeterminado.

“Para los desgraciados, todos los días son martes”, cantaban las Vainica Doble. ¿Cómo cree que afectará esta situación a nuestra concepción del tiempo, del trabajo y del placer?

¡Vainica Doble! Tengo sus discos, de siempre. Eran divertidas, eran gente muy especial. Lo de los martes es curioso, porque generalmente, en la tradición histórica, lo malo eran los lunes. Los tejedores ingleses del siglo XVII ya lo decían: “ojalá desaparecieran, debería ser fiesta, San lunes”… Es muy significativo. Aparte de esta broma, yo siempre digo que soy historiadora y no futuróloga, por eso no hago proyecciones. Lo que sí nos enseña la historia es que siempre que ha habido una situación excepcional hay cambios.

La peste de 1348 en Europa lo cambió absolutamente todo: de esa crisis tenemos crónicas y estudios muy buenos, y vimos, de nuevo, cómo salía lo mejor y lo peor. Se vieron médicos y personas comunes que se sacrificaban en el mejor de los sentidos, en el sentido solidario, igual que ahora; y también estaban los que salían corriendo y no querían saber nada. Eran capaces de actuar incluso contra la humanidad. Hemos vivido en la segunda mitad del siglo XX y el comienzo del XXI una cierta estela de bienestar y eso, naturalmente, va a cambiar. De forma acelerada. Personal y colectivamente.

Esta crisis, ¿le ha vuelto más humanista o más misántropa?

Yo nunca he sido misántropa. La gente me gusta, aunque naturalmente sea selectiva. Siempre humanista.

Decía Blaise Pascal: “Todos los males derivan de una sola causa: nuestra incapacidad de quedarnos quietos en una habitación”. ¿Está de acuerdo?

Desde luego, en parte, pero no del todo. Es un jansenista, un puritano en eso, pero efectivamente hay que combinar nuestra condición de seres sociales con ese saber estar en soledad, que nos vertebra, incluso nos satisface, porque se necesita cierta quietud para concentrarse. Es difícil quedarse quieto en una habitación si no se tiene cierta experiencia en ello: puede llevar a fantasmas. A fantasmagorías.

De nuevo, la complejidad del ser humano: hay que desterrar ya esa fotografía en blanco y negro, de “buenos” y “malos” de nosotros y de los otros que tanto daño nos hace. Se puede combinar la lucidez propia con la empatía hacia los demás.

¿Cree que los ciudadanos españoles han mostrado responsabilidad individual? ¿Qué valor le da a ésta?

Es básica. El pensamiento de grupo siempre me ha parecido peligrosísimo porque tiende al linchamiento, al ataque, a veces, de gente indefensa. Esas conductas se hacen siempre en grupo. De persona a persona es algo mucho más difícil. Las ciencias cognitivas nos enseñan que en el grupo hay una pulsión de imitación, de manada, de tribu, de no quedarse fuera. Por tanto, la responsabilidad individual es absolutamente la base de nuestro desarrollo personal y social.

Las personas, entre nosotras, nos podemos exigir lealtad, pero los grupos exigen fidelidad en el peor de los sentidos: exigen sumisión. Yo siempre he desconfiado en ese sentido de los grupos, sean políticos, religiosos o familiares… El rebaño da calorcito y seguridad, pero también inyecta sectarismo. Yo aprendí pronto de mis maestros maravillosos que las ideologías son relativas y que la calidad moral de cada persona es absoluta.

¿Qué idea tiene ahora mismo de la libertad? ¿En qué se canjea?

Ahora mismo se han recortado derechos fundamentales del ser humano, aunque sea necesario en este momento para salir adelante. Si me permites una cita que me encanta de alguien que creía en la libertad para él y no tanto para los demás, Rousseau decía algo así como que la libertad “es un alimento de buen jugo y de fuerte digestión. Se necesitan estómagos bien sanos para soportarla”. Implica responsabilidad individual. Que se sepa que la libertad llega hasta un límite en el que no tienes que hacer daño a los demás: esa libertad negativa que nos enseñaba Popper o Isaiah Berlin.

