EL sábado tenía una cita con alguien a la que no voy a volver a ver nunca más. A eso de las 20.30 h. de la tarde se sentó a los pies de la cama, cogió una pistola y se pegó un tiro; metafóricamente, claro. Suicidio digital personalizado (solo para mí, gracias), una funesta epidemia que asola nuestra ya de por sí maltrecha república de Internet. Así que “buenas tardes, mi nombre es Eduardo Naudín Escuder y soy una víctima más del “ghosting”. Me imagino soltando esto en una campaña publicitaria de 2022 impulsada por el Ministerio de Memética y Violencia Digital.
[Cómo reconocer el 'ghosting' y 4 maneras de afrontarlo]
De lo que se trata es de bloquear a alguien sin motivo aparente ni explicación alguna. Nada. Cero. Niente. Simplemente bloqueas en Whatsapp, bloqueas en Facebook, bloqueas en Twitter y bloqueas en Instagram. Bloqueas, y te bajas a echar una cerveza. Te aburres. Te cansas. Te irritas. Da igual. Desapareces. Y a otra cosa. Tinder está lleno de carne fresca: las relaciones ya no se experimentan, se consumen -se engullen- como hamburguesas. Y la mía va con queso.
Me cuenta mi colega Joserra, que sabe mucho de estas cosas (de chorradas de internet, no de que le planten), que esto del ghosting es una práctica muy extendida -trendy, es la palabra que ha utilizado- entre la gente más zumbada y deficiente de internet.
De todos modos, mi caso no ha sido tan traumático como el de otros porque solo llevaba un par de semanas hablando por instagram con perreta88 -el nombre no era fiar, lo sé, pero quién iba a pensar esto- y aunque no estaba enamorado, no me hubiera importado estarlo, la verdad. Graciosa, culta, guapa… y ahora muerta.
Es raro: hemos pasado de desearle la muerte a nuestros enemigos, a enviar un simulacro de nuestra propia muerte a peña que, en el fondo, nos la suda.
Luhmann, en su teoría de sistemas, afirmaba que el tejido social no se compone de personas, sino de comunicaciones. Y cuando te cargas eso, estás abocado a una muerte hueca, profunda y sin remisión. Llevado al extremo, es exactamente lo mismo que le sucedió al actor de Don Draper en el capítulo especial de navidad de Black Mirror: el distópico martillo de un juez le condenó a ser bloqueado en el mundo físico por el resto de la gente, reducida a interferencias andantes. El horror.
No sé…
Yo ahora me siento como una cobaya malherida en medio de un plató del Diario de Patricia donde no hay público, ni presentadora, ni nada de nada, tan solo una ingrata sensación de ausencia no muy distinta a la que debió sentir el personaje de mi tocayo Edward Norton en el Club de la Lucha justo al final de la peli; con la salvedad de que mi fantasma no representa una pulsión de muerte; sino algo mucho más destructivo: la inquietante cristalización de mis ganas de enamorarme evaporándose ante mí: p e r r e t a 8 8…
No hay fotos guardadas. No hay apellidos. No hay amigos en común. Tampoco empatía. Es triste y no es triste. Es ghosting, la nueva moda. Otra más.