Siempre caprichosa, la moda viene y va, pero el vestido blanco, versátil y atemporal, siempre permanece. Es el perfecto comodín del verano que esta temporada se vuelve irresistible en su versión más sofisticada: asimétrico, ceñido al cuerpo y con cortes estratégicos que de dejan ver piel.
Da igual su silueta, longitud, estilo o patronaje, el vestido blanco se adapta a todos los escenarios, y resulta apto para todas las horas del día. "Está ligado a la comodidad y libertad", dice a EFE el diseñador gallego Jorge Vázquez.
El blanco, como bien se refleja en las pinturas de Joaquín Sorolla, es el color del descanso, de las vacaciones, de los paseos por la orilla del mar, un tono vinculado al verano que esta temporada vuelve a tomar protagonismo para demostrar que el vestido blanco es para el verano.
Si se repasa la historia, se ve como la alta sociedad solía vestir de blanco durante su época estival, tono que se identificaba con el fin de las obligaciones.
Basta recordar la Belle Époque, -desde finales del siglo XIX hasta la Primera Guerra Mundial- cuando la realeza y la aristocracia europea veraneaban en el sur de Francia, Biarritz, luciendo en la playa elegantes y armoniosos estilismo en inmaculados tonos blancos.
Coco Chanel, que se enamoró de esa localidad y abrió allí su primera tienda, consideraba al blanco un color bello: "Las mujeres piensan en todos los colores excepto la ausencia de los mismos. El negro lo tiene todo. Y también el blanco. Su belleza es absoluta. Representan la perfecta armonía".
Ahora, en el siglo XXI, el blanco sigue siendo el color del verano y entre los diseños más deseados se encuentran lo de la firma Bally, un modelo largo asimétrico, lánguido y sofisticado con recortes estratégicos, conocidos como cut out, en la zona del abdomen.
Una tendencia que se ha visto en la colección Crucero 2024 de Dior en la que la diseñadora Maria Grazia Chiuri ha utilizado el blanco para crear un trabajo inspirado en la artista mexicana Frida Kahlo y su obra pictórica.
También firmas como Teresa Helbig, Juana Martín, Duyos, Jacquemus, Valentino, Otrura, Isabel Marant o Chloé no han dudado en incluir un vestido blanco en sus colecciones estivales. Todas ellas, eso sí, con patrones tan originales como atrevidos.
En el mercado hay ciento de versiones, tantas que resulta casi imposible no encontrar una silueta que además de ser favorecedora, se convierta en una pieza para toda una vida.
"Los vestidos blancos nunca pasa de moda", señala los diseñadores Álvaro Castejón (Pamplona, España, 1971) y Arnaud Maillard (Dijon, Francia, 1970), dúo creativo de la firma Alvarno que apuesta por la costura emociona, respetuosa y con sentido.
Hablar de vestidos blancos es hablar también de moda Adlib, una tendencia que nació en Ibiza hace cinco décadas y que invita a "vestir como quieras, pero con gusto", decía Smilja Mihailovitch, embajadora de este nuevo estilo que defendía a una mujer libre, de belleza natural, fresca y auténtica.
Encajes blancos volantes y procesos de manufacturación artesanales son los que definen los vestidos blancos que propone el diseñador Tony Bonet para quien la clave de este estilo reposa precisamente en coser despacio, hacer moda lenta. "Me gusta que estos diseños níveos sean un fondo de armario eterno".