Los cuentos de hadas a veces se tornan realidad y más aquellos que narran historias de príncipes y princesas que viven en un castillo. La historia de amor de Felipe de Edimburgo y la reina Isabel II de Inglaterra (94 años) tenía todos los ingredientes para un final feliz comiendo perdices. Y probablemente las comieron, pero el camino que recorrieron durante sus 74 años de relación se aleja precisamente de esa imagen idílica del amor.
Ha habido grandes momentos. Claro que sí. Como cuando se dieron el 'sí, quiero' en la Abadía de Westminster en 1947 ante 2.000 invitados o la llegada de sus cuatro hijos al mundo; pero la pareja real ha pasado por numerosas crisis, salpimentados con desplantes, quejas públicas e infidelidades varias, nunca acreditadas. Además, el duque de Edimburgo siempre se quejó sin disimulo de su condición de eterno consorte y de su papel de "intruso" y cero a la izquierda. "No soy más que una maldita ameba. Soy el único hombre en el país al que no se le permite darles su nombre a sus hijos", llegó a asegurar.
Eso por no hablar de sus supuestos escarceos amorosos fuera del matrimonio. Ninguna de estas aventuras se demostró nunca, aunque las especulaciones persistieron con ahínco en el tiempo. Sarah Bradford, autora de una de las biografías de Isabel II, afirmó años atrás que desde los años cincuenta Felipe aprendió a ser más discreto y limitó sus escarceos a círculos tan ricos o aristocráticos que resultaran inaccesibles a la prensa sensacionalista e insobornables por ella. El rumor siempre ha estado al cabo de la calle. De hecho, en The Crown, la serie de Netflix que recrea la vida de la reina Isabel, se deja implícita una relación entre el duque de Edimburgo y la bailarina rusa Galina Ulanova en los años 50. No sería la única.
Aparcando, de momento, esta historia controvertida en el matrimonio, lo cierto es que Felipe de Edimburgo e Isabel II vivieron una historia de amor intensa y nada les importó ser primos terceros por parte de la reina Victoria. La primera vez que Felipe e Isabel se vieron fue en la boda de la prima del príncipe Felipe, la princesa Marina de Grecia y el príncipe Jorge, duque de Kent, tío de la reina, en 1934. Ella tan solo tenía 7 años, y él 13. Años más tarde volvieron a coincidir. Ambos ya eran adolescentes: Felipe se encontraba en la Academia Naval británica e Isabel fue a visitarla. Cuentan que la futura reina jamás se volvió a fijar en otro hombre.
Felipe era muy rubio, alto y atlético, e Isabel se enamoró de él instantáneamente, como confirmó después al biógrafo oficial de su padre. Si el cadete cayó rendido ante la heredera del trono británico, se guardó mucho de demostrarlo. De hecho, al igual que la reina después, el duque de Edimburgo nunca destacó por su efusividad. Ya desde que pisó la corte, Felipe fue considerado un intruso por los funcionarios, lo que provocó fricciones que recuerdan al caso de Diana de Gales. La diferencia es que Isabel seguía profundamente enamorada y los cinco años siguientes fueron, a juicio de sus amigos, los más felices de la pareja. Ella valoraba la experiencia del mundo de su marido. Todo cambió en 1952, cuando Isabel tuvo que suceder a su padre en el trono. Eso erosionó la entonces idílica relación. Felipe se vio obligado a renunciar a su carrera en la Marina, sin que se le ofreciera otra alternativa que la de ejercer de consorte. Sin embargo, todo fue relativamente bien hasta el día de la coronación de la Reina, cuando Felipe, siempre según la hemeroteca, sufrió el mayor desplante.
Siguiendo con la tradición de la monarquía de aquellos años, la pareja dejó de ser llamada 'Los Edimburgo': la ya Reina, aleccionada por la corte, se negó a renunciar al apellido Windsor, legendario en su familia desde 1917, en detrimento del Mountbatten que había adoptado Felipe. Otro desaire en su cartera. Fue entonces cuando Felipe pronunció aquella célebre frase de ser una "condenada ameba": "Soy el único hombre en el país al que no se le permite darles su nombre a sus hijos". Tiempo antes, ambos anunciaron su compromiso en el palacio de Buckingham en julio de 1947. El anillo de compromiso fue un gran diamante de tres quilates rodeado por un pavé de diez diamantes más pequeños.
