Como en otras épocas, también el teatro, lenguaraz, retrata el ambiente que se vive en la ciudad. "El pueblo ha aprobado infinidad de leyes contra vosotros, pero ley que se aprueba, ley que vosotros os saltáis a la torera; siempre encontráis alguna escapatoria. Para vosotros la ley es como el agua caliente: enseguida se enfría". Lo dice un dramaturgo llamado Plauto. Un cachondo. No estamos en España, sino en Italia antes de ser Italia, o sea, en Roma, en el siglo II a. C. El texto es de una de sus obras y se refiere a los banqueros. Ya ven. Se adelantaba unos 2.200 años a cualquier cosa que hoy podamos contar sobre Bankia, Rodrigo Rato o las cuentas en Andorra de la familia Pujol.
La cita, como el resto de las referencias que siguen, están incluidas en Corrupta Roma (La Esfera de los Libros), un volumen escrito por el historiador Pedro Ángel Fernández Vega que se centra en un periodo triunfante para la república en lo militar pero convulso en lo político. Los años son, aproximadamente, los de la II Guerra Púnica, que enfrentó a Roma con Cartago. El centro del mundo en aquel momento -sobre todo porque resultó triunfante, habría que ver que hubiera ocurrido de ganar Aníbal- recibía a sus héroes celebrando triunfos, que es como se llamaban a los desfiles por la ciudad de los generales, cónsules o tribunos con sus tropas, el botín, los prisioneros...
La corrupción había estallado con el caso de Escipión. La sombra de la duda se instaló de forma permanente en la política
El botín. Cómo no. Ahí empezaba el conflicto. Los botines de guerra constituían buena parte de los ingresos de entonces. Eran como sus Presupuestos Generales del Estado, pero sujetos al azar del campo de batalla, que no era tal azar en realidad: "Hay historiadores que opinan que la sociedad romana se construyó especialmente para la guerra", recuerda el autor, citando, como hace en todo el libro, a otros expertos y a fuentes clásicas. Muchos generales vendían el botín antes de llegar a Roma y se presentaban con su valor ya intercambiado. Una práctica que dificultaba el control del Senado.
El libro es un viaje interesante por la historia de medio siglo aproximadamente, en el que el historiador explica la composición de cada botín, las enemistades, las trampas y trucos para conseguir el favor del pueblo... Detrás de todas ellas aparecen dos bandos, conservadores y cercanos al pueblo -¿PP y PSOE?-, luchas de clases entre la nobilitas y la plebs que irrumpía en el escenario político -Podemos ya existía, a su manera- y dos bandos enemistados a muerte, los Fabios (con apoyos en la plebe) y los Claudios (la plebe urbana y los adinerados ecuestres).
Y, en primer plano a menudo, y a veces de fondo, en el libro se repite una obsesión constante, la de Catón por hincarle el diente a Publio Cornelio Escipión, el célebre Escipión el Africano, un gran militar, pero también un político de ética y comportamiento cuestionada.
Más que detenernos en detalles, juguemos a imaginar cómo se leerían en clave romana los principales escándalos de la España de hoy. O al menos algunos. Si hay que hablar de todos no acabamos. "El caso de los Escipiones destapó, sin embargo, la controversia de los botines", explica en un capítulo Fernández Vega. "La corrupción había estallado y se había declarado y reconocido. La sombra de duda quedaba instalada de manera permanente, y lo que hasta entonces era vox pópuli tomaba el carácter de algo verificado y comprobado". Un estado de cosas. Como ahora.
Conviene advertir que en ningún caso las circunstancias son idénticas. Las similitudes entre épocas y sistemas políticos tan dispares se limitan a algunos detalles, pero no dejan de hacer aflorar una sonrisa, amarga eso sí, en el lector. Allá vamos.
Los ERE y el PER
Veamos: un dinero público que debería haber sido dedicado a usos para el pueblo y que, en vísperas de unas elecciones, se hace público que ha sido usado para enriquecimiento personal no de un individuo, sino de toda una camarilla implicada. Sí, podría ser el auto instruido hasta hace poco por la jueza Alaya. Pero hablamos del Caso Glabrión. En el año 189 a.C. se debía elegir un censor, un cargo codiciado. Optaba, entre otros, Glabrión, que venía de triunfar militarmente en Etolia. "El favor popular se decantaba por éste porque había repartido muchos congiarios con los que había comprometido con él a buena parte de la población".
Los congiarios eran repartos gratuitos de aceite y vino. Era legal, todo hay que decirlo. ¿Alguien se acuerda del PER? "El malestar con Glabrión era evidente, bien porque hiciera algo no bien visto, o, más probablemente, porque lo había hecho antes de las elecciones, encubriendo una compra de votos", dice el autor. Así que era legal... pero no legítimo. Mentir en la descripción de las batallas ganadas fue otra práctica repetida. Un general decía que había abatido a nueve mil enemigos... Pero luego no eran tales. "Bajezas y escandalosas infamias" para obtener triunfos y sus réditos políticos. Tan inexistentes como los cursos de los ERE.
El muy honorable Pujol
Seguimos con Glabrión. Catón, el enemigo acérrimo de Escipión, también hizo de Juez Ruz aquí. O de Alaya... O del juez del juzgado de instrucción catalán donde está el sumario del molt honorable Jordi Pujol. Y es que, además de sus dádivas en aceite y vino, le acusaron de llevarse del botín de guerra. Catón declaro "no habr visto en el triunfo los vasos de oro y plata que estaban entre el resto del botín". Aunque, en este caso, reconoce el autor, la declaración de Catón fue "un ejercicio de control de dudosa ejemplaridad". Había un cargo de por medio y muchos intereses. Pero también subraya sobre los botines de entonces: "No hay duda alguna acerca de que, tanto los soldados como el erario recibían una parte, pero que una parte sustanciosa -las manubiae- quedaba en manos de los generales. Pero, ¿en qué régimen quedaba?". Cambien general por president y...
