Son innumerables los libros sobre la Familia Real británica, pero los entresijos de la monarquía parece fuente inagotable de información, secretos y anécdotas. Después de las últimas biografías de Isabel II, publicadas tras su muerte, Juventud dorada: una historia íntima de crecer en la familia real, escrito por Tom Quinn viene a aportar nuevas revelaciones de sus miembros, una de las más íntimas y llamativas relacionadas con Kate Middleton (41 años).
La Princesa de Gales ha vivido momentos turbulentos en los últimos tiempos por la supuesta deslealtad de su marido, el príncipe Guillermo (41), con Rose Hanbury, que acaparó titulares en la prensa inglesa el pasado mes de febrero. Aunque ese tema fue oportunamente silenciado, otras revelaciones sobre su pasado siguen formando parte de la literatura.
Lo que se relata en el citado libro se remonta a su noviazgo con el heredero al trono, antes de su boda, celebrada en 29 de abril de 2011 en la abadía de Westminster. Kate siempre fue la novia ideal, la persona perfecta para llevar algún día la corona, pero los Windsor quisieron asegurarse de que todo, absolutamente todo, iría como debía.
Por eso, tuvo que cumplir con un trámite indispensable: someterse a una prueba médica que confirmarse su fertilidad. "Esto siempre se llevan a cabo para garantizar que una futura reina pueda tener hijos. Si Kate no hubiera sido fértil, no hay duda de que el matrimonio habría fracasado", dice el autor.
La prueba fue satisfactoria y Middleton actualmente es feliz madre de tres hijos. No ha sido la única que se ha visto obligada a pasar por este trance, que en opinión de muchos puede parecer anticuado. Antes que ella, Lady Di vivió lo mismo, aunque en su caso parece que no fue del todo consciente. "Diana se quejó en un breve encuentro conmigo de que, con toda inocencia, había pensado que sus controles prematrimoniales tenían que ver con la salud general, y luego se dio cuenta de que en realidad se había hecho una prueba de fertilidad. 'Era tan inocente que acepté todo en ese momento', dijo", cuenta Quinn, que fue miembro del personal de Buckingham.
También habla de cómo es la relación de los actuales Príncipe de Gales de puertas para adentro de casa. De hecho, el autor asegura que "no todo es dulzura. Tienen terribles peleas en las que se arrojan cosas. Kate puede parecer una persona muy tranquila, al igual que Guilermo, pero no siempre es cierto. Aún así, ella es una apaciguadora instintiva y él siempre cede". Eso no quiere decir que no sean un matrimonio bien avenido y romántico. Incluso tienen apodos para referirse uno al otro: "Middleton se refiere a Guillermo como 'bebé', mientras que él la llama duquesa de Doolittle".
En Juventud dorada: una historia íntima de crecer en la familia real también se incluyen vivencias de otros miembros de la Casa Real inglesa como Meghan Markle (42). Tom Quinn confirma que le costó adaptarse a su posición y que no se sintió plenamente integrada, además de resaltar su ambición.
"Meghan odiaba ser una princesa de segunda categoría, segunda después de Kate, quiero decir. Pensó que viviría en el castillo de Windsor, por ejemplo, y simplemente no podía creerlo cuando a ella y a Harry les dieron Nottingham Cottage en los terrenos del Palacio de Kensington. Estaba deslumbrada por la fama mundial que traería ser princesa, pero estaba impactada por el protocolo de Palacio y por el hecho de que ella no era ni podría ser nunca la primera en el orden jerárquico", relata. Las comparaciones entre Diana de Gales y la duquesa de Sussex son constantes y el autor del libro también las hace.
"Es muy fácil ver por qué Meghan se identifica con Diana. En cierto sentido, su suegra también era una rebelde dentro de la Familia Real. Sus opiniones sobre la Institución coinciden. Son muy similares. Diana odiaba toda esa congestión. La forma en que la prensa atacó a Meghan fue muy parecida a la de Lady y creo que cuando Meghan piensa en ella, ve un espíritu afín".
Entrelazando testimonios exclusivos del personal del palacio con fuentes históricas, Quinn descubre algunas anécdotas de niños royals que se portaban mal, desde Eduardo VII destrozando su salón de clases, hasta Isabel II haciendo bromas traviesas a los visitantes desprevenidos con galletas para perros o el príncipe Guillermo pellizcando el trasero de un maestro.