Quien esté libre de cipotudismo, que tire la primera piedra. Decía el crítico, traductor e investigador de Literatura Inglesa Iñigo F. Lomana -quien acuñó el término en una columna publicada en EL ESPAÑOL- que "lo cipotudo" es un estilo apoyado en dos rasgos sobresalientes: la virilidad y la rimbombancia.
Pero, más allá de la prosa rústica que vive en las columnas nacionales -a la que él se refería-, el cipotudismo es una actitud vital, una lente con la que escrutar el mundo, un imaginario falocentrista que se concreta en cosas estúpidas, en un apoyar el codo sobre la barra, en una mirada pretendidamente misteriosa, en el coloquialismo que chirría en medio de un discurso barroco. Aunque todos estamos en este ajo -y decidir ha sido complicado-, aquí los premios de la sección de Cultura a lo más cipotudo del 2016.
1. Mario Vargas Llosa
Cipotudismo es ser Premio Nobel de Literatura y posar en la portada del ¡Hola! con Isabel Preysler cogida por el brazo o amarradita por la cintura. Escribir La civilización del espectáculo y, poco después, comenzar a formar parte de él. Cambiar de acera por los deseos humanos. Enamorarse y dejarlo todo, redimirse, criticar la prensa rosa mientras se la engorda desde dentro -sin perder nunca esa galantería tan pasada de moda-, mostrarse digno y asegurar que "si pudiera elegir, no me gustaría aparecer en las revistas". Sonreír. Pasear el trofeo. Publicar Cinco esquinas, un best seller mediocre, porque sólo se tiene tiempo para amar. Cipotudismo también es elegir a la mujer sobre la literatura.
Y, con todo, sacar rato para acudir a mítines en defensa de una Venezuela libre, decir que la peor ceguera "es la ideológica", que le produce "tristeza" Pablo Iglesias y que la Transición española fue "extraordinaria". Siempre desde la entereza, la superioridad moral que concede el intelecto, la alta torre de la justicia académica. Premio al cipotudismo literario.
2. Bertín Osborne
Va por ellas. Así se llama el nuevo trabajo de Bertín Osborne, cipotudo musical desde que el mundo es mundo y, últimamente, también televisivo. En su disco trata de sacudirse el estereotipo de machirulo y homenajear la figura de la mujer, eso sí, con una portada de lo más cipotuda: Bertín sonríe a media asta, pícaro, dulce, con ojos de tigre manso, mientras una mano femenina de uñas rojas le acaricia la mejilla.
Su talante en la pequeña pantalla también rebosa actitud pacifista, buenrrollismo, campechanismo de hombre a hombre. Es un cazador de confidencias de la infancia, un tipo que puede hablar con todo el mundo y hacerle una hagiografía al más pintado. Un bienqueda de manual. Una barra de bar en sí mismo que pretende acoger derechas e izquierdas: se mata por la equidistancia. Inútilmente.
3. Clint Eastwood
Él te lo dice apuntándote con la pipa, como en Por un puñado de dólares. Este año se ha coronado como el mejor director y actor cipotudo a nivel internacional por sus mágicas declaraciones sobre Donald Trump, insertas como pocas en esta corriente viril y pseudobélica que no se anda con memeces. Dice que lo que hoy llamamos racismo, cuando él era pequeño, no lo era. Para Eastwood, vivimos en "una generación de nenazas" que exagera sobre los comportamientos racistas y "monta un revuelo enorme por cualquier cosa": "Superadlo de una puta vez", pidió.
El director lamenta que vivamos en "una generación de lameculos" donde "todo el mundo va pisando huevos": "Todo el mundo está harto, en secreto, de la corrección política". Él predica con el ejemplo. "Cuando hice Gran Torino hasta mi socio me dijo que era políticamente incorrecto. Me lo leí por la noche y al día siguiente le tiré el guion al escritorio y le dije vamos a empezar inmediatamente".
A pesar de que ha sido, durante años, un perfecto icono de la masculinidad -citando al gran Paco Tomás, "entendida como testosterona, rebeldía y poder"-, bien es cierto que en Bird se destapó como un ser humano sensible. Por ello le queremos y premiamos: por redondear su cipotudez con talento, con inteligencia, con elegancia. Por Sully, su trabajo de 2016. Y porque es El sargento de hierro y Los puentes de Madison, todo en uno. Especímen sublime de cipotudo.
4. Auge del thriller 'machirulo' nacional
En España no escatimamos en marcar bíceps. Que Dios nos perdone (Sorogoyen), Tarde para la ira (Raúl Arévalo) y El hombre de las mil caras (Alberto Rodríguez). Tres -buenas- películas dirigidas por hombres y protagonizadas por hombretones. Tipos recios, machos ibéricos: desde un timador como Paesa a dos policías insoslayabes a los que sólo les falta recolocarse con la mano la entrepierna.
El caso más llamativo quizá sea el de Que Dios nos perdone, que en el Festival de San Sebastián fue acusada de misoginia: en concreto, por una escena en la que uno de los agentes fuerza a una mujer y, sin embargo, ella vuelve a verle al día siguiente, le lleva un gazpachito y acaban juntos. El detalle del gazpacho es tan servil y costumbrista que encaja perfectamente en el imaginario cipotudo de final feliz.
