Esther Ferrer (San Sebastián, 1937). Junto con Juan Hidalgo y Walter Marchetti formó parte, durante 30 años, del grupo de arte vanguardista ZAJ, que rompió esquemas en España. La music-action y la performance entraron aquí con ellos. Se casó con el músico Tom Johnson, con quien vive en París. En 2008 fue Premio Nacional y en 2014 recibió el galardón más importante de las artes de este país, el Velázquez. Expone Entre líneas y cosas. Habla en primera persona.
Entre líneas y cosas se llama la exposición que presento en el Centro Tomás y Valiente de Fuenlabrada. Hablando con Margarita Aizpuru, la comisaria, llegamos a la conclusión de que había una parte de mi trabajo muy poco conocido, las estructuras con hilos. Y, por otra parte, yo he trabajado siempre con la idea de lo cotidiano, y más cotidiano que una mesa y una silla no existe. O sea, que los dos ámbitos entraban en el concepto de líneas y cosas.
Soy muy ajena al paso de la vanguardia a la posmodernidad. Yo parto de la idea de que para mí el arte es algo que yo necesito hacer. Cuando me preguntan si me considero una artista conceptual, digo: “Yo me considero una artista”. Lo que sería discutible también. Todo esto de conceptual o no conceptual, transvanguardia o vanguardia, todos estos conceptos me son ajenos.
Se vuelve a la narración hasta en la performance porque da seguridad. Si a un niño le quieres dormir, le cuentas un cuento
Claro que ahora, en la posmodernidad, se está repitiendo aquella vanguardia. Como en la moda, siempre hay un revival. Mi madre siempre nos decía que guardáramos la ropa porque la moda cada 25 años vuelve. En arte pasa lo mismo. El momento que estamos pasando ahora es muy amargo para todos y no sé hasta qué punto se vuelve al pasado por una cierta seguridad.
¿Por qué estamos volviendo a la narración en la literatura y hasta en la performance y el vídeo? Se vuelve a la narración, y a la figuración, porque da seguridad. Si a un niño le quieres dormir, le cuentas un cuento. Y pienso que esto es una consecuencia de la situación política y social.
El músico y pintor francés Henri Chopin me decía que yo era la gran dama de la vanguardia. ¡Qué horror! Sí soy la más vieja, ¡tengo 78 años! No tengo jubilación, pero sigo haciendo lo que quiero. Hay que pagar un precio, como todos los artistas que hacen un arte fuera de las estructuras de poder.
En España nadie te hace caso durante mil años, y de repente te dan el Premio Nacional de las Artes y, luego, además, el Velázquez
Hace un año me dieron el Premio Velázquez de las Artes Plásticas aquí. ¡España es un país raro! ¡Que a una artista como yo le den el Premio Velázquez! Estoy segura de que en Francia a un artista como yo no le darían nunca un premio así. En España nadie te hace caso durante mil años, y de repente te dan el Premio Nacional de Artes Plásticas y, luego, además, el Velázquez.
Nosotros fuimos los que empezamos aquí a hacer acciones. Juan Hidalgo y Walter Marchetti, con Barce, Castillejos y Marco, introdujeron el movimiento en 1960, que estaba ya en Europa, América y Japón. De la music-action a la performance. Yo empecé con Juan y Walter en el 66.
Ahora vivo en París. Un París que ya conocía. Fui a París a finales de los años 50, para estudiar arte, que no estudié, pero aprendí muchísimo de todo. Nací en San Sebastián en 1937. Mi padre trabajaba en AEG. El bachillerato lo comencé con las monjas de Santa Teresa, como está mandado. Durante mi infancia mi casa era como un cuartel, tres chicos y seis chicas. La infancia, la típica en una clase media española.
Estuve 30 años con ZAJ: poesía visual, mail-art, happenings, performances. Me permitió desarrollar mi trabajo
Al acabar el bachillerato me matriculé en la Escuela de Asistentes Sociales, recién fundada. Y, al acabar, me puse trabajar como asistente social en Contadores de la Unión, y tuve todos los problemas del mundo con un jefe de personal espantoso. Pero a mí lo que me interesaba era el arte y me fui a París.
Luego, no sé por qué, volví a España y estudié Periodismo en Pamplona, hasta que me echaron. Todos los fines de semana iba a San Sebastián. Allí, José Antonio Sistiaga, un pintor que viajaba mucho, fue mi mejor fuente de información. Con él creé el Taller de libre expresión infantil, en pleno franquismo. Fue Sistiaga el que un día me dijo: “Oye, vienen a San Sebastián unos amigos míos de Madrid que hacen unas cosas un poco raras y me han dicho que están buscando una mujer”.