Es absolutamente básica: la libertad es de las principales pulsiones del ser humano en cualquier época. Solamente es vencida o pierde ante otra pulsión igualmente fuerte que es la seguridad. Ahí vemos la historia del totalitarismo, aprovechándose de ello para destruir la libertad individual. Esa idea es importante: la libertad también es una experiencia personal, algo que se hace en la vida. No es algo abstracto. Creo que era Camus quien decía que había aprendido la libertad por sí mismo, no en los libros, sino en la experiencia, a menudo dura, de la vida. Y es verdad: te vas haciendo tu libertad y tu independencia. No hay ganancias absolutas, ni en la historia ni en la vida. Aprendes a elegir.

La renuncia.

Sí, pero renuncias de forma natural. Eliges un camino. Es bonito. Es fundamental.

¿Qué lectura política y económica hace de esta crisis? ¿Qué cree que sucederá? ¿Cómo valora la gestión de Sánchez?

Nos hemos retrasado demasiado. Es una percepción real que todo el mundo tiene. En enero, cuando se empezó a saber, no le dimos importancia, y ahora efectivamente estamos en un pico muy difícil. Lo que más me tranquilizaría sería un Gobierno de concentración con el que remar todos en la misma dirección. Esto de que dentro del Gobierno haya un sector que al mismo tiempo hace de oposición a la propia cúpula del Estado, un sector contra la arquitectura de Estado, la Constitución del 78 y la monarquía parlamentaria, me parece absolutamente rechazable.

Se refiere a Podemos, entiendo.

Sí.

¿Reforzará esta crisis nuestra idea de colectividad? ¿Empezará a estar mejor vista la palabra “España”?

Hay un problema serio de educación, desde el principio de la democracia. La democracia es una tela de Penélope que hay que estar cuidando siempre. La Transición fue realmente un éxito y quizá por eso, al iniciar la andadura de la democracia, se debió pensar que esto funcionaba solo. Pero no. No funciona solo. Han cometido fallos, unos y otros, graves en el sistema educativo. Hay fragmentación y falta de control. Es un problema que las generaciones jóvenes no conozcan nada de nuestra historia más que los adjetivos que se les lanzan. “Infeliz España”… oiga usted, compare las historias de todos los países. Tuvimos épocas de gran esplendor. La historia del mundo no se puede contar sin la historia de España, sin la historia del mundo hispano. Sin la monarquía hispánica, sin la América hispánica y la España de aquellos siglos.

Hay que conocer la historia de los países. Francia y sus guerras civiles constantes, sus luchas religiosas, sus masacres a los contrarios. Alemania, Polonia, Inglaterra.. aunque los anglosajones sean habilísimos para el relato. Ahora nos ha asaltado una realidad material, un virus, una pandemia, que nos hace volver a una vulnerabilidad que creíamos superada, con esa pretensión nuestra de creer que podemos con todo… bueno, bien: podemos con las cosas pero todos unidos y paso a paso. No con la prepotencia de algunos ni con ciertas maneras mentirosas de contar las cosas. Hace falta pensar en la educación. Ahí está el nacionalismo con sus mentiras.

Una canción, una película y un libro para resistir en cuarentena.

La primera canción que se me ha venido a la mente cuando me lo has dicho ha sido Gracias a la vida, de Violeta Parra. La recuerdo con emoción. ¿Película? una obra maestra que justo en este momento han recuperado algunas televisiones: La noche del cazador, la única película que dirigió Charles Laughton. La historia de unos niños, una historia de miedo… y esperanzadora al mismo tiempo, una historia que recoge todas las pasiones humanas. El fanático que piensa que sabe dónde está lo bueno y lo malo, la persona que se dedica a ayudar a los demás… los niños, en realidad, podemos ser nosotros en la situación crítica que atravesamos.

Otra clásica que me gusta mucho es M, el vampiro de Düsseldorf, de Fritz Lang. Habla de la unión de una población para detener a un asesino de niños, pero bien podríamos cambiarlo por un virus que nos asesina. Y en cuanto a libros… diría que la cuarentena es un buen momento para releer Los Episodios de Galdós. La primera parte de los episodios es la mejor, en mi opinión. Recuperar a un Proust, En busca del tiempo perdido, a un Thomas Mann, La montaña mágica… o José y sus hermanos. Son grandes obras para este momento y, desde luego, siempre los clásicos antiguos y modernos.