5. Un Papa cipotudo
Aquí la exquisita serie El joven Papa, de Paolo Sorrentino. Por fin un Santo Pontífice que viene de frente a dominar el mundo y no se entretiene en trivialidades. Se trata de un personaje fascinante: un ser misterioso, medio tiránico, rígido, fumador, cruel y lleno de contradicciones. Pretende ser la continuación -también ideológica- de Pío XII y Pío XI. Basta con recordar que este último llamó a Mussolini “hombre de la Providencia”.
Es cipotudo porque, uno, ¡es Papa!, y no hay posibilidad de que su papel sea intercambiable por el de una mujer. Dos: porque tiene caprichos de estrella del rock. Ahora un café americano, ahora una coca-cola light. Tres: porque, como decía Kase O., sólo se deja ver de lejos, para que se le imagine. Cuatro -y muy importante-, porque sobrevive gracias a la hipérbole, como él mismo apunta que hace El Vaticano. Juega a eso: al barroquismo. También aparece el deseo: recuerda a una hermosa mujer desnuda bañándose en el lago...
6. Gay Talese
Rey de reyes. A estas alturas nadie discute su gran valía periodística, aun con el tropezón de su reportaje de 2016, El motel del voyeur, que él mismo ha llegado a desacreditar porque su única fuente le engañó. Sin embargo, es innegable que el icono Talese está cubierto de ese polvo de los años cincuenta y sesenta que volvía a los hombres miopes a la hora de relacionarse -o incluir en su círculo, o en sus referentes- a mujeres escritoras.
Ocurrió en abril de este año, durante una conferencia de la Universidad de Boston. El maestro del Nuevo Periodismo explicó que no había ninguna escritora que le sirviese de inspiración -legítimo-, porque -aquí ya cayendo en el estereotipo falocentrista- "a las mujeres educadas no les interesa pasar su tiempo con personas groseras o antisociales", es decir, que "las que escriben No Ficción no se sienten cómodas hablando con extraños". Mec. Periodismo cipotudo. Aventuras de género.
7. Antonio de Felipe
Antonio de Felipe es un idealista, como señalaba nuestro filósofo de cabecera, Santiago Gerchunoff, en un artículo de este periódico. Llama a Fumiko su "obrera", y lo hace desde un punto de vista "conceptual". Él cree que la obra está en la cabeza y que no importa quién la lleve a cabo. "Si tengo que pintar ante el juez, daré mil vueltas a Fumiko", declaró, cipotudo como él solo. A-c-t-i-t-u-d-. No pone los testículos por delante porque en la pintura son irrelevantes, pero asegura que lo que ocurre en su cabeza es "inimitable". Se entretiene en la palabrería: "Pintar un cuadro no es sólo una cuestión de pinceles. Yo era Antonio de Felipe antes de conocer a Fumiko. ¡Soy uno de los artistas más famosos de España!". Y punto.
Su estética viril ayuda a rebozar el personaje. Barba poblada, brazos musculosos, manos grandes... y qué hay de ese toquecito metrosexual que le aportan las camisetas sin mangas, ceñidas al pecho, manchado de acuarelas. Chico de calendario artístico. Y cipotudo.
8. Pablo Iglesias
El líder de Podemos no da puntada sin hilo: señala con un dedo acusador al cipotudismo para así librarse de su propio estigma. "Hoy, por desgracia, no tenemos ningún Valle-Inclán y sí mucha prosa cipotuda", llegó a decir en el Congreso de los Diputados. Partiendo de la base de que no hay ningún partido político en este país que no sea cipotudo -a excepción, tal vez, del descabezado PSOE-, es de recibo admitir que Iglesias es el colmo de la virilidad, el punto álgido del liderazgo, el "aquí manda mi miembro", el alzar la voz, dar espectáculo y jugar con la retórica de todo esto. Es un hombre que no cede su espacio: cipotudo al canto.
"La feminización no tiene nada que ver con que los partidos políticos tengan más mujeres en cargos de representación, que eso es importante y está bien. La feminización no tiene que ver con la presencia de más mujeres en los consejos de administración de las grandes empresas", expuso en su día. "En este momento, feminizar la política es construir comunidad en los centros de estudio, en los centros sanitarios, eso que tradicionalmente conocemos porque hemos tenido madres, que significa cuidar". Entenderán Irene Montero y Carolina Bescansa que ascender con un líder totémico como Iglesias está complicado. Ya lo intentaron otras, como Rita Maestre o Tania Sánchez.
9. Susana Díaz
En Andalucía muchos la llaman "la patrona". La presidenta se ha montado el cortijo sin que nadie oponga mucha resistencia. Como bien escribía Antonio García Maldonado en una columna publicada en Ctxt a finales del año pasado, "si en Andalucía impera una imagen de la presidenta como una persona poco refinada en sus gustos culturales y de formas públicas toscas, en otros lugares y ámbitos de poder más allá de Despeñaperros, nuestra presidenta es considerada una mujer de Estado, un animal político, alguien capaz de liderar un país tan complejo como el nuestro. Populista aquí, estadista allá".
Así es. Y en este 2016 lo ha demostrado. No es el liderazgo -faltaría más- lo que la hace cipotuda, es la forma imperialista y bravucona que tiene de ejercerlo. Para entendernos, tiene más de Margaret Thatcher que de Hillary Clinton. Su bravura ha destronado a Pedro Sánchez. Y quién sabe si su inexorable presión ejercida desde el sur a fuerza de verbo, arenga cañí y descarado "aquí estoy yo" la convertirá en secretaria general del PSOE. Ella ya ha dicho que "lo ve compatible con ser presidente de Junta". Puede con todo. Cipotuda.
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