Este mediodía, en las tabernas de menús y en los sofás mullidos de las casas de España, entre el puchero, la cerveza y el cirro oscuro, se veía, claro, Corazón -Anne Igartiburu al mando, sin arrancarse nunca el viejo soniquete de corasón, corasón-: que si Eurovisión, que si la Familia Real Noruega, que si Les Luthiers han ganado el premio Princesa de Asturias. Ahí está el paladar del pueblo. No es tan fácil imaginar a la presentadora comunicando el mismo reconocimiento de 2001 -al filósofo, escritor y crítico literario George Steiner- o, sin ir más lejos, el de 2016 -al fotógrafo de guerra James Nachtwey-, y recibiendo idéntica mirada del espectador. Les Luthiers suena mejor, más cálido, más del barrio. Qué simpáticos. ¿Te acuerdas de cuando fuimos a verlos…?
Un premio de Comunicación y Humanidades para unos humoristas. No se había visto nada igual en toda la historia del galardón, que, de repente, alude a caras familiares, a esos tipos trajeados de smoking que se rifan instrumentos locos a la vez que golpean desde un chiste absurdo trufado de intelectualidad.
Les Luthiers son los emprendedores de todo esto, los Amancio Ortega del humor y la música, imagen viva de que el ciudadano llano puede llegar a donde quiera con el suficiente tesón
Son los emprendedores de todo esto, los Amancio Ortega del humor y la música, imagen viva de que el ciudadano llano puede llegar a donde quiera con el suficiente tesón. Campechanotes. Entrañables. Llevan cincuenta años dando caña, que se dice pronto; fueron llenando teatros de Gran Vía y ya han dinamitado el Palacio de los Deportes, saltaron del coro universitario al mismísimo Grand Rex.
Vienen de la escuela de ingeniería de la Universidad de Buenos Aires, saben lo que es perder a compañeros y reedificar un grupo -caerse, levantarse- sin perder el toque, han aprendido a vivir resistiendo a las dictaduras y a salir del barullo sin una mancha de barro. Se sacudieron la caspita a tiempo -gracias, también, a la acertada ficción de Johann Sebastian Mastropiero-, se liaron la manta a la cabeza y se propusieron existir en pos de la carcajada. Un giro lingüístico, un gag respetuoso y ni-una-coña-política. No es su repertorio, porque ellos quieren caer y caen bien: han aspirado siempre a edificar nuestra educación sentimental desde la trinchera idiosincrática de Buenos Aires, sin meterse en follones.
El galardón ¿democrático?
Les Luthiers: cita clarísima de nuestros padres -los de los provincianos de España- si vienen un fin de semana a Madrid. No se los pierden porque no fallan. Y ellos se quitan importancias. Aún hoy se definen como “un grupo de humoristas que se han subido al taxi de la música”. Ésta es la deriva que están tomando los grandes reconocimientos culturales. El debate está abierto: ¿se están devaluando los premios, o es que se están democratizando? ¿Se trata de un fogonazo puntual de los jurados para recuperar la atención del pueblo o es que las cosas han cambiado para siempre y ahora la moda está en desafiar a las propias bases del galardón?
Buena prueba de ello es el controvertido Nobel de Literatura del cantautor Bob Dylan, amén de la basculante reacción del premiado: no contesto, estoy desaparecido en combate, ahora no lo recojo porque me pilláis liado, ahora lo acepto pero sólo en fiesta privada con la Academia Sueca. Un “te quiero, pero como amigo” al establishment en toda regla.
El debate está abierto: ¿se están devaluando los premios, o es que se están democratizando? ¿Se trata de un fogonazo puntual de los jurados para recuperar la atención del pueblo o es que las cosas han cambiado para siempre?
Ante aquel reconocimiento, el mundo se bifurcó más allá de la tortilla con o sin cebolla, más allá de Beatles o Rolling, más allá de Pepsi o Coca-cola. ¿Las letras musicales pueden ser poesía? ¿Puede considerarse a Dylan literato? ¿"Haber creado nuevas expresiones poéticas dentro de la gran tradición de la canción americana” le equipara a Kipling, a Thomas Mann, a Hermann Hesse? ¿Y si lo que hace él no es peor, sólo distinto? ¿Somos snobs o sencillamente tenemos buen gusto, si es que eso existe?
Con todo, es de recibo reconocer que era la primera vez que se premiaba a un autor cuya obra había leído todo el mundo. Hasta sin querer. Con Les Luthiers pasa algo similar. ¡Es inédito! Las élites ahora se acuerdan de lo que le gusta a la plebe. Acertar sí o sí sin mucho riesgo, como con el helado de fresa. Para el abuelo y el niño.
“Nuestra única pretensión en cincuenta años ha sido hacer un buen trabajo, aprender, mejorar y ejercer con altura este bendito oficio de hacer malabarismo con la música, las palabras y las ideas para que el público se ría a carcajadas”, han escrito los premiados en una nota de agradecimiento. “Este premio es una de las pocas cosas en toda nuestra historia, ahora podemos confesarlos in rubor, que soñábamos con ganar”. Normal. La estatuilla de María Zambrano, de Umberto Eco, de Hans Magnus Enzensberger. Así las cosas: ahora los aplausos son del pueblo y para el pueblo.