La secretaria general de Podemos en Andalucía, Teresa Rodríguez, ha vuelto a jugar con los límites del lenguaje inclusivo, generando zafarrancho en Twitter: “La patria, o más bien la matria, es una comunidad de cuidados. Uno se siente perteneciente a un grupo si le cuidan. Por tanto, uno se va a sentir parte de una comunidad si le cuidan. La matria son los hospitales, son las escuelas, es la ayuda a la dependencia, el apoyo a las familias vulnerables… Esa es la matria. Ese es nuestro matriotismo andaluz”, expresó en un speech del pasado 24 de noviembre, que sólo ahora se ha hecho viral en redes.
Esta elección es fundamentalmente política -y busca apretar las tuercas a un concepto tan sagrado para algunos como "patria"-, pero no por ello es descabellada. “Matria” no existe en la RAE, y, sin embargo, no se trata de un patinazo lingüístico oficial como el “portavozas” de Irene Montero, porque arrastra tradición literaria.
Es una deconstrucción del término “patria”, una revisión feminista del concepto que clásicamente se ha referido a la “tierra natal o adoptiva ordenada como nación, a la que se siente ligado el ser humano por vínculos jurídicos, históricos y afectivos” y al “lugar, ciudad o país en que se ha nacido”. Todo porque “patria” viene de “pater” (padre); aunque esa tierra aludida quede en nuestro imaginario emocional como femenina. La “madre tierra”, sí, desde las deidades antiguas representadas en el Paleolítico, pasando por el Cántico de las criaturas de Francisco de Asís.
No es una idea revolucionaria ni inédita. Esta lógica ya se daba en los tiempos de Plutarco en la Antigua Grecia: la tierra es madre -porque es fértil, porque acuna en su seno, porque acoge y cuida-, por eso a muchos les chirría el uso de “patria” para referirse a la nación emocional. Ya lo escribió Virginia Woolf, la intelectual reclamante de Un cuarto propio: “Como mujer, no tengo patria”.
Zambrano, Borges y Unamuno
La palabra “matria” pega fuerte a través de los siglos gracias a la tradición literaria y poética. Ojo, por ejemplo, a estas palabras de la filósofa María Zambrano: “Sí, perdí a mi padre, perdí la patria, pero me quedó la madre, la matria, la hermana, los hermanos. Me quedó todo, y hasta mi padre, que sentí que iba con nosotros. Pero ¡qué alegría, padre, que tú no tengas que sufrir los avatares del exilio!”. Para Unamuno, “matria” alude a la feminización de los atributos asociados a la nacionalidad (él se refirió a la “matria vasca”). Borges la usó en el mismo sentido, siempre para escribir abstractamente a la “madre naturaleza”.
El filósofo francés Edgar Nahum habla de “matria Europa”. Su paisana feminista Julia Kristeva relaciona la matria con “otro espacio” que nada tiene que ver con la tierra en la que se nace ni con la legitimación de un Estado, sino más bien con encontrar ese “cuarto propio” del que hablaba Woolf; ese lugar de creación e independencia, esa isla donde encontrarse y poder ser uno mismo, sin presiones sociales. En realidad, “matria”, a la postre, señala que la base de la nación es la mujer. La mujer late en las estructuras del país. En “patria”, es el hombre el protagonista.
La “matria” viene alimentada por las virtudes consideradas femeninas: el diálogo, la paciencia, la sensibilidad, la emoción, la longevidad, la fertilidad, el pacifismo. Y viene a contraponerse a “patria”, con su carga de violencia, de guerra, de ambición, de honor, de asesinatos a las espaldas. Ya saben: “Patria o muerte”. Matria quiere ser “vida”. Aquí Rodríguez hace lo mismo para referirse a la “matria Andaluza” como un centro de cuidados. La protección, la dedicación y la entrega a los otros ha sido otra virtud atribuida a la feminidad.