Para unos es un marrón, para los otros un voto. Unos sueñan con volverla invisible, los otros con llevarla a las portadas. Los primeros la castigan para que su electorado aplauda, los segundos la usan para fidelizar a los suyos con gestos y caras populares. Unos no saben cómo se usa, los otros la usan sólo para su beneficio. La política quiere algo con la Cultura, pero no se preocupa por ella.
En la escasa experiencia como democracia contemporánea, se ha demostrado que cuando la derecha reina, se venga de la cultura porque ésta no se entiende con ella. Es lo que ha hecho Montoro durante siete años por haber salido a la calle a gritar: “No a la guerra”. Y cuando llega la izquierda, la cultura se convierte en un Ferrero Rocher para captación de votos. Pedro Sánchez ha montado dos equipos en su Consejo de Ministros. Por un lado, los que darán soluciones, por otro los que le harán ganar alguna papeleta más en las próximas Elecciones Generales.
Sánchez ha construido con más gestos que gestión y ha incumplido sus palabras cuando aspiraba a donde está ahora, cuando prometió un Ministerio de Cultura “autónomo” y no uno adherido al de Deportes, que más parece un saco roto que un propósito. Recordemos algunos de sus reclamos -por escrito- en las primarias del PSOE: “La cultura debe tener sustantividad ministerial y debe ser transversal a toda la acción política”. Meeeh. Y lo mejor: “El gobierno del PSOE fue el primero en la historia que planteó un modelo cultural para España, ahora será un gobierno socialista el que desarrolle un modelo para el siglo XXI”. Ya conocemos cuál es la primera decisión para aplicar ese nuevo modelo, que debe rescatar con urgencia a la cultura después de siete años en el infierno con el PP.
El sector ha sido hundido y asfixiado por las aberrantes políticas destructivas del equipo de Mariano Rajoy -que alguno se atrevió a tildar de “genocidio cultural”-, ejecutadas por la cúpula de la animadversión. Con Wert, Méndez de Vigo y Montoro se ha destruido tejido cultural por encima de nuestras posibilidades, con un plan urdido en el despacho de José María Lassalle, secretario de Estado de Cultura, que soñó con un “cambio de paradigma” al poner punto final al fomento de la cultura con dinero del Estado. Y pronunció las palabras mágicas: “Ley de Mecenazgo reformada”.
En su sueño, Lassalle animaba -con su blablablá de señorito de provincias- a la sociedad civil española (las empresas) a que pusieran el dinero que él había ordenado retirar. Ese fondo de los españoles sirve para mantener a salvo la diversidad y pluralidad de nuestros creadores ante la voracidad de las leyes del mercado cultural. Pero no cumplieron con su palabra y los creadores se quedaron en números rojos: sin dinero público, sin dinero privado y sin leyes que corrigieran la situación de asfixia. Ese era el plan.
Pedro Sánchez también tiene otro. Y ni siquiera ha incluido en él la figura del Secretario de Estado de Cultura -en el Real decreto que dará forma al nuevo Ministerio de Cultura y Deportes-, una decisión que anticipa 18 meses de calma y gestos y se resumirán en una foto: bajada del IVA cultural del 21 al 10% (previsto en los Presupuestos de PP-Ciudadanos). Y ya.
Sin embargo, las competencias y las exigentes tareas técnicas y de negociación obligan al Ministerio a reparar la desigualdad de acceso a la cultura, a aprobar el Estatuto del Artista y la compatibilidad de las pensiones de los creadores jubilados, a nombrar un administrador de la SGAE para tumbar el golpe que pretende Fernández Sastrón en la entidad, resolver las luchas sindicales abiertas contra la fusión del Teatro Real y de la Zarzuela, dotar económicamente la Ley de la Memoria Histórica y fomentar el apoyo judicial para las exhumaciones, reformar la Ley de Mecenazgo, solucionar la crisis de dotación de personal en los museos estatales, subir la aportación del Museo del Prado para que celebre el bicentenario e inicie la reforma del Salón de Reinos diseñada por Norman Foster, resolver la crisis del INAEM, dar la vuelta a la Ley del Cine (hecha para los más poderosos) y, sobre todas las cosas, dar luz verde a las enmiendas contra la chapuza perpetrada por el PP en la Ley de Propiedad Intelectual (bajo amenaza de multa millonaria de la UE). Mucho trabajo.
Ante este panorama de extrema necesidad y agotamiento, las industrias culturales reclaman una labor de fontanería que en 18 meses sea capaz de corregir el desaguisado. Porque un ministro no se gana el mérito, se lo trae ganado de casa. A un ministro no se le da una oportunidad, la confirma. Si ni la izquierda ni la derecha están por la labor de mostrar algo de conciencia ante los graves problemas que arrastra un sector esencial en el ADN de este país, lo mejor para las industrias culturales y sus creadores es que desaparezca la cartera de Cultura de una vez y quede recogida dentro del Ministerio de Industria, con más poder, con más presupuesto y con más voluntad política.