Hace ya algún tiempo que el cine dejó de ser la máxima prioridad de Michelle Pfeiffer (65 años), una actriz que hoy se lo piensa muy mucho antes de aceptar un papel. "Para que yo acuda, en pleno invierno, y deje a la familia, cuando los niños están en el colegio y no pueden venir conmigo, tiene que ser [un proyecto] condenadamente bueno", comentó recientemente la californiana, considerada una de las estrellas de cine más atractivas del planeta.
"Cuando era muy joven nunca pensé que fuera atractiva, porque era una marimacho y siempre era la más grande de la clase. Siempre estaba pegando a los chicos. Si alguien necesitaba que se le pegara a alguien, venía a buscarme para que yo lo hiciera", apuntó en otra ocasión Pfeiffer, que a los catorce años se puso a trabajar de cajera en un supermercado y un día pensó que aquello no era lo que quería hacer durante el resto de su vida. Decidió ser actriz, y se presentó a un concurso de belleza creyendo que de esa forma sería más fácil lograr su objetivo.
Al mismo tiempo, empezó a recibir clases de interpretación en un taller del este de Los Ángeles, donde se instaló rápidamente. En esta ciudad cometería el error de fiarse de una pareja de supuestos entrenadores personales que, en realidad, formaban parte de la secta del respiracionismo, cuyos fieles pretenden alimentarse únicamente de la luz del sol. "Eran muy controladores", explicó. "Yo no vivía con ellos, pero pasaba mucho tiempo allí y siempre me decían que tenía que ir a verlos más. Cada vez que los visitaba, tenía que pagar, así que económicamente esto también se estaba convirtiendo en mi perdición".
[Michelle Pfeiffer pone a la venta su impresionante casa de estilo mediterráneo en Los Ángeles]
Logró escapar de allí gracias al consejo de su primer marido, el actor Peter Horton (69), que entonces estaba preparando un papel para una cinta sobre sectas y la ayudó a entender que estaba siendo víctima de un peligroso proceso de manipulación psicológica. "Creo que mi marido [Peter] y yo éramos demasiado jóvenes y, a medida que fuimos creciendo, nuestras necesidades cambiaron. Siempre hemos estado muy unidos, incluso hasta la separación, que fue muy difícil para ambos porque nunca hemos dejado de preocuparnos el uno por el otro".
A pesar de que empezó su carrera rodando anuncios publicitarios, nunca dejó de trabajar duro para construirse una carrera como actriz de carácter. Aunque muchos productores se hartaron de explotar su imagen de mujer pibón para vender los proyectos en los que participaba. "Me sentía muy incómoda", señaló al respecto. "Y entonces empecé a sentir la presión de tener que estar a la altura de lo que yo consideraba expectativas poco realistas".
La actriz, que empezó a adquirir popularidad tras protagonizar Grease 2 (1982), consolidó su estrellato gracias a su papel en Las amistades peligrosas (1988), por la que estuvo nominada al Oscar, y su interpretación de Catwoman en la tenebrosa Batman vuelve (1992). A finales de 1993 se casó con el guionista y productor de Ally McBeal, David E. Kelley (67), en una ceremonia a la que solo fueron invitadas unas cuarenta personas. La pareja se retiró a un rancho en San Francisco, donde Pfeiffer pudo encontrar su ansiada privacidad, disfrutó de su afición a la pintura al óleo y vio crecer a sus dos hijos, Claudia (30) y John (28).
Fue en aquella época cuando reafirmó que sus prioridades habían cambiado y que no estaba dispuesta a comulgar con ciertas reglas del juego de Hollywood. "Parecía que cada vez era más difícil decir que sí [a un trabajo], y los papeles no justificaban dejar a mi familia", dijo en una entrevista. "No quería interrumpir su rutina una y otra vez, así que empecé a ser muy exigente sobre cuándo trabajaba, dónde lo hacía y cuánto tiempo estaba fuera, lo que limitaba mis opciones. Después de cinco años, empecé a echar de menos el trabajo e incluso mis hijos me decían 'Mamá, ¿no vas a volver a trabajar?', lo que hirió mis sentimientos".
En 2019, la actriz reconoció que, como otras tantas compañeras de profesión, había sido víctima del acoso de hombres poderosos: "He pasado por el mismo proceso que todas las víctimas: primero negación, después autoculparme porque no debería haber llevado tal vestido. Pero cuando ya te haces mayor lo ves desde otra perspectiva y te das cuenta de que solo eras una niña y que todas aquellas situaciones no estaban bien".
Actualmente, Pfeiffer combina sus incursiones en la pequeña y gran pantalla con su faceta de mujer tímida y discreta que se ha ganado el derecho a disfrutar del enorme éxito cosechado durante cuatro décadas (en las que obtenido tres nominaciones al Oscar, un Globo de Oro y un Oso de Plata a la mejor actriz en el Festival Internacional de Cine de Berlín). Allí, en su casa en el norte de California, continúa protegiendo ferozmente su intimidad. "Adaptarme a la fama fue un reto para mí", ha confesado. "Nunca llegué a sentirme completamente cómoda con ella, pero estoy en paz con eso, aunque sea algo que me ha llevado muchos muchos años".