Sí, se ríen de nosotros al hacernos creer que existe algo en ese conglomerado de músculo. ¡El problema es nuestro, queridos espectadores! Siempre es nuestro; no nos engañemos. La libertad es un lujo que no todo el mundo nos podemos permitir, ¡pero la fidelidad, señores, no es una imposición, una orden, algo que te aprisione por orden y mandato! No, no: la elegimos. Nosotros decidimos si queremos vivir en pareja o no. Si estamos enamorados, o no. Si nos embarcamos en una relación abierta, o no. Son códigos, ¡existen tantos y tan libérrimos! Tantos y tan laxos. Oye, que estamos en el siglo XXI para algo.
Por eso cuando veo La isla de las tentaciones no puedo dejar de pensar que qué mal está hecho todo: que antes, como las películas de miedo, todo era otra cosa. Había verdad, había preocupación por que se notase la verdad. ¡Córcholis!, qué mínimo. Los que vemos televisión nos merecemos eso: que nos llegue, que nos traspase. Que exista alguna lámina, capa de autenticidad. Y no, en el nuevo reality de Telecinco no veo nada de eso. Mira que cuando empezó le di oportunidades, pero, mire, no: ya lo he dicho en dos ocasiones y no me quiero volver a repetir.
Si ustedes, Mediaset, me venden una historia de que cinco parejas desean probar experiencias nuevas, experimentar en sus relaciones, echarle picante y morbo a la historia... ¡me lo creo! Leñes, ¡hasta lo veo con fervor! Pero lo que no me pueden meter con calzador es que esos especímenes que pululan por esas villas son almas heridas, amorosas y enamoradas, seres arrobados de amor que respiran y sienten desde un mismo pulmón y corazón: el de su pareja. No, no y no. Ya algo, de base, está tocado de muerte. Eso es engañar al espectador, aquí y en China. Claro que, también os digo, nadie se dejó engañar. Y quien sí, que se lo haga mirar.
Esto es un formato viejísimo que Paolo Vasile (67 años) saca a pasear de cuando en cuando. Es un despropósito, se mire por donde se mire. Que me perdone Dios, que me perdone Vasile. Es la verdad: yo me revuelvo y me escandalizo. Es que aquí no hay sentimientos, ni normas: esto es Sodoma y Gomorra. Lo vuelto a decir. Todos ellos, ellas y ellos; ellos y ellas, son seres enamoradísimos -y celosísimos- y que van allí a demostrarse fidelidad. El problema, malvado programa, es que les ponen en el camino a dioses del Olimpo, a féminas de tomo y lomo, que... hups, ¡me gustan! ¿Qué hago, Dios? Amor, arráncame los ojos; sácamelos de las órbitas.
Si tú no estás, ¡solo veo músculo y curvas! Una cosa y la otra, ¡e incluso en bucle y solapándose! Y, claro, pasa lo que pasa. Pasa lo que le ha pasado a Fani, que la pobre, pobrísima, solo tenía ojos para Christofer, pero se tropezó en su camino un tal Rubén. Todo escultura, sonrisa, buenos modales y complexión de echar aparte. Yo me resistí, lo juro, Altísimo. Pero la carne es débil, usted bien lo sabe. "Me vas a llevar por el mal camino", amonesta ella con boca pequeña, pero, a los tres segundos, suelta, poderosa y libre: "¿Nos vamos a la cama?". Castígame, Dios. Me flagelo. Pero que me quiten lo bailao.
Se ha tratado del primer edredoning como tal de la edición y lo han protagonizado Fani y Rubén. Él, abajo; ella, encima. En ropa interior los dos. Puntualizo: él, libre; ella, en pareja. Todo se sucede y la pareja oficial de Fani, Christofer, se rompe ante todo esto: "¿Qué te pasa, qué coño estás haciendo?". Lo dice convulsionando. ¡Alma de cántaro, nunca fue amor! ¿No lo ves, hijo mío? Pues no. Como tampoco lo hace Ismael, mi Ismael. Ese alma límpida y de luz. Ese niño que siempre apetece arropar y cantar una nana. Vio al llegar que el otro -siempre hay uno por aquí- le echaba crema a su pareja cercando su parte íntima y él se rebotó.
Sí, pero con inocencia. Como lo hacen los zánganos bonachones. Como los enamorados que solo tienen en su objetivo: ojalá esta me esté viendo. Porque les gusta sentirse observados, disfrutan. Yo también soy capaz de hacerlo. Pero Andrea, ay Andrea. Coquetea con Óscar, se deja gustar. "Fuera, tentación, que eres una tentación", suelta ella. "No te rayes, ¿eh?", le dice Óscar, mientras le palmea el trasero. Viéndolo todo, mi pobre Ismael, quien, arrasado por la emoción, apenas si puede hablar.
Pero, esperen, que llega el tonto y el engreído de Gonzalo. Ese cavernícola que nunca debió salir de la cueva, esa en la que viven los trogloditas como él. Este, como todos allí, practica la teoría del embudo ancho y estrecho a su antojo: el primero siempre para él. Nena, aquí mando yo y yo soy el más guapo del reino. En este caso, ¡estoy disfrutando! Su pareja oficial, Susana, está haciendo lo mismo que él: disfrutar como si no hubiera un compromiso. Y me encanta, porque ese imbécil se merece que Bad Gyal le entone al oído su canción de Zorra. Esa que dice así: "Tú la jodiste con todas nosotras (...) Ahora queremos matarte todas (...) Tú eres un mierda, no vales ná, y eso todas lo saben...". No, ya no estoy para tus mierdas.
De momento, ni Fiama y Álex, ni Adelina y José me han llegado ni transmitido. No se merecen mucha mención. Entiéndanme, son iguales de infieles y gente de mal, pero aún no han hecho méritos (suficientes). Al menos, tantos como Fani. Todavía no me puedo quitar esa imagen en la cama con otro. Ojo, que aquí estamos para disfrutar... pero, ¡sin hacer daño a a nadie! Y me creo el sufrimiento de Christofer. Al único, en realidad, al que le doy crédito.
[Más información: La isla de las tentaciones y el amor, debate abierto: ¿sufren ellos más que ellas? ¡Me mojo!]