Pocos autores españoles, así en genérico, englobando hombres y mujeres, ostentan un palmarés literario tan abultado como el de Carme Riera (Palma de Mallorca, 1948). La novelista celebra este año el veinticinco aniversario de una de sus obras cabeceras, En el último azul (Alfaguara), escrita en catalán y premiada con un Nacional de Narrativa que tanta polémica ha suscitado en esta edición. Como académica, Riera participa estos días en Sevilla en el XVI Congreso de la ASALE, y se revela en una ligera voz discordante dentro del seno de la RAE al apostar por convertir al español en una lengua más feminista.
¿Cuál es la gran amenaza a la que se enfrenta la lengua española hoy en día?
La lengua española en su uso crece, pero tenemos realmente un contrincante enorme que es el inglés. Y deberíamos también llegar a dominar la tecnología. Si eso ocurriera, seríamos lingüísticamente poderosísimos, porque toda la terminología de internet está en inglés, en los aviones te hablan en inglés… Muchos de los mensajes de Vueling, que es la compañía que uso normalmente, están única y exclusivamente inglés, por delante del castellano. Una aerolínea que tiene su base en Barcelona. Me parece escandaloso. Un día le pregunté a un piloto: “¿Usted se imagina que una compañía que opera en Francia hablara inglés primero que francés?”. No sé por qué lo consentimos. El reto más importante es ese: que seamos una lengua que sirva para la tecnología.
Las empresas tecnológicas tienen un papel relevante en este Congreso con el lanzamiento del proyecto LEIA, pero a su vez la tecnología está devaluando el lenguaje… Solo hace falta ver cómo hablamos por WhatsApp.
Es positivo que la tecnología se use también en español —en vez de email muchas veces decimos mensaje—. En eso hemos ganado una batalla, pero también es verdad que la rapidez que implica la tecnología hace que los maravillosos matices del idioma no puedan utilizarse. A veces me imagino a Delibes poniendo un WhatsApp. Estaría un poco perplejo… y además están los emoticonos, que son otro peligro terrible. Yo no los uso porque me molestan muchísimo.
Usted es docente en la Universidad Autónoma de Barcelona, ha escrito en catalán y castellano… Pero en Cataluña la situación política está afectando al uso del español. Desde dentro, ¿qué diagnóstico haría? ¿Está preocupada?
Claro, me preocupa muchísimo lo que está sucediendo en Cataluña, las barricadas y los incendios, incluso más que el desuso que se pueda hacer del español. En la UAB en ese sentido no hay ningún problema, se usan las dos lenguas y además con total normalidad, como siempre. No entiendo por qué Cataluña quiere renunciar a un idioma que también le pertenece. Además que para comunicarse con el exterior, para ir a América, no tendrá más remedio que usar el castellano.
La Asamblea por una Escuela Bilingüe en Cataluña ha remitido a este Congreso una serie de documentos que ponen de relieve la discriminación del español en el ámbito educativo. ¿Qué podría hacer la ASALE?
No lo he visto, pero habría que adoptar la postura del sentido común, que es la que siempre triunfa. Creo que la lengua vehicular en Cataluña para la enseñanza tiene que ser el catalán, porque si no se apoya en Cataluña, ¿quién lo va a hacer? El otro elemento extraordinario de riqueza es la lengua española, que insisto: si no son tontos los catalanes, es también suya. Es absurdo renunciar a ella. En las escuelas se tienen que enseñar las dos lenguas, más el inglés e incluso el francés. Lo racional es lo que tiene que imperar.
¿La coyuntura política provoca que asociemos el catalán al separatismo?
Ese es el error. Estuve en Roma hace poco en uno de los institutos en los que se enseña español y los chicos me preguntaron, con mucha rabia porque habían sido adoctrinados por los independentistas: “Usted escribe en catalán, ¿cómo no es independentista?”. Y yo dije: “Solo faltaría que los independentistas tuvieran el monopolio de mi lengua”. Es absurdo. Pero sí que se asocia catalán con independentismo cuando hay muchas personas que aman Cataluña, aman el catalán, que no son independentistas, como yo misma.
De hecho, En el último azul, que cumple 25 años, lo escribió en catalán y le concedieron el Premio Nacional de Narrativa. Hace unos días se lo dieron a Cristina Morales, pero se ha hablado más de sus incendiarias declaraciones que de ser la octava mujer en ganarlo desde 1949.
No comparto en absoluto esas declaraciones. Tenemos libertad de expresión, por tanto esa señora puede decir lo que le parezca. Me parecen una aberración, sinceramente, pero ella sabrá por qué lo hace. No he leído el libro, no la conozco como escritora, no estaba en el jurado y por tanto no puedo opinar.
Pero una cosa es no compartir la declaraciones…
Si el libro es bueno lo compartiría. Esto pasaba con Borges, que a mucha gente no le gustaba como pensaba y, no obstante, nadie puede decir que no sea un extraordinario escritor.
Eso le decía, que hay que separar la literatura de las opiniones.
Exacto, hay que diferenciar lo que opina un autor y si su literatura es buena. Insisto: tengo curiosidad por si el libro es bueno pero no he tenido ocasión de leerlo.
