"Debajo un botón, ton, ton… había un ratón", decía la canción pero, en este caso, debajo de no uno sino muchos botones, no hay un roedor, sino un maniquí. Gracias al ingenio de Blanca Victoria, un simple maniquí, de esos que utilizan los sastres en sus talleres, de pronto, como por sortilegio, pierde ese aspecto funcional e insulso para convertirse en parte de una increíble obra decorativa.
Amante y coleccionista de botones, casi desde la infancia, Blanca comenzó su hobbie guardando en un bote esas piezas extra que lleva toda la ropa que compramos. Poco a poco, sus conocidos la ayudaron con su afición, donándole sus botones sobrantes.
Ni se le pasó por la cabeza que terminaría dándoles un uso tan especial, ni que crearía con ellos unas "esculturas" en las que los materiales dialogarían entre sí hasta conseguir una armonía especial. Creaciones que dan personalidad y potencian determinados ambientes.
El protagonismo de estas obras está en manos de este diminuto artilugio que, en sus humildes orígenes, unía dos pedazos de tela hasta que la brutal competencia de las cremalleras lo condenó, prácticamente, al ostracismo. Sin embargo, nunca dejó de ser un material sofisticado y codiciado en la alta costura, además de fuente de inspiración de orfebres que reflejaron las corrientes artísticas de cada época, especialmente las de principios del siglo XX.
Dos razones poderosas confluyen y la animan a embarcarse en esta aventura. Una será un giro vital, personal y profesional como es su vuelta de Luxemburgo, donde vivía, y pasar de trabajar en una empresa inglesa, dedicada a las artes escénicas, a una en España y con una actividad radicalmente opuesta.
La segunda, quizá la mas singular fue, como ocurre en muchos casos, una casualidad: una amiga le regala un maniquí para que coloque collares, bolsos o cinturones… Un torso plano, aunque con volumen, de color austero, funcional, que no le atraía en absoluto... Y un desafío lograr transformarlo.
Esa metamorfosis creativa no la lleva a confeccionar el típico traje de tela, que sería lo lógico, sino algo diferente, donde el centro de atención se situaría en esa colección de botones que nunca dejó de crecer. En su primera creación utilizó exactamente 2.000 botones, trabajados artesanalmente, insertados por diminutos alambres uno a uno hasta recubrirlo totalmente y conseguir darle un aire distinto, sofisticado, con personalidad.
Tras Fancy, como bautizo a su primera obra, vienen otras, pero manteniendo siempre la misma premisa filosófica: elevar la categoría del botón.
Un elemento en el que ya es toda una especialista. Los tiene de diferentes partes del mundo, adquiridos en viajes, algunos de materiales preciados como nácar, esmalte, metales, incluso inspirados en épocas históricas como la romana o fenicia, y por descontado los que aportan sus amigos, que siempre tienen presente su afición.
Un trabajo laborioso y artesanal en el que también juega con otros materiales como lentejuelas, telas, cintas, hebillas, flores… pero siempre a las órdenes del botón.
En un boceto plasma la composición y sitúa la colocación de las piezas, milimétricamente, como si se tratase de un mosaico bizantino donde cada tesela tiene que encajar con otra para lograr ese efecto deslumbrante de colorido.
Y así, a golpe de botón como aquel que dice, se ha ido abriendo paso, sobre todo en el mercado europeo y sus piezas decoran desde salones particulares a grandes empresas, tiendas, showrooms...
Diseños exclusivos, en los que intenta tener un nexo de complicidad con el cliente, como el que realizó para la tienda en Londres de la marca de bolsos y accesorios de piel La Portegna, el modelo Vida Mía, que utilizó Isabel Laranjinha para su espacio en la edición de Casa Decor 2015, o el modelo Spring, ubicado en la agencia de publicidad Kepler 22B en Madrid.
El resultado es una forma diferente de decorar un espacio y, sin duda, una obra de arte con muchísimo estilo, a la medida de cada cliente. Piezas como las que muestra en su web, que pueden ser compradas y también alquiladas (temporalmente, para rodajes o sesiones de fotos, para decorar un evento...). Y una manera de dar nueva vida a viejos maniquíes y de reciclar los botones que ya no se usan. ¿Se puede pedir más?