De todas las costumbres infames con que los padres de hoy impedimos que nuestros hijos crezcan, la más obscena es el grupo de WhatsApp de padres de la clase del colegio. Tierno panóptico, Stasi acaramelada, el WhatsApp de padres es una nueva institución disciplinaria a la que nada se le escapa: si Juan tiene alergia al chocolate, si Romina no entregó a tiempo el trabajo de matemáticas y le pusieron un negativo, si Dani le dijo "gorda" a Verónica o si Naiara y Lucas se dieron un beso en la boca detrás de la puerta de la biblioteca.
Pero siendo lo más ridículo y bizarro, el grupo de WhatsApp es sólo la punta del iceberg de un fenómeno general que obstruye la maduración de los niños en las sociedades supuestamente más avanzadas: la invasión de la vida escolar por parte de sus progenitores. Así como se dice que en muchas sociedades el drama alimenticio no es tanto el hambre como la obesidad, en muchas de nuestras sociedades el drama educativo no es el desinterés o la falta de implicación de los padres en la educación de sus hijos, sino al revés, su exceso de celo y su intromisión continua en el espacio escolar.
La autonomía que pretendemos inculcarles no debería ser un eslogan hueco que cacareamos mientras les revisamos la agenda, miramos el Whatsapp de padres e intentamos enterarnos de todo lo que han hecho o dejado de hacer.
Liberad a vuestros hijos
El sentido original de la educación pública obligatoria era precisamente que los niños se librasen de sus padres. Sí: que no estuviesen condenados a repetir las particularidades de origen, que no llevaran tatuadas las singularidades de sus progenitores como una condena ineludible. En ese sentido la educación pública obligatoria (da igual si es del estado, concertada o privada mientras esté públicamente regulada) consiste en un ascenso desde lo particular (la esfera privada) a lo universal (la esfera pública).
Todo el empeño de Immanuel Kant en 1784 con ese opúsculo seminal de nuestra civilización que se llamó ¿Qué es la Ilustración?, era hacer posible que los ciudadanos salgan de la mera particularidad de sus hogares y sus trabajos (con todas las sumisiones intrínsecas a esos ámbitos: ser “hijo” o “empleado” o cualquier relación de obediencia) para elevarse a la universalidad igualitaria y libre del debate público.
Olvidarse de ellos mientras no están en casa, dejar que la escuela cumpla su cometido, que sea una ámbito de los niños y de sus educadores profesionales
“¡Sapere aude!”, “¡atrévete a saber!”, el lema kantiano de la Ilustración es todavía el lema implícito de todo sistema educativo en tanto que dispositivo emancipador. Pero en el argumento de Kant, “atrévete a saber” quiere decir: libérate de tus tutores, piensa por ti mismo, sé independiente. Este es el objetivo de toda educación republicana: emancipar (poco a poco) a los niños de sus tutores, convertirlos en sujetos, mayores de edad, ilustrados, críticos, y por tanto, libres.
Confiad en los maestros
¿Cómo podemos contribuir a ese objetivo desde la cantinela cada vez más común de que "los padres deben implicarse más en la escuela", "los padres no deben abandonar a los niños en la escuela y desentenderse de ellos hasta que vuelven a casa"? Eso es lo que deberían hacer. Olvidarse de ellos mientras no están en casa, dejar que la escuela cumpla su cometido, que sea una ámbito de los niños y de sus educadores profesionales, que son los que los van a ayudar a librarse de nosotros. Si esos educadores requieren constantemente de nuestra presencia es que no están cumpliendo su función.
Está claro que este discurso ha calado también en la institución escolar y son los propios maestros y pedagogos los que animan a participar y requieren la continua presencia de los padres en la escuela. La insistencia en los deberes es otra de las actuales taras anti educativas que obliga a los padres a entrometerse en lo escolar. Justamente hoy se protesta contra una ley chapucera que entre otras cosas reduce una vez más los recursos del Estado para la educación. La obsesión con la implicación de los padres en lo escolar es un discurso perversamente aliado con este continuo recorte de los presupuestos públicos para educación.
No debería extrañarnos que al no darles ningún lugar propio, ajeno a nuestra vigilancia, lo acaben buscando en los márgenes y sean libres al modo terrible del “niño criminal”
Más allá de las aulas, incluso los cumpleaños infantiles son entendidos ahora como una reunión lúdica y festiva no ya de los niños vigilados por algún adulto, sino de los padres que se juntan casi todos (el que no va es un mal padre) en una comunidad falsaria, impostadamente amistosa, donde la mayoría de las conversaciones versan sobre chismorreos seudopedagógicos alrededor de los niños, a los que no se deja ya ningún espacio opaco para que puedan jugar sin testigos. No debería extrañarnos que al no darles ningún lugar propio, ajeno a nuestra vigilancia, lo acaben buscando en los márgenes y sean libres al modo terrible del “niño criminal” que describió Jean Genet ya en 1948.
¿Tan aburridas, tan poco interesantes se han vuelto nuestras vidas que tenemos que estar metidos todo el día en un chat colectivo cuyo tema es la vida de nuestros hijos? Para ayudarlos a ser sujetos no hay más remedio que dejarlos de tratar como nuestros objetos.