A primera vista, la vida de Alonso Caparrós (52 años) no podía ser más perfecta a finales de los noventa. Tras fichar por Antena 3 para presentar el concurso Furor, el madrileño acumuló fama, reconocimiento, dinero, casas y coches. Lo que muchos de sus seguidores desconocían era que, detrás de aquel luminoso día a día, había un lado oscuro que lo atenazaba y que acabaría ocasionando su caída en picado.
Lo que inicialmente comenzó como un tonteo con las drogas, se convirtió en un grave problema de adicción que lo acompañaría durante veinte años y a punto estuvo de acabar con él. "Mis vínculos familiares se rompieron por completo, me arruiné económicamente y casi pierdo a mis hijos", asegura en su libro Empieza de cero. Transforma tu interior y consigue una vida nueva, donde comparte su aprendizaje de crecimiento personal y explica cómo se ha enfrentado a sus demonios.
Durante su descenso hacia el infierno, Caparrós contó con apoyo por parte de su familia, que según algunas personas de su entorno lo tenía sobreprotegido, y también de Elena Alarcón, su primera mujer y la madre de su hija mayor, Claudia (23). Aunque se llegó a señalar a la susodicha como responsable del problema del colaborador de televisión. "Viví todo su declive, cuando se vino a Estepona porque no tenía prácticamente trabajo", confesó ella en una entrevista en Sálvame. "He llegado incluso a empatizar y entender por qué me podían culpabilizar. Yo he intentado en lo que he podido ayudarle, pero él es un volcán en erupción que ha hecho lo que le ha dado la gana, y su familia también".
Desde hace ocho años, el madrileño está casado con la logopeda Angélica Delgado, a la que conoció en 2009. De ella ha afirmado que le dio fuerzas cuando se propuso vencer su adicción, reconciliarse con sus padres, conseguir recuperar a sus hijos Claudia y Andrés (fruto de una relación posterior a la que mantuvo con Alarcón) y volver a trabajar. Gracias a la paciencia de Delgado, la meditación y varios retiros, Caparrós fue recuperando las riendas de su vida.
También logró retomar la relación con sus dos retoños, a los que siempre intentó mantener unidos, a pesar de él. El acercamiento con Claudia, que mantiene un perfil público discreto y trabaja como animadora de eventos, se produjo después de que padre e hija mantuvieran una larga conversación en la que Caparrós le pidió perdón por haber sido una persona que pensó más en sí misma que en los demás. "Ibas y venías, me abrazabas y luego te escondías, has sido un desastre y, desde luego, he pasado momentos complicados, te he necesitado muchas veces", cuenta en el libro que le respondió ella. "Pero también es verdad que no te separaste ni un solo minuto de mi lado cuando tuve la varicela; cuando vivimos juntos más adelante, me despertabas todos los días disfrazado de insecto y, cuando dejé el instituto, me llevaste a vivir contigo otra vez y me hiciste volver a estudiar. No lo has hecho tan mal... Y de una cosa estoy segura... sé que me quieres mucho..., y yo a ti también".
Algo más complicado lo tuvo con Andrés, quien al cumplir los dieciocho se enfadó mucho con su padre, le hizo varios reproches y pasó el siguiente año y medio sin hablarle. Un día que no pudo soportar más aquella dolorosa situación, Caparrós se presentó en el portal del edificio donde vivía su hijo pequeño, le avisó de que estaba allí y le dijo que le gustaría darle un abrazo.
El encuentro que se produjo entonces sirvió para que acercaran posturas y retomaran su relación. "La meditación ha sido el descubrimiento más beneficioso como ser humano que he encontrado en toda mi vida", apostilla Caparrós en su libro. "Me dio las herramientas para abandonar definitivamente mis adicciones, los ansiolíticos y otras medicaciones que tomaba, recuperé a mi familia y reconstruí mi economía y toda mi vida en general. Desde entonces, soy capaz de controlar mejor mis temores y me siento más arropado".