Eran Juan Hidalgo y Castillejos. Hice una acción con ellos, y nos fuimos a cenar. Los dos me preguntaron: ¿A ti te gustaría seguir trabajando con nosotros en ZAJ? Era el 66, y contesté que sí. Yo conocía más Fluxus que ZAJ. Estuve 30 años con ZAJ: poesía visual, mail-art, happenings, performances. Me permitió desarrollar mi trabajo. Viajamos y aprendimos mucho.
En 1972, los Encuentros de Pamplona los vivimos con John Cage. Vino a nuestro concierto, que tuvimos que cortar porque entró la Guardia Civil
En España, cuando te presentabas delante de un público que no tenía ni idea, era fascinante. En Bilbao cuando hicimos una de nuestras acciones, El caballero de la mano en el pecho, fue un escándalo. La acción era que salía yo y miraba al público un tiempo; al cabo de un rato, salía Juan y nos quedábamos mirando al público; luego, él me ponía una mano en un pecho, estábamos otro tiempo y nos íbamos. Pues en Bilbao hubo un espontáneo que subió a escena y me puso la mano en el otro pecho…
En 1972, los Encuentros de Pamplona los vivimos con John Cage. Vino a nuestro concierto, que tuvimos que cortar porque entró la Guardia Civil, y dijo que a ZAJ lo tenían que conocer los americanos y que nos iba a organizar una turné. Y nos la organizó. En enero del 73 fuimos a Estados Unidos casi un mes. Allí conocí a mi marido, Tom Johnson.
Mi marido, compositor y matemático, compuso la primera ópera minimalista de la historia, La ópera de cuatro notas. Le conocí en New York, en el estudio de Merce Cunningham, que de vez en cuando invitaba artistas. Como Cunningham y Cage eran los “papas” del Nueva York Underground, allí iba todo dios. Y Tom estaba allí.
A mí el límite me da seguridad, pero también el límite está hecho para transgredirlo
Después del viaje a Estados Unidos, volvimos a España. Con Franco ahí, me dije: “No lo soporto”. Me fui a París sin nada, como la primera vez. A partir de entonces, trabajamos en el extranjero más que en España. Y con ZAJ, hasta la exposición en el Reina Sofía, en el 96. Al día siguiente de la inauguración, se disolvió ZAJ. Y no cambiaron mucho las cosas porque incluso durante los 30 años de ZAJ cada uno trabajaba por su cuenta.
A mí me han gustado siempre el absurdo porque el mundo me parece absurdo. Y me han encantado desde Jardiel y “La codorniz” en España, a Jarry o Ionesco en Francia. Y los temas que me interesan son el tiempo que pasa, el espacio y la presencia.
Luego, la idea de infinito del universo siempre me ha fascinado. En los años 70, antes de mis instalaciones espaciales, empecé con los números primos y la serie me llevó al infinito. Y a los límites. En el 99 representé a España en la Bienal de Venecia. Una de la obras fue El marco del arte. En la idea del marco del arte está la idea del límite. A mí el límite me da seguridad, pero también el límite está hecho para transgredirlo.
Ahora hay algo admirable en España, que no hay en Francia, Podemos. Luego, pasará lo que pase
Desde París veo a España rara. A veces tengo allí la idea de que se ha llegado ya al límite aquí, y se va empezar a arreglar todo. Llego aquí y todo va a peor. Ahora hay algo admirable que no hay en Francia, Podemos. Luego, pasará lo que pase. En Francia está la derecha de Le Pen, la derecha de Sarkozy y la derecha de Holande. La izquierda ha desaparecido. Ciudadanos es la cara honrada del PP, hasta que no se demuestre lo contrario.
Con Rajoy no es que se haya parado el reloj de España, es que ha ido hacia atrás. Además, la corrupción. Yo me digo: “Pero qué ricos éramos, y no lo sabíamos”. Sin embargo, creo en España. Hay un “tercero” que es anómalo y eso es bueno. En arte se dice que la periferia es la que cambia el centro. A lo mejor esta periferia de Podemos puede cambiar el centro. Depende de su inteligencia. Pero los cambios de España pueden cambiar Europa. Quizá no se consiga, porque todo se pervierte.
No tengo nada contra la participación en el arte, pero no me gustan los juegos para adultos. Veo la intención de infantilizar al otro
A los políticos el arte les interesa si les da votos. Derechas e izquierdas, arriba y abajo, hay pocas diferencias. ¿El arte, hoy? Ahora en el arte tienes que crear estructuras para que el público participe. No tengo nada contra la participación, pero cuando es fruto de una reflexión, un instinto o un deseo. No me gustan los juegos para adultos. Veo la intención de infantilizar al otro. La infantilización social bajo el Estado protector.
Tengo una serie de proyectos en la cabeza que me gustaría hacer, como al niño le gustaría ir a jugar con sus amigos. Querría seguir con los números primos. Pero no me preocupa si me muero antes.