Ramón se presenta a su cita con EL ESPAÑOL con el maletero cargado de 'latas' marca Montana, además de los guantes, la sudadera con capucha y un álbum de fotos donde guarda sus mayores tesoros. Grafitis. Tiene decenas de imágenes impresas colocadas en orden cronológico. Tanto piezas suyas como de sus amigos, en plata o a colores y con su firma habitual o con otras que también utiliza "los días que le apetece".
Lleva pintando desde los 18, hace cuatro años. Lo hace por vicio y por pasión, aunque no se considera un artista. "A mí más que un arte me parece un hobby. ¿Vandalismo? Puede que lo sea". Sus herramientas son "todo lo que pilla. Aerosol, rotulador, pegatinas, pintura plástica, incluso una pistola de agua". Pero siempre ilegal.
En su ordenador portátil, parados en el parking de un restaurante de comida rápida al sur de Madrid no muy lejos de donde hace la pieza que acompaña este reportaje, muestra vídeos que le ponen a uno la piel de gallina. Huidas por túneles y descampados grabadas en primera persona que parecen más de un videojuego que de la vida real, donde se ve a algún conductor de tren para nada de acuerdo con lo que él y sus amigos hacen en su tiempo libre.
Precisamente los trenes son el fetiche de los grafiteros. Es "lo más arriesgado de pintar. Por lo menos en Madrid, es lo más difícil. Si sólo pintara para mí, pintaría siempre trenes. Pero hago lo demás para que la gente lo vea". Ramón destaca la adrenalina y la felicidad que siente al gastar sus aerosoles en un sitio prohibido, como las cocheras del metro de Madrid.
Según este joven, pintar trenes es lo que más llama la atención de los grafiteros por la historia de este ámbito del Hip Hop. "Desde que se creó el grafiti la gente pintaba en los trenes, porque se movían por la ciudad y se veían. De ahí se ha heredado. Cuando ves la foto de tu pieza en un tren está guapo, no se si es lo más importante, pero es lo que más llena. A mí me gusta pintarlos porque son bonitos".
No es de extrañar que alguien que se juega una multa de alrededor de 1.000 euros cuando pinta, considere que hacer dibujos en lugares permitidos es un juego de niños. Preguntado por iniciativas como 'Pinta Malasaña' donde comercios y administración pública ceden espacios para que la gente pueda hacer piezas de forma permitida, responde que eso no tiene nada que ver con lo que él hace.
"Yo no lo considero grafiti. Si tú haces algo legal, puedes hacer una pieza, pero para mí el grafiti es ilegal. Si de verdad te consideras grafitero tienes que hacer cosas ilegales, aunque luego hagas cosas legales. El grafiti, para mí, es lo ilegal. Es lo que he hecho desde que empecé y lo otro no me parece grafiti", zanja.
Además, defiende la actitud frente a la estética. "Yo no considero que pinte bien, así que no podría hacer algo como lo que hacen en 'Pinta Malasaña'. Alguna vez he hecho un dibujo, pero lo que más me gusta es poner mi nombre. Me parece bien que la gente lo haga, pero no pueden esperar que alguien no vaya a pintar encima de lo suyo."
Esta actividad lleva haciéndose dos años, y en ambas ediciones ocurrió los mismo. Días -e incluso horas- después de que acabara el evento, ya había otras pintadas tapando los dibujos. "En Madrid las cosas siempre funcionan igual. A mi me parece bien que pintes ahí de legal, pero antes de eso, debajo había una cosa ilegal, y debajo otra..."
Ramón no entiende a los que avisan a la Policía cuando lo ven pintando. "Si tu función es ser policía, y es perseguirme a mí, adelante con ello. Si eres una persona de la calle y yo no te estoy haciendo daño a ti… No entiendo lo de ser un chivato porque sí".
Este grafitero, que asegura llevar más de cuatrocientas piezas -sin contar pequeños takeos en papeleras, cierres, señales, paredes, etc. hechas con rotulador- se defiende también frente a los que piensan que lo único que hace es ensuciar. "Piensan eso porque no lo han vivido. Entiendo que, si esto fuese una película, yo sería el malo o el vándalo para ellos. El que te pinta la puerta, la carretera, el tren… Pero tienes que vivirlo para saber el porqué. De alguna forma, para mí es la felicidad. Cuando lo veo me río, vacilo con mis colegas, me lo paso bien. Otra gente se divierte de otra forma."
Para los que forman este mundillo, buscar por la ciudad las firmas que le son familiares es como mirar escaparates para el resto de los mortales. El entrevistado afirma que le gusta ver que la gente está activa. Para ellos, ver una pieza nueva en un puente es como contemplar en una tienda las nuevas zapatillas de LeBron. Un takeo desconocido al lado de su casa, el anuncio de un nuevo perfume. Y un coche patrulla con la pegatina de un grupo de rap, el cartel del estreno de la última película de Tarantino.
Pasión sin límites
Para los que se desempeñan en alguno de los ámbitos del Hip Hop, la contracultura es un modo de vida. Normalmente, como es el caso del entrevistado, tocan todos los palos en algún momento de su vida. El skate, el rap, el grafiti y el break dance van siempre de la mano.
El vicio de pintar es caro. A razón de 10 euros por pieza si es solamente en un color y hasta 30 si es en varios tonos. A más de 400 piezas a lo largo de toda su vida, como es el caso de Ramón, solamente hay que multiplicar. En los últimos años ha pintado en muros, trenes, carreteras, túneles… "Un sitio perfecto para pintar sería donde se viera para toda la vida y que no lo borrasen nunca. El Bernabéu estaría guapo la verdad..."
Además, también están los desplazamientos y las multas. "He viajado para pintar a Francia, Italia, Bélgica, Holanda y Portugal". Según cuenta, en uno de esos países una 'pillada' le costó una buena sanción y dormir en el calabozo. "A mis amigos les parece bien que pinte, nunca me han dicho que no lo haga ni nada así. Mis padres… imagínate".
Cuando uno lo acompaña casi alcanza a entender las razones por las que lo hace. El ritual de siempre: sacar las 'latas' del coche, agitarlas para preparar la pintura, ponerse los guantes, la capucha, esperar el mejor momento cuando pasan varios coches…
"Si hay que agacharse, hay que agacharse", le advierte al fotógrafo de El ESPAÑOL antes de comenzar a pintar. Se nota la experiencia: en vez de bajar por el camino más corto hacia el bloque de hormigón que va a pintar avanza unos metros más, donde hay unos matorrales que hacen que la bajada sea más discreta.
"No podéis utilizar foco, llama mucho la atención", dice señalando a la autovía, por la que pasan bastantes coches, y algunos de ellos incluso le hacen ráfagas al verlo pintar. El terreno está muy inclinado, lo que le dificulta desplazarse mientras pinta, pero en apenas diez minutos lo tiene hecho.
Se quita los guantes, suelta los sprays, y se aleja unos metros para ver su obra con la misma perspectiva que tienen los conductores que van por la carretera. "A ver como ha quedado, no he visto nada. Me ha faltado hueco para poner una letra más". Para esta ocasión no ha utilizado su firma habitual. Tampoco se puede escuchar su voz ni ver su rostro.
"Me veo pintando hasta que me apetezca. Hasta que un día pierda las ganas. Es una cosa para la que nunca he dejado de tener ganas. No soy un enfermo que esté todo el día pensando en pintar, pero me gusta hacerlo y cuando lo hago, al día siguiente quiero volver".