Nuestra memoria de la guerra del ejército estadounidense contra los indios está marcada, inevitablemente, por Hollywood. Pero la huella de lo que sucedió en aquellos años en los que se forjó Estados Unidos sigue aún muy presente, como demuestra la soberbia segunda temporada de la serie Fargo.
Es esa memoria fílmica la que nos ha esculpido nombres como los de Toro Sentado, Caballo Loco o Gerónimo, y que hizo del estúpido sacrificio del Séptimo de Caballería del general Custer un gran símbolo épico. Pero lo cierto es que si hubo un líder indio que marcó aquellos años fue Nube Roja; y si hubo un desastre bélico de verdaderas consecuencias, ésa fue la Masacre de Fetterman (como señalan Tom Clavin y Bob Drury, autores de El corazón de todo lo existente, editado por Capitán Swing, cuando se habla de victorias de los euroamericanos se las califica de "batallas", mientras que las de los indios siempre son definidas como "masacres").
Nube Roja, nacido en 1822, tenía pocas posibilidades de llegar a ser un gran líder, pues su padre era brulé, una de las tribus menos consideradas dentro de los siux; para colmo, murió cuando aquél era muy pequeño de la forma más deshonrosa, carcomido por el matarratas alcohólico que los blancos repartían entre los indígenas. Creció protegido por su tío, Humo Viejo, y fue poco a poco ganándose el respeto de sus congéneres, esquivando las aristocracias locales por su ingenio, su devoción, su frialdad y carisma... y su crueldad. Los indios pensaban que todos iban al paraíso de las Grandes Llanuras para la caza eterna, pero iban como hubiesen muerto: de ahí las inimaginables torturas y mutilaciones que eran capaces de cometer contra los enemigos de otras tribus cuando aún estaban vivos, lo que hacía muy fácil reducirlos a la caricatura de salvajes merecedores del exterminio.
El siglo XIX había ido viendo el lento avance de los blancos, pero el fin de la Guerra de Secesión, que hizo necesaria la búsqueda de utilidad para un ejército que había crecido desmesuradamente, y el descubrimiento de oro en Montana, en el último gran territorio de caza del búfalo que aún quedaba, precipitó los acontecimientos. Un intento teatral de llegar a un tratado de paz en Fuerte Laramie, en la primavera de 1866, quedó en nada cuando, aún antes de la firma, un regimiento al mando del comandante Henry B. Carrington penetró en el territorio sagrado del río Powder (entre el sur de Montana y el noroeste de Wyoming) para proteger la ruta Bozeman, la seguida por los miles obsesionados por el oro.
Nube Roja nunca firmó el tratado y consiguió unir un ejército formado por aportaciones de numerosas tribus. Pero lo más importante fue que consiguió dotarles de estrategia, algo impensable en una cultura que respetaba enormemente la individualidad. Y además, aplicó lo que llevaba décadas haciendo: estudiar profundamente al hombre blanco, conocer sus contradicciones y debilidades. A cambio, los oficiales formados en West Point subestimaban a los indios, y los veteranos de la Guerra de Secesión no comprendían que no iban a una guerra tradicional.
El momento álgido de Nube Roja vino cuando, después de meses de hostigamiento, el 22 de diciembre de 1866, consiguió una aplastante victoria contra los hombres del capitán William Fetterman, que habían salido del Fuerte Phil Kearny para auxiliar a un destacamento maderero. Era un señuelo en el que estuvieron a punto de no caer; pero cuando Caballo Loco se bajó los pantalones y les mostró el trasero desnudo, cargaron contra él, precipitándose a una trampa mortal: miles de indios surgieron de los bosques y literalmente esparcieron las tripas de los ochenta hombres sobre la nieve. Cuando el relato de Carrington sobre lo que se habían encontrado al ir a auxiliarles llegó al Este, la conmoción sacudió Washington.
Sin embargo, era imposible defender toda la ruta, y en 1868 fue inevitable firmar un tratado en el que Estados Unidos reconocía la derrota y evacuaba el territorio, dejándoselo sólo a los indios. Nube Roja se convirtió en un respetado estadista que visitaba Washington con cierta frecuencia y era recibido en los salones de Nueva York.
Lo curioso fue que, a pesar de ese triunfo, los indios acabaron derrotados por el mero impulso de la civilización. El ferrocarril terminó de llevar a los blancos hasta los rincones más alejados, y las nuevas armas prácticamente exterminaron a los búfalos que quedaban. Si querían sobrevivir, a los indios no les quedó más remedio que dejarse encerrar en las reservas. El primero, su líder, que terminaría muriendo en 1909 en la de Pine Ridge, como un abuelo que vestía de forma occidental y llevaba a sus nietos a la escuela. Viéndole resultaba difícil creer que había dado nombre a uno de los mayores hitos históricos de la nación, la Guerra de Nube Roja.