Hoy es jueves y como cada jueves, a las cuatro y media, los sabios (42) y sabias (8) de la Real Academia Española (RAE) se dirigen a sus sillones para debatir sobre la gestión, los planes y las polémicas de la institución que regentan. La realidad vuelve a llamar a la puerta de la academia más influida y expuesta a la calle: Irene Montero, de Unidos Podemos, creó ayer por la tarde el término “portavozas”, una palabra maestra para hacer estallar el fortín de las políticas lingüísticas y marcar la agenda feminista del partido que trata de recuperar su norte social. Ha hecho pleno en el corazón de la RAE.
El término acuñado ha servido de chiste a Íñigo Méndez de Vigo, barón de Claret, portavoz del Gobierno y también ministro de Educación, Cultura y Deporte. Montero ha defendido hoy que hablar de "portavoces y portavozas" es una forma más de luchar por la igualdad con el uso del lenguaje, que durante siglos ha sido un instrumento para perpetuar el machismo. Pablo Iglesias, secretario general de Unidos Podemos, ha dicho que “hacer una sociedad mejor y más justa para las mujeres implica también mejorar y cambiar el lenguaje para hacerlo inclusivo”.
Montero ha aprovechado para criticar a la RAE, por mantener palabras como "fácil" para referirse a una "mujer que se presta a tener relaciones sexuales con facilidad". Precisamente, la RAE ya ha aclarado que el sustantivo “portavoz” es común en cuanto al género, lo que significa que coinciden su forma de masculino y de femenino. “El género gramatical se evidencia, en esos casos, a través de los determinantes y adjetivos”. Es decir, según marca la norma, lo correcto es “el portavoz español” y “la portavoz española”.
Espontaneidad política
La académica Inés Fernández Ordóñez ha explicado a este periódico que no entiende por qué tienen que mezclar a la RAE en este asunto. “La Academia funciona como notario”, asegura para aclarar que las funciones del Diccionario son descriptivas, que sólo se dedican a reflejar el uso del lenguaje, aunque les cueste señalar usos despectivos. De ahí que para que esta creación lingüística de Montero -espontáneo o no- sea aceptada por las normas, primero tendrá que lograr la alteración en el uso de los hablantes de la lengua española.
“Es una forma de provocar inútilmente, la Academia sólo documenta lo que se consolida”, añade la académica. “Hay gente que decide promover normas. Todos inventamos el lenguaje con formas nuevas, los hablantes promueven la innovación. No hay ninguna sociedad completamente inmóvil. Pero debe ser colectivamente aceptado. Cuando una persona promueve una ocurrencia, puede dar para un titular, pero para que se recoja en el Diccionario debe tener un uso en la comunidad”, dice. Y apunta que esto pasó con el término “presidenta”, pero otros como “estudianta” no han prosperado.
Al sustantivo “voz” le precede el artículo femenino, por eso siempre será la voz. Para la gramática es redundante, además de cometer un error, hablar de “portavozas”. Porque el género se expresa en el artículo, no en la terminación de la palabra, según el consenso lingüístico. Pero ha habido términos que han sido capaces de forzar las normas, a pesar de que en su momento sonó extraño.
¿No suena bien?
La portavoz de Unidos Podemos explica que aunque a veces “suene extraño” usar palabras no reconocidas por una institución formada "mayoritariamente por hombres", es "importante desdoblar el lenguaje" y utilizarlo "de forma inclusiva" con el fin de luchar por la igualdad y dar visibilidad a la "mitad de la población que ha sido invisibilizada durante siglos".
“Nos suena mal porque la norma que tenemos es sexista”, explicaba a este periódico el sociolingüista José del Valle, profesor del centro de estudios de posgrado de la Universidad Pública de Nueva York y autor del ensayo Historia política del español (Aluvión). Para el investigador es importante una educación que muestre los procesos de construcción política del lenguaje y entender de esa manera que en la relación entre significante y significado “se perpetran exclusiones”.
El especialista pide una ciudadanía crítica con las instituciones públicas, también con la RAE. Y un debate que haga reflexionar sobre el proceso político que construye y manipula el lenguaje. En esta línea trabaja el grupo Euraca, un seminario de investigación en lenguas y lenguajes creado hace cinco años, propone dar rienda suelta al “asilvestramiento de lenguas y bocas” para romper con la autoridad lingüísticas y “asumir las opacidades del idioma”.
Al margen de las leyes
Este grupo de lingüistas cree que se debe asumir la inestabilidad del lenguaje y acabar con la idea del mismo como algo puro e intocable. “Desde Euraca pensamos que el lenguaje no puede ser planificado en la homogeneidad”. Las “portavozas”, como las revoluciones, nacen al margen de las leyes. Del Valle explica que la potestad y la autoridad de la RAE se ha resquebrajado en la batalla cultural, gracias a una ciudadanía más preocupada por renombrar la realidad con otras fórmulas.
Hace siete años la lengua dio un giro, mientras España se fijaba en las plazas de las ciudades. Aquellos campamentos de plástico y proclamas que reivindicaban resetear (o regenerar) el país pedían también una nueva lengua, en la que las mujeres no salieran perdiendo. Desde hace años, la disputa por el control de la norma escrita por la RAE ha llegado al Congreso de los Diputados y a las concejalías de Igualdad de las Comunidades Autónomas, porque lo lingüístico no existe al margen de lo social y lo político.
En 2012, la Academia encargó al catedrático Ignacio Bosque un informe para resistir la oleada. En Sexismo lingüístico y visibilidad de la mujer se concluye que aquellas recomendaciones feministas contravenían las normas de la gramática.
La investigadora Eulàlia Lledó se ha dedicado a desbrozar los mitos y tópicos de la representación de las mujeres en el Diccionario y encuentra en el mismo que muchos de los ejemplos presentan protagonismo y actividad masculina, y pasividad femenina. “En algunos puede constatarse que en quien se piensa en el momento de redactaras es en los hombres”.
Contesta a EL ESPAÑOL que no es necesaria la utilización de términos como “portavozas” porque, “al tratarse de una palabra de género común, el sexo de quien ejerce la portavocía viene indicado por el artículo que la precede”. Apunta que hubo un tiempo en que la RAE no aceptaba que pudiera ir precedida por un artículo femenino.
¿Es importante salirse de las normas para hacer cambiar al Diccionario? “A veces es una necesidad perentoria si se tiene en cuenta la realidad. No hace tantos años, la RAE no admitía palabras como “azabachera”, “cachuchera” o “peinera”, que son oficios profusamente femeninos”. Alerta sobre este caso en concreto: “Lo que es una constante es que si salen de boca de una política, de una mujer, se intentan ridiculizar con saña; en cambio, se tienden a tratar con indulgencia cuando salen de la de un hombre”.
El problema no es de la lengua, sino del hablante. “La lengua no trata o atiende a nadie de ningún modo: ni piensa, ni siente, por tanto, no hace padecer a nadie. Somos las personas las que podemos incurrir en usos sexistas de la lengua”. La especialista pone un ejemplo actual: “La lengua no obliga a nadie a denominar despectivamente, o al menos de forma poco respetuosa, a una vicepresidenta por su nombre “Soraya”; hacerlo, es una elección de quien habla”.
Eulàlia Lledó indica que la lengua es absolutamente ecuánime. “Y permitiría referirse a un presidente con la palabra “Mariano”, pero en general no se hace. La lengua ofrece un corpus de posibilidades y la selección es responsabilidad de cada cual”.