Para los ultra tímidos y algo asociales como yo es una moda bastante traumática. Cada vez son más los restaurantes de mesa única. Ya sea por razones de espacio, o porque se ajusta a la filosofía culinaria del chef, o las dos cosas. ¿Cuál es la etiqueta en este tipo de situaciones? ¿Hay que presentarse a los desconocidos con los que compartirás la comida codo con codo (literal)? Se acabó la diversión de criticar las pintas de tus vecinos, que te oyen. ¿Se cruzarán las conversaciones? Si ya de normal me pongo rojo cada vez que fotografío los platos con el móvil, aquí ni podré disimular. ¿Se convertirá todo en una mesa de boda o bautizo cuando llevemos unas copas?
La respuesta a todas estas preguntas la encontramos en una reciente visita a Roma. Cenamos (con reserva) en el restaurante Mazzo, en el barrio de Centocelle, un poco alejado del centro turístico de la ciudad, aunque se puede llegar fácilmente en tranvía. El menú -y también la oferta de gin tonics- está escrito con tiza en las paredes grises del minúsculo local. 'Derecho al infierno', reza en español un cartel en la puerta de acceso a la cocina, que puede verse desde la sala a través de dos ventanas. La mesa única, sin mantel, es de tablas de madera, adornada únicamente con un precioso ramo de tulipanes blancos. Este sábado seremos 13 comensales: mi acompañante y yo, una familia con dos niños pequeños, dos parejas maduras y tres amigos (dos chicas y un chico) más jóvenes.
No, las conversaciones no se cruzan. Cada grupo actúa (actuamos) como si estuviera en su mesa privada. Sólo los niños intercambian alguna palabra con las dos parejas maduras. Eso sí, es imposible no espiar lo que dicen los otros. A un lado hablan sobre todo de la comida y también hacen fotos. Al otro, de viajes: dudan entre Nueva York, Sevilla, Belgrado o Sarajevo. Somos los únicos no italianos, pero sospecho que también se nos entiende todo. La jefa de sala es la anfitriona perfecta, nunca nos hemos encontrado a nadie tan atento y amable, sin ser invasiva. No hay carta en inglés y nos traduce todos los platos. También nos ayuda con el vino, italiano. ¿Preferimos algo más tradicional o más raro? Escogemos lo segundo y nos ofrece Rosso di Gaetano, un vino ecológico de un pequeño productor de la región de Roma. Un acierto. Muy especiado y delicioso.
El restaurante Mazzo es un proyecto de los chefs Francesca Barreca y Marco Baccanelli, que se autodenominan The Fooders. Ellos mismos se presentan como símbolo de supervivencia e incluso de éxito pese al clima económico y empresarial italiano. Firmaron el alquiler del local en enero de 2012 y pensaban abrir un mes más tarde, pero se acabaron viendo envueltos en una pesadilla burocrática que duró 16 meses, durante los cuales tuvieron que dedicarse al catering y a acontecimientos especiales. Su especialidad es la cocina tradicional romana con toques modernos. No hay menú de degustación: debemos elegir los antipasti, primi y secondi.
Empezamos con un cucurucho de alcachofas fritas, ligeramente rebozadas en tempura y acompañadas de una mayonesa al queso pecorino y sales aromáticas. Ya sabéis que me derrito con las alcachofas. No tengo palabras.
También está deliciosa la tripa a la romana y especialmente su salsa de tomate y queso con menta y albahaca. Mi acompañante se queda con la pasta, que es el especial del día: tortiglione con salsa de caracoles, que le encantan.
Tras haberla encontrado en Lisboa, comprobamos aquí que la castaña se ha convertido en un ingrediente de moda. Es el relleno de nuestro cordero asado, exquisito.
Quizá deberíamos haber probado más tipos de pasta, pero nos reservamos para el postre: fritelle a la canela con crema chantilly, equivalentes a nuestros buñuelos. Si podéis elegir, coged el turno de cena de las 22:00 horas (el otro es a las 20:00) y así da tiempo al gin tonic.
No se puede ir uno de Roma sin haber comido pizza. Es muy recomendable la pizzería gourmet Emma, en pleno centro, entre la plaza de Venecia y el Panteón. No hay que dejarse desanimar por la entrada, semivacía. Desde allí se accede a la sala principal, un sótano iluminado con luz natural por una gran claraboya. De entrante, coliflor y brócoli al vapor y alcachofa a la romana, cocida y con relleno de pan rallado, ajo, perejil y menta.
La masa de las pizzas es ultra fina y crujiente, siguiendo la receta del reputado panadero Pier Luigi Roscioli: mezcla de harinas biológicas, espelta, sal de Bretaña, levadura fresca, agua de Roma y tiempo. Pedimos la de champiñones y la de flores de calabacín y ajo. Muy rico también, y a buen precio, el vino italiano.
Restaurante Mazzo. 54, Via delle Rose, Roma, Italia. Cocina romana tradicional con toques modernos. Precio: 92,5 euros para dos personas (con vino).
Restaurante Emma. 28, Via del Monte della Farina, Roma, Italia. Pizzeria gourmet. Precio: 61,5 euros para dos personas (con vino).