"Los barceloneses han estado sufriendo durante varios años los atentados terroristas a diario, hasta el punto de haber tenido que construir un carruaje especial para recoger explosivos en la vía pública. Han visto desiertos sus teatros, cafés, restaurants, hoteles y paseos públicos por miedo a estos atentados, y han estado privados de todo honesto esparcimiento ante el temor de que el sitio de recreo fuera la antesala del cementerio”. Con esta contundencia resumía El Siglo Futuro en julio de 1907 la situación de miedo y caos que enfrentaba la ciudad.
Las fuerzas catalanas se quejaban, una y otra vez, de que el Gobierno se desentendía de la situación. De hecho, no eran pocos los convencidos de que detrás de muchas de estas bombas podía haber intenciones políticas ajenas al anarquismo. Y desde luego, noticias como la detención de Joan Rull, un terrorista convertido en confidente, que cuando escaseaba el trabajo no tenía reparo en poner él mismo bombas para así generar demanda de sus servicios; o la del teniente de la Guardia Civil Morales, quien montó un complot ficticio para después apuntarse el tanto de desmantelarlo, no ayudaban.
Finalmente, las fuerzas catalanistas consiguieron crear un cuerpo propio para luchar contra el terrorismo anarquista, la Oficina de Investigación Criminal (OIC). Y para mantenerla fuera de la influencia del Gobierno Central, trajeron para dirigirla al inspector jefe de Scotland Yard Charles Arrow, quien decidió acogerse a la jubilación anticipada a cambio de aceptar un suculento contrato que le garantizaba tres años de trabajo, cobrando 800 libras el primer año y 1.000 el tercero.
Su llegada causó conmoción entre la prensa y el público. Eran los años en los que la figura de Sherlock Holmes era sumamente popular, y las comparaciones eran inevitables. Por ejemplo, El Imparcial señalaba que "uno de sus principales recursos es lo maravillosamente que se caracteriza en los disfraces". La prensa glosaba hitos suyos como el haber detenido a los autores del lanzamiento de una bomba en el Parlamento londinense, para lo que se habría pasado un invierno entero haciéndose pasar por un borracho que dormía la mona en bancos de las zonas del hampa, o cómo "domesticó" a un preso anarquista que amenazó degollarle designándole para que le afeitara periódicamente a navaja.
Sin embargo, y a pesar de ese aura, Mr. Arrow no comenzó con buen pie. No sentó nada bien, en un momento en el que la policía estaba muy mal pagada y carecía de medios, que se instalara, junto con su mujer y su hijo, en una suite del lujoso hotel Ranzini, o que no hablara ni una sola palabra ni de castellano ni de catalán. Además, las fuerzas que le prometieron distaban mucho de lo que se encontró en realidad: la OIC disponía de dos inspectores, dos administrativos, cuatro sargentos y treinta agentes. El mismo Arrow habló de que se traerían 80 agentes especializados desde Inglaterra, pero eso nunca ocurrió.
Arrow manifestaba sentirse grandemente sorprendido por el extremo rencor existente entre catalanes y castellanos, que comparaba con el que mantenían irlandeses e ingleses
Para colmo, la OIC tuvo que enfrentarse con el confuso panorama político del momento. Por supuesto, el nuevo cuerpo contaba con la desconfianza del gobernador civil Ángel Ossorio, y los Mozos de Escuadra a las supuestas órdenes de Arrow respondían también ante el ministro de la Guerra. Tampoco la policía ni la Guardia Civil le mostraron colaboración. Igualmente, la OIC fue víctima de las contradicciones y las luchas de poder de los grupos que habían propiciado su creación, aliados en la coalición Solidaridad Catalana, que agrupaba a partidos tan diversos como los regionalistas, los carlistas, los integristas o los republicanos no lerrouxistas. Así, la OIC no tardó en ser tachada de "policía burguesa".
Arrow nunca terminó de sentirse cómodo en su puesto. Ejerció además de espía para los ingleses, a los que informó de sus sospechas de que, en el censo de posibles terroristas en Barcelona (que estimaba en quinientos), abundaban los extranjeros. En esos mismos escritos manifestaba sentirse "grandemente sorprendido por el extremo rencor existente entre catalanes y castellanos", que comparaba con el que mantenían irlandeses e ingleses. Su propio cuerpo fue infiltrado por informadores de todas las fuerzas que confluían en la ciudad.
Así, no es extraño que llegara un momento en el que poco más pudo hacer, y que aprovechara para pasar sus vacaciones en San Sebastián. Las críticas arreciaron por su falta de resultados y eso, unido al hecho de que finalmente Ossorio logró poner orden en la policía, convirtiéndola en más eficaz, terminó llevándole a su destitución, el 10 de agosto de 1909, antes del fin de su contrato. Pocos días después, descubriría que, en realidad eso había sido un alivio: la aparente calma dejó paso al estallido de la Semana Trágica. A su vuelta a Inglaterra, Arrow creó una agencia privada de detectives y terminaría escribiendo sus memorias, en las que incluyó un relato muy mejorado de su experiencia en Barcelona.