Con motivo del premio Princesa de Asturias de las Artes de 2020, otorgado a John Williams y Ennio Morricone por su longeva y exitosa carrera, EL ESPAÑOL recupera el concierto de este segundo en Madrid el 8 de mayo de 2019, el último que ha dado en España.
Los estadios están reservados para las estrellas. Pocos cantantes pueden presumir de haber llenado el Wizink Center, antes conocido como Palacio de los Deportes. Parece que sólo grupos de rock como los Rolling Stones, bandas que trascienden el indie como Vetusta Morla o el fenómeno adolescente de moda pueden conseguirlo. Pero este martes, en Madrid, se demostró que un señor de 90 años podía poner en pie a más de 10.000 personas durante un concierto de dos horas y media a un ritmo que pocos jóvenes aguantarían.
El nombre de quien consiguió este logro es Ennio Morricone, que a sus 90 años dio el primero de sus conciertos en Madrid (el miércoles repetirá ante otras 10.000 personas) en una gira histórica en la que se despide de la vida en activo. Tras más de 500 películas y varias de las bandas sonoras más importantes de la historia del cine, Morricone cuelga la batuta, y lo hizo como si fuera un ídolo de masas, entre vítores de un público entregado que siguió sus instrucciones al pie de la letra, hasta la de apagar los móviles. La reverencia a maestro fue tal que consiguió lo nunca visto, que en un concierto la gente se dedicara a disfrutar de la música y no de colgar en Instagram sus recuerdos en vez de vivirlos.
No cabía un alma en el estadio cuando a las 21:47 apareció el maestro italiano, que puso al público en pie como sólo las leyendas pueden hacerlo. Comenzó su recital con Los intocables, y comenzó un repaso que intentaba resumir lo mejor de su inabarcable carrera, porque Ennio Morricone, al repasar su filmografía, hizo lo propio la historia del mundo y del cine. También, de paso, reviso la suya, la de aquel chaval nacido en Roma que desde que puso un pie fuera de la cuna supo que iba a dedicarse a la música.
Puede que viniera en los genes, su padre era músico, o puede que simplemente fuese talento natural, pero Morricone ya había compuesto su primera obra a los seis años y se sacó en sólo seis meses -con apenas 12 años- un curso de armonía en el conservatorio que la gente se sacaba en cuatro. Y todo eso antes de que se juntara con otro amigo de la infancia, Sergio Leone, para entre los dos revolucionar la historia del cine.
Los spaghetti western dieron la vuelta al género, pero sin la banda sonora de Leone no hubieran sido lo mismo, y lo sabían los 10.000 cinéfilos y melómanos que estaban en Madrid, y que vibraron con el tramo dedicado el género. Comenzó con El hombre de la armónica, de Hasta que llegó su hora, y fue in crescendo hasta el éxtasis literal gracias a El bueno, el feo y el malo. Con su El éxtasis del oro levantó a la gente, y acompañado de la soprano Susanna Rigacci, la orquesta Roma Sinfonietta y el Coro Talía -más de 200 personas en el escenario- consiguió lo que sólo logran los artistas y las estrellas poner al público en pie y arrancar una ovación histórica para un maestro.
El siguiente tramo del concierto fue la demostración para aquellos que consideran que Ennio Morricone se reduce sólo al spaguetti western. Un recorrido por su obra dedicada al cine social, desde La batalla de Árgel, a Sostiene Pereira, pasando por una de sus bandas sonoras con directores españoles, la de La luz prodigiosa, el filme de Miguel Hermoso. Para ello sacó a Dulce Pontes al escenario y erizó el vello de todos los presentes. Lo volvió a hacer cerrando este fragmento con la increíble Aboliçao, de Queimada.
También estuvo presente (al comienzo) el otro guiño español gracias a la banda sonora que realizó para Átame. Una composición a la que dedica un pasaje en sus memorias indicando que nunca supo bien si gustó a Almodóvar o no, ya que el director nunca se lo dijo hasta muchos años después en un festival de cine.
Tras el cine social llegó otro de los momentos cumbres de la noche, el dedicado a La misión, una de las bandas sonoras más emblemáticas de la historia del cine. El filme de Roland Joffé hizo que la gente saliera también de la burbuja anti móviles que Morricone había creado y comenzaron a grabar un concierto que más de dos horas después comenzaba a dar sus últimos coletazos.
El ganador del Oscar por Los odiosos ocho (y de otro honorífico) se guardó para el final un as en la manga, su banda sonora para la emotiva Cinema Paradiso, con la que enamoró otra vez al público antes de llevarles de nuevo al éxtasis, porque con 90 años Morricone regaló de nuevo el fragmento de La luz prodigiosa junto a Pontes y el de El bueno, el feo y el malo, con el que la gente volvió a enloquecer demostrando que no todo es rock, indie o triunfitos, que la música y el cine se pueden dar la mano para que un estadio entero se ponga a los pies de una leyenda que hoy ha dicho adiós con un concierto histórico.