“Maldigo la poesía concebida como un lujo / cultural por los neutrales (…) Maldigo la poesía de quien no toma partido hasta mancharse”, escribía Gabriel Celaya, social hasta la tráquea. Javier Egea decía que se mantenía firme “gracias a ti, poesía, pequeño pueblo en armas contra la soledad”. Ida Vitale habló de Aclimatación: “Primero te retraes / te agostas, / pierdes alma en lo seco, / en lo que no comprendes, / intentas llegar al agua de la vida, / alumbrar una membrana mínima, / una hoja pequeña. / No soñar flores”. La poesía como hecho esencial, sin neones, sin aplausos, sin sed de likes. La poesía como denuncia, como rebelión cuando nadie mira, como belleza secreta que no se aúpa en escaparates, ni en atriles, ni en escaños, que no saluda desde la arena del ruedo.
La poesía es todo lo contrario al populismo efectista que reina en las redes sociales: se parece más, como decía Roberto Bolaño, al “gesto del adolescente inerme, frágil, que apuesta lo poco que tiene por algo que no sabe muy bien qué es, y que generalmente pierde”. Hoy, en el Día Mundial de la Poesía, compartimos doce poemas que reivindicar: desde la pequeñez del columpio, de la copa de vino, de las humedades del sexo y de los vestidos que traen memoria. Poesía discreta y honesta que no entra en los carteles publicitarios, como aquel cierre de página de Luis Antonio de Villena: “Su peso al paso pesaroso mío es la vida que anda. No vale la pena. Di que no, niega todo. Pero ah, su cuerpo, azules piscinas del verano”.
1. Poema de género, Martín López Vega
Mi padre me lo enseñó todo
acerca de cómo no debe ser un hombre.
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Mi abuelo me lo enseñó todo
acerca de cómo eran antes los hombres.
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De modo que me fui haciendo hombre
sin saber cómo ser.
-
Sobre el asunto, los libros decían poco.
Lo que dejaban entrever las canciones
tampoco era muy convincente.
El arte decía: las mujeres, mejor desnudas,
mejor mudas, mejor incluso lisiadas.
Pregunté a mujeres que me enseñaban una teoría
y me respondían con una práctica diferente.
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Si fuera cierto que errar
es el mejor modo de aprender
habría llegado a algún entendimiento.
-
Y sigo sin saber coser un botón
ni hacer el dobladillo,
pero del mismo modo que lo hacía mi abuela
-
(mi abuela desdentada
no por el hambre, sino por la ignorancia)
-
separo lentejas de piedras,
guiso las lentejas
y con las piedras hago caminos
por los que nunca volver.
2. Benditos los ignotos, J. A. González Iglesias
Benditos los ignotos,
los que no tienen página
en internet, ni perfil
que los retrate en Facebook,
ni artículo que hable
de ellos en Wikipedia.
Los que no tienen blog.
Ni siquiera correo
electrónico, todo
les llega, si les llega,
con un ritmo más lento.
Tienen pocos amigos.
No exponen sus instantes.
No desgastan las cosas
ni el lenguaje. Net
para ellos es malla
que detiene la plata de los peces.
Benditos los que viven
como cuando nacieron
y pasan la mañana oyendo el olmo
que creció junto al río
sin que nadie
lo plantara.
Benditos los ignotos,
los que tienen
todavía
intimidad.
3. Huesos, Piedad Bonet
Yo sabía tus manos de memoria,
y puedo describir tu espalda soleada,
tus ojos que miraban
confundidos hacia tu oscuro adentro.
No conocí tus huesos.
¿Cómo habría podido conocerlos?
Pero es fácil conjeturar cómo eran:
tan blancos y firmes como tu dentadura.
Si hubieran tenido que cantar una canción
habría sido triste, como a veces tu risa.
Cuando tenías risa.
Cuando tenías huesos.
Cuando tenías aliento, todavía,
para poder cantar una canción.
4. Abrigo azul, José Luis Piquero
Hace un frío de muerte, un frío triste
incluso para enero y para estar tan solo.
Y yo soy poco menos que una persona hundida
en las solapas de mi americana,
un ser raro del frío que gasta americana, un sospechoso,
alguien que bien podría enseñar una placa o un cuchillo.
-
Y ahora me acuerdo de mi abrigo azul
de pelo de camello,
el mejor que he tenido. Tú me lo regalaste.
Recuerdo que llegaste con él a la oficina y allí mismo
me lo probé. Mis compañeros
se reían y a mí me daba igual.