Seguimos con el ejemplo. Si han oído hablar del 4% todo esto que ocurría en Roma les sonará: "La corrupción implícita en la gestión del botín existió y no existió al mismo tiempo. La apropiación parcial era a la vez censurable pero esperable y aceptada. Sin embargo, no podía ser explícita y obvia y podría quedar encubierta a través de dispendios públicos -juegos- o sagrados -templos- que legitimaban el gasto y reportaban fama".
Bárcenas y las trituradoras
Corría el año 187 a.C. No, el PP no existía entonces, tampoco Mariano Rajoy ni Luis Bárcenas. Fue el año en que, probablemente, se inició un proceso contra Publio Cornelio Escipión por "haber recibido el dinero del rey Antíoco para hacer más favorables y moderadas las condiciones de la paz con el pueblo romano". Señala el autor: "Se le acusó de apropiación indebida de dinero más con sospechas que con argumentos". Fue un proceso político: acabó acusado de alta traición -perdullio- y colusión con el enemigo. "Había sido tratado por Antíoco como si la guerra y la paz con Roma estuvieran exclusivamente en sus manos".
Un episodio curioso lo muestra atrapado por la Lex Petillia, la iniciativa de los Petilos promovida por Catón. Parece que "atrapó primero a Lucio [el hermano de Pbuclio Cornelio Escipión], y que, después fue cuando el Africano rompió los libros de registro en defensa de su hermano". Las máquinas trituradoras de papel de la época. Escipión no fue condenado, pero sí se le quemó políticamente. Se retiró a Literno y allí murió pocos años después. En el juicio participó Tiberio Sempronio para defender a Escipión. Eran rivales, pero había estado a sus órdenes y le debía lealtad, un concepto clave para los romanos. ¿Recuerdan aquel sms, "Resiste, Luis"?
Caso Rato
Éste es fácil: "Existía un precedente de un cónsul condenado en la asamblea por una acusación de peculado, tal vez un reparto injusto del botín o sobornos, tras su consulado en 219 a.C. que se marchó al campo y esquivó toda vida social. Se trataba de Marco Livio Salinator", cuenta el autor. "El exilio de Salinator probablemente conmutaba una multa; el de C. Fulvio Flaco y el de un grupo de republicanos en 212 permitió evadir penas capitales". Curiosamente, en el 210 los cónsules le obligaron a volver a la política en Roma contra su voluntad.
Caso Gürtel
Financiación ilegal de partidos, lo que se dice así, no existía como tal. Pero si pensamos en la carrera política de los prohombres romanos, la riqueza jugaba un papel importante. Y no siempre se ganaba limpiamente. Los botines de guerra eran parte del día a día de Roma. Pero hubo casos en que no fueron aprobados. Cneo Manlio Vulsón entró triunfal en Roma el cinco de marzo del 186 a.C. Venía de vencer en Asia. Pero parece que Manlio Vulsón extorsionaba a las ciudades, incluso si eran pueblos aliados de Roma como los gálatas. "¿Cuál de estos pasos se dio, Cneo Manlio, para que podamos considerar que esta es una guerra oficial del pueblo romano y no un acto personal tuyo de bandidaje?", inquirió al militar uno d elos comisionados del Senado. Le afearon haberse comportado como un "cónsul mercenario con un ejército romano". Su triunfo, aunque legal, fue moralmente cuestionado y degradado (no todos los desfiles se celebraban de la misma forma).
Bankia y las preferentes
Para entender a fondo la complejidad del fraude de los naufragios hay que leerse el libro, donde se explica quiénes eran los redemptores y por qué el Senado acudía a ellos como adjudicatarios en época de guerra. Pero básicamente: "Se les adjudicaron los contratos y se gestionó un servicio público con dinero privado", cuenta el romano Livio. Estos empresarios sabían que "nadie iba a exigir el pago hasta que finalizara la guerra". Allí había depositados los pagos de dueños de esclavos cedidos al Estado para combatir, los depósitos de huérfanos y viudas y las soldadas de jinetes y centuriones. Sí, parece que entonces también hubo quien la lió con las preferentes. Fue el Caso Bankia de Roma.
"El fraude estuvo en la cláusula de seguridad de los naufragios", cuenta el autor del libro, pero hubo otra circunstancia que enardeció los ánimos: "Se trataba de un agravio que se hubiera eximido de servicio militar a quienes revelaban ser unos defraudadores". Fue "un fraude premeditado y reiterado, en tan sólo dos años de vigencia de los contratos". Y, como ocurrió con UPyD, la intervención judicial partirá de instancias populares, de "dos tribunos de la plebe exasperados" al ver "que el hecho suscitaba animosidad y escándalo".
Nóos, Palma Arena y Urdangarín
"Hombre de la nobleza a la vez que popular, pero que había conseguido influencia a base de malas artes, había sometido al Senado a su control y al de la Plebe". No hablan de Iñaki Urdangarín ni del Palma Arena. Las palabras son de Livio, historiador clásico, y se refieren a Pacuvio, el medix tutticus, la máxima autoridad de Capua, ciudad que había traicionado a Roma por Cartago. Una urbe "que, debido a un largo periodo de prosperidad y de tener la fortuna de su parte, se había entregado al vicio". Reflexiona el autor: "Bonanza económica y prosperidad se asocian a vicio y corrupción, y se responsabiliza de ellos a una plebe incontrolada". Podríamos traducir a día de hoy: boom del ladrillo, burbuja inmobiliaria, y la culpa de la crisis la tienen los desahuciados. Capua corrió una suerte sangrienta.