Kim Bok-Dong tenía 14 años cuando un policía y un soldado llegaron a la granja de sus padres acompañados por el representante del pueblo. Aseguraron que querían llevarse a la niña para trabajar en la fábrica textil de uniformes. Su madre dijo que era demasiado joven, pero dijeron que le enseñarían y que cuando llegara su edad para casarse la mandarían de vuelta a casa. No era una oferta. Advirtieron que si no accedían, les quitarían todas sus pertenencias y expatriarían a toda la familia. Accedieron pensando que la llevaban a la fábrica. En lugar de ello, fue enviada al frente a un burdel para servir a los soldados.
Malasia, Sumatra, India, Java, Singapur… La llevaron con las tropas de un lado a otro durante ocho años. Intentó suicidarse sin éxito. Los fines de semana eran los peores. Los soldados hacían cola y la violaban durante horas. Al final del día no era capaz de ponerse en pie por los dolores.
Cuando pudo volver a casa a los 22 años no se sintió capaz de casarse. Kim Bok-Dong tiene hoy 89 años y la energía suficiente para continuar denunciando la esclavitud sexual a la que ella, como otras 200.000 mujeres, fueron sometidas por el ejército japonés desde los años 30 del siglo pasado hasta el fin de la Segunda Guerra Mundial. Ofreció este testimonio a la revista alemana Der Spiegel durante su gira de denuncia el pasado septiembre en Oslo, Ginebra, Londres y Berlín.
De aquellas niñas y jóvenes forzadas a satisfacer los deseos sexuales de los soldados japoneses hace hoy 80 años ya sólo viven menos de 100. La disculpa oficial de Tokio este lunes tras décadas de lucha y su acuerdo por zanjar el asunto con Corea del Sur, incluida una donación de 7,6 millones de euros para la creación de una fundación, siguen sin ser suficientes para las representantes de estas esclavas sexuales a las que el Ministerio de Exteriores nipón sigue refiriéndose en su comunicado oficial como “mujeres de consuelo” o de "confort", el mismo eufemismo de siempre para denominarlas.
El Consejo Coreano para las Mujeres, una de las principales organizaciones que busca justicia y concienciar sobre este asunto, lamenta en una nota que no haya sido el primer ministro nipón, Shinzo Abe, quien haya leído el comunicado de disculpa en nombre del pueblo japonés y lo haya dejado en manos de un diplomático. Estiman que al texto “le falta reconocer el hecho de que el gobierno colonial [entonces Corea era colonia de Japón] y sus militares cometieron un crimen sistemático”. Además, el comunicado nipón habla de que las autoridades militares estuvieron “involucradas” en ello, cuando según las víctimas fueron los promotores.
Nataly Han, presidenta de la junta directiva de la organización alemana Korea Verband, que lleva más de 25 años luchando -entre otras cosas- por los derechos de estas mujeres encuentra "inadmisible que el Gobierno coreano haya zanjado así" el asunto. Asegura a EL ESPAÑOL que sirve para "relajar la [tensa] relación diplomática" entre ambos países y que "se trata más de la fama de Japón que de la dignidad de las afectadas", con quienes ni siquiera se ha hablado, reprocha. "Japón ha salido muy limpia de esto", se queja. Apunta a detalles que podrían ayudar a restablecer la dignidad de estas mujeres, a las que los activistas llaman cariñosamente “halmoni” (abuelas en coreano), como por ejemplo enseñar lo que pasó en las escuelas de Japón.
Aunque la mayoría de niñas y jóvenes (hasta los 29 años, según Amnistía Internacional) que fueron esclavizadas sexualmente por los militares nipones fueron coreanas y chinas, lo sufrieron chicas una decena de países, según Korea Verband: Holanda, Indonesia, Birmania, Malasia, Filipinas, Taiwán, Tailandia...
Kasinem era indonesia. A los 13 años la entregó el jefe de su localidad para llevarla a un burdel militar japonés. Tenía que atender a tres o cuatro hombres cada día. “Tenía morriña, aún era joven. No quería. Los hombres me daban miedo pero no me atrevía a gritar abiertamente, aunque las lágrimas corrieran por mis mejillas”, contó para un reportaje de retratos indonesios sobre las denominadas “mujeres de consuelo”.
“El acuerdo [entre Japón y Corea del Sur] no debe marcar el final del camino para garantizar la justicia para cientos de miles de mujeres que sufrieron debido al sistema de esclavitud sexual de los militares japoneses”, ha declarado Hiroka Shoji, investigador de Asia Oriental de Amnistía Internacional. “Las mujeres faltaron en la mesa de negociaciones y no deben ser malvendidas en un acuerdo que es más por conveniencia política que justicia. Hasta que las mujeres obtengan la completa reserva sin disculpas del Gobierno japonés por los crímenes cometidos contra ellas, la lucha por la justicia debe continuar”.