The Beatles, The Rolling Stones, David Bowie, Pink Floyd, Radiohead, Elton John, Led Zeppelin, The Who, The Smiths, Queen... Reino Unido ha sido el nido de la influencia musical mundial, la cueva fértil del talento, la madre que ha mecido la cuna planetaria. Llevamos las canciones anglosajonas grapadas en alguna parte de nuestras biografías: hablan por nosotros y lo seguirán haciendo aunque no nos arrope el mismo manto europeo. Son ADN, extracto de médula. A sus nativos les debemos Oliver Twist (Charles Dickens), Rebelión en la granja (George Orwell), Orgullo y prejuicio (Jane Austen), Las aventuras de Sherlock Holmes (Arthur Conan Doyle), Charlie y la fábrica de chocolate (Roald Dahl), Un mundo feliz (Aldous Huxley).
La lista es imposible: siempre aparece un genio más. De Rudyard Kipling (El libro de la selva) a Irvine Welsh (Trainspotting) pasando por Virginia Woolf (Las olas). Una cultura que -también- mamamos desde niños, que nos configuró de adolescentes, nos ensanchó la imaginación, las pasiones y el espíritu crítico. Nos empapó de Tolkien (El señor de los Anillos) y de Lewis Carroll (Alicia en el país de las maravillas) hasta desembocar en el mismísimo Shakespeare. Nos sacudió la estrechez mental, nos dilató las miras, nos hizo valorar tanto lo ajeno que acabó pareciéndonos propio. Aunque dijera el irlandés James Joyce que "pase lo que pase, lo correcto es largarse" y Charles Chaplin asegurase que "mirada de cerca, la vida es una tragedia, pero vista de lejos, parece una comedia". Siendo -como somos- hijos inequívocos de algunas de sus herencias artísticas, ¿conseguiría usted el pasaporte cultural post-brexit a Reino Unido? EL ESPAÑOL le invita a comprobarlo con este test.