Era un señor abrigo, lo escogiste
a ojo de buen cubero: me caía perfecto.
Se podía plantar cara al invierno con un abrigo así.
-
Pero ahora no lo llevo y mira que hace frío en estas calles
de todos los demonios. El abrigo
estará a mil kilómetros, cálido para nadie, piel gastada.
Tú y yo estamos también a mil kilómetros
o a cien mil años luz, igual que dos cometas, y si nos encontráramos
sólo cabría un choque: un cataclismo.
-
Mi querida enemiga: finalmente
ocurrió lo que entonces, cuando venías con tu bolsa y en la bolsa el abrigo
y yo me lo probaba en la oficina
como se viste un príncipe en el día de su coronación,
ha ocurrido lo que era en aquel tiempo la peor de nuestras pesadillas: no estar juntos.
Y me pregunto cuándo, en qué momento, a lo largo de eones que han pasado, desde
que el mundo era
una gran primavera reluciente,
empezaron las cosas a ir tan mal,
tan rematadamente mal,
y a hacer tanto, tanto frío.
-
Y supongo que tú
también tendrás noches a la intemperie
—como esta misma— en las que haces recuento de errores y fracasos, y no sé
qué clase de calor será el que eches de menos.
Seguro que yo hice algo por ti,
pero no lo recuerdo, algo inocente o práctico, o generoso o noble,
que compensa todos esos errores
y a ti te reconforta en las peores noches
y a mí me salva.
-
Mi abrigo azul de pelo de camello.
En mi vida he tenido
un abrigo tan puñeteramente bueno como aquel.
5. Retratarme para darte la foto, Gloria Fuertes
No es suficiente, poderte mirar hondo,
ni basta con los dedos señalarte la risa.
No es nada olerte el pelo,
ver tu danza,
escucharte la voz
ponerla en cinta.
No es suficiente no, soñar contigo
rezar para que vivas,
retratarme para darte la foto,
escribirte en la noche
con obsesión pensar en tus maneras…
¡No es suficiente no, darte la vida,
ni decir a la gente que te quiero,
ni entregar al mendigo mis ahorros,
ni quemar el pasado es suficiente!
6. Un hombre-padre y su agonía, Alejandro Simón Partal
¿Cómo se prepara uno
para lo que no se puede aceptar?
-
Hace ya mucho que desapareció
lo que nos une y ahora sólo queda
el aceite frío de nuestro amor
sin entendimiento.
Cuestan menos las palabras
cuando se le habla a una avenida atenta.
-
Por eso aquí, ahora, te hablo del hijo de Lola Flores:
un cantautor que no nos gustaba
pero que murió de amor, como mueren los
que vinieron a vivir de otra forma. Especulamos
con las últimas horas de un desconocido
con la seguridad que da el miedo
de saberse cercanos sin reconocerse de ninguna manera.
No nos gustaban esas canciones, pero al final
los intentos son el corpus de las grandes avenidas,
su madeja de pliegues.
-
¿Cómo
—decidme, tienda nueva de Apple
que ahora tengo en frente;
ofertas de enero; tú, perro asustado
por mis espasmos que ahora
amaga con morderme—,
prepararse para el final
de lo que sólo ha sido ausencia?
-
Siempre tarda más en desaparecer
lo que no sabemos si amar.
7. Erótica, Cristina Peri Rossi
Tu placer es lento y duro
viene de lejos
retumba en las entrañas
como las sordas
sacudidas de un volcán
dormido hace siglos bajo la tierra
y sonámbulo todavía
-
Como las lentas evoluciones de una esfera
en perpetuo e imperceptible movimiento
Ruge al despertar
despide espuma
arranca a los animales de sus cuevas
arrastra un lodo antiguo
y sacude las raíces
-
Tu placer
lentamente asciende
envuelto en el vaho del magma primigenio
y hay plumas de pájaros rotos en tu pelo
y muge la garganta de un terrón
extraído del fondo
como una piedra.
-
Tu placer, animal escaso.
8. Primera o Tántalo, Las cuatro furias, Miguel Martorell
Hay que estar ahí, ganándose el pan
por naturaleza o superstición ser productivos,
generar riqueza con que comprar zapatos
o ropa interior que desgastar con cada lavado.
-
Hay que estar ahí, es imperativo,
diciendo sandeces o medias verdades,
aplicándose por ser siempre el primero en contarlo.
.
Hay que saber qué decir, morderse la lengua y no ser desconsiderado,
nunca llegar tarde una hora a todas las citas,
dos minutos a todas las respuestas,
tres segundos a todas la metas.