También hay gente que pide que se le retire el premio.
Creo que eso es absurdo. Si hay un jurado que ha decidido que el libro es bueno, eso no puede ser. Recuerdo que el Goncourt que le dieron a Vintilă Horia (1960) se lo retiraron porque consideraron que su pasado no estaba muy claro en torno a si había apoyado al fascismo. Ahí creo que se equivocaron… Hombre, una cosa es que hubiera sido un kapo nazi en los campos. Pero luego se demostró que no era así, que había sido una campaña del Partido Comunista francés, todavía muy fuerte, para que le retiraran el premio. No se trata de retirar el premio a nadie, sino de ver si el jurado tiene razón, si el libro es bueno.
El director de la RAE decía el otro día en una entrevista con este periódico que la posición de la RAE respecto a la feminización del lenguaje es unánime, que no se contempla aceptar, por ejemplo, Consejo de Ministras.
Nosotros, en la Academia, lo que hacemos es recuperar el uso de la calle. Hace años hubiera sido imposible pensar en ministra, porque todos eran ministros. Y hemos asimilado ministra, presidenta y muchos otros femeninos de cargos que antes eran solamente masculinos. Esto afortunadamente no hay quien lo pare y será algo que iremos incluyendo de manera natural. Por eso sí digo que hay que apoyar el lenguaje inclusivo mientras no sea aberrante.
Me gusta mucho Lorenzo Caprile, que dice que es modista, no modisto; con "a", es decir, femenino. Porque los peluqueros no dicen que son peluqueras, incluso han organizado esa otra palabra, estilista, para no hacer referencia a que peluquera era una profesión mayoritariamente femenina. Creo que el uso, lentamente, se va a imponer.
¿Es necesario que el español sea más feminista?
Creo que sí, sin lugar a dudas. Hay compañeros míos de la Academia que piensan lo contrario, pero yo estaré en esa batalla. Y se han conseguido muchas cosas: las definiciones de mujer, por ejemplo en el Diccionario Alcover-Mollo, yo que también escribo en catalán, eran degradantes. Se ponían al final toda este serie de refranes de "mentir, llorar, coser son los dones que Dios dio a la mujer". Eso ha cambiado. En ese sentido podemos estar no contentas, contentos todos, porque la sociedad ha cambiado favorablemente hacia una concepción feminista, que somos todos los que pensamos en la igualdad de las mujeres.
En otros países hispanoamericanos, como Argentina, las Academias son más flexibles respecto al lenguaje inclusivo. ¿Se le ha dado algún tirón de orejas a la RAE?
Lo desconozco, sinceramente, pero este Congreso puede ser interesante en este sentido, de observar qué se hace en otros lugares para unificar criterios.
El español necesita ser más feminista, aunque hay compañeros míos de la RAE que piensan lo contrario
Recientemente ha participado en un libro de relatos feministas, Tranquilas. Historias para no ir solo por la noche (Lumen) en el que le dedica su texto a Diana Quer y Laura Luelmo...
Sí, me parecieron dos crímenes realmente espantosos y creo que recordando a los que no están es una manera de hacerlos pervivir. Esos dos fueron muy mediáticos, pero después de que pase, hay que seguir pensando en esas dos mujeres.
Es preocupante que en 2019 todavía hay que lanzar estos gritos sobre la desprotección de las mujeres.
Tengo dos hijos y cuando mi hija llega tarde por la noche me preocupo, si llega tarde él no, porque pienso que no le puede pasar nada. En ese sentido las cosas son muy distintas.
¿Qué pasos hay que dar para combatir esta lacra?
Eso tiene que ver con la educación. Nuestro gran fracaso como país es no haber llegado a una ley de educación consensuada por todos los partidos. Esto es el desastre en muchos aspectos. La violencia del género empieza ahí. Pero también creo que se necesita concienciación absoluta; y en el caso de Luelmo y de Quer parece ser que las dos personas que las atacaron son dos dementes. A lo mejor la sociedad tiene que tener posibilidades de que las personas que no están bien no acaben con las que sí lo están. No sé qué mecanismos se pueden establecer para eso, pero habría que tenerlos.
El último Barómetro de Hábitos de Lectura asegura que casi el 40% de los españoles no lee nada. ¿Qué se está haciendo mal y qué autocrítica les cabría hacer a los escritores?
Tiene que ver con que mucha gente que viaja en transporte público que antes leía, ahora consulta el móvil. Las tecnologías no ayudan, tampoco las series: es más fácil ver que leer, porque leer implica que te imagines tú las situaciones, los personajes. Pero también tiene que ver la escuela: las democracias del norte de Europa han conseguido que los índices de lectura aumenten porque desde la escuela se hacen unos planes estupendos que hacen que los niños se entusiasmen con la lectura. En España hay un problema que siempre repito y nadie me hace caso: la literatura ha desaparecido del Bachillerato, en Francia no. Los profesores no tienen la capacidad de mostrar la maravilla que es poder conectar con un buen libro porque te va a resolver muchos aspectos de tu propia vida. Hasta que no vuelva la literatura seguiremos perdiendo lectores, porque las campañas no sirven.