-
Hay que estar ahí, es innegable,
decir de más antes que nada,
salir en la tele, buscar los aplausos,
tachar los días del calendario
por no aguantar conversaciones
entre tanto tópico repetido:
que si el tiempo, que si tú y yo,
que si sus señorías,
y todas esas promesas de película barata
si seguimos los mapas
y sabemos remendar descosidos.
-
Hay que estar ahí, inmediatamente,
sabérselas todas, seguir la vida recta,
cuidar la línea,
crear avatares que vivan felices otras vidas
en mundos que se extinguen no con los otros,
sino con el último que abandona la partida.
-
Hay que estar ahí, desde luego,
sin saber muy bien dónde.
9. Terciopelo azul, Isla Correyero
Mi coño eleva el conocimiento que tú le has enseñado.
La velocidad y el violento latido de una horca.
Mi coño alimentado por una boca física tiene el oficio azul de ser frágil y exacto.
Flexible y religioso, mi coño es la pirámide de un resplandor de oxígeno que se pone mis bragas.
Tiene quinientos años de elegancia y de músculos batidero de sangre volada de partículas.
Fluye con tabaco, la cicuta y el whisky, tiene chispas de plata, monedas de cerveza.
Con tu estremecimiento causas en mí palabras que dicen deserciones y dulces animales.
En tu lengua me dices cosas extraordinarias, se me llena la oreja del ardor de los fósforos.
Pasa todo a mi coño, se forman las arrugas, aprende, coronado como abrirse las venas.
Tan despierto y profundo como un túnel en llamas, llega al centro, al tugurio de un burdel que se mueve.
Es un párpado oliendo tu medida en centímetros, el aceite de un arma, con una bala de oro.
Extremaución del vértigo que crece en los amantes, mi coño es un estado mental de luz y sombra.
Suda como una sábana. Palpita como un trago. Es móvil terciopelo azul. Báilalo lento.
Por la muerte.
Jode la tristeza.
10. Los columpios, Fabio Morábito
Los columpios no son noticia,
son simples como un hueso
o como un horizonte,
funcionan con un cuerpo
y su manutención estriba
en una mano de pintura
cada tanto,
cada generación los pinta
de un color distinto
(para realzar su infancia)
pero los deja como son,
no se investigan nuevas formas
de columpios,
no hay competencias de columpios,
no se dan clases de columpio,
nadie se roba los columpios,
la radio no transmite rechinidos
de columpios,
cada generación los pinta
de un color distinto
para acordarse de ellos,
ellos que inician a los niños
en los paréntesis,
en la melancolía,
en la inutilidad de los esfuerzos
para ser distintos,
donde los niños queman
sus reservas de imposible,
sus últimas metamorfosis,
hasta que un día, sin una gota
de humedad, se bajan
del columpio
hacia sí mismos,
hacia su nombre propio
y verdadero, hacia
su muerte todavía lejana.
11. Cuando compre un espejo para el baño, Idea Vilariño
Cuando compre un espejo para el baño
voy a verme la cara
voy a verme
pues qué otra manera hay decíme
qué otra manera de saber quién soy.
-
Cada vez que desprenda la cabeza
del fárrago de libros y de hojas
y que la lleve hueca atiborrada
y la deje en reposo allí un momento
la miraré a los ojos con un poco
de ansiedad de curiosidad de miedo
o sólo con cansancio con hastío
con la vieja amistad correspondiente
o atenta y seriamente mirarme
como esa extraña vez-mis once años-
y me diré mirá ahí estás
seguro
pensaré no me gusta o pensaré
que esa cara fue la única posible
y me diré esa soy yo ésa es idea
y le sonreiré dándome ánimos.
12. Vamos a hacer limpieza general, Amalia Bautista
Vamos a hacer limpieza general
y vamos a tirar todas las cosas
que no nos sirven para nada, esas
cosas que ya no utilizamos, esas
otras que no hacen más que coger polvo,
las que evitamos encontrarnos porque
nos traen los recuerdos más amargos,
las que nos hacen daño, ocupan sitio
o no quisimos nunca tener cerca.
Vamos a hacer limpieza general
o mejor todavía, una mudanza
que nos permita abandonar las cosas
sin tocarlas siquiera, sin mancharnos,
dejándolas donde han estado siempre;
vamos a irnos nosotros, vida mía
para empezar a acumular de nuevo.
O vamos a prenderle fuego a todo
y a quedarnos en paz, con esa imagen
de las brasas del mundo ante los ojos
y con el corazón deshabitado.