La pareja se daba el 'sí, quiero' el 20 de noviembre de 1947 en la Abadía de Westminster ante las atenta mirada de más de 2.000 invitados llegados de todas las partes del mundo. Para casarse con Isabel, Felipe tuvo que renunciar a su religión (ortodoxa griega) y perdió su título de 'príncipe de Grecia y Dinamarca'. El enlace fue seguido por más de 200 millones de espectadores en todo el planeta. Justo un año después de casarse, llegó el príncipe Carlos (72), heredero al trono de Inglaterra. La segunda hija, la princesa Ana (70), vendría al mundo en agosto de 1950. Con ella el duque de Edimburgo siempre tuvo una relación muy especial, llegando a ser 'su ojito derecho'.
Entre 1960 y 1964, Felipe e Isabel ampliaron la familia con los príncipes Andrés (61) y Eduardo (57). Pronto llegarían los escándalos de infidelidades por parte de Felipe. "Se aburría terriblemente con todas las obligaciones de la realeza, todos esos compromisos formales y apretones de manos... No era lo suyo", recordó Michael Parker, quien lo acompañó en una gira internacional, ya entre rumores de crisis matrimonial. Desde aquella época se le atribuyeron amantes en cascada. "¿Se han parado a pensar que en los últimos 50 años nunca he podido salir de casa sin que me acompañara un policía?", salió al paso el duque una vez, ante tanto rumor, otorgándole tintes inverosímiles a esas infidelidades.
"Durante mi investigación nunca llegué a datos concluyentes. Hay muchos rumores sobre Felipe y sus affaires, pero casi todas las mujeres que podrían haber tenido una relación con él han muerto y Felipe, por supuesto, lo niega", aseguró hace un tiempo la autora británica Ingrid Seward, quien publicaba un libro titulado My Husband and I: The Inside Story of 70 Years of Royal Marriage. Uno de los supuestos romances más notorios de Felipe fue el que mantuvo con la actriz Pat Kirkwood. The Telegraph publicó que Michael Thornton poseía cartas de Felipe y la actriz, pero que, siguiendo los dictados de su última voluntad, solía podía descubrírselas "a la persona que el propio Felipe elija como biógrafo después de su muerte".
Sea como fuere, escándalos, desplantes e infidelidades que nunca consiguieron romper del todo la unión que existía entre Felipe de Edimburgo y la reina Isabel II. Cuentan los amigos íntimos de Felipe que nunca terminó de ser un hombre fácil, siempre guardó su carácter hasta el final, aunque lo aplacó con los años. Incluso, se cuenta, que a la Reina, acostumbrada a que todo el mundo le rindiera pleitesía, le divertían mucho las "pataletas" de Felipe de Edimburgo. Pese a todo, cuentan los entendidos que siempre se quisieron, admiraron y respetaron.
Prueba de su carácter y de la independencia que siempre impuso en su vida, Felipe demostró tener una excelente relación con Diana de Gales, con la que se mandaba cartas una vez separada del príncipe Carlos. Le ofreció su ayuda en varias ocasiones. De hecho, en el funeral de la princesa de Gales, el duque no se separó de sus nietos, el príncipe Guillermo (38) y el príncipe Harry (36). Esta buena relación chocaba con la que Felipe libraba con su hijo Carlos, siempre más volcado en la Reina. Felipe y su hijo jamás llegaron a entenderse.
Felipe e Isabel hacían una vida, en el fondo, muy independiente en cuanto a aficiones se refiere. Los caballos, la caza y el deporte, en general, siempre estuvieron muy presentes en la vida del duque de Edimburgo. A Felipe siempre le apasionó abatir piezas de mayor o menos envergadura. Una afición no exenta de polémica ya que él fue uno de los fundadores de WWF, una de las dos organizaciones ecologistas más importantes del mundo. Pero se supo que meses antes había estado invitado a una expedición de caza de tigres de Bengala por el Rajá de Jaipur (India).
Desde la coronación de la reina, la pareja real no dejó de viajar. Un estudio realizado por lastminute.com afirma que la monarca y su esposo realizaron juntos el equivalente a 42 vueltas completas alrededor del mundo. El 2 de agosto de 2017, Felipe de Edimburgo decía adiós a su vida pública y se jubilaba. Era la retirada del consorte repudiado, del hombre que siempre supo estar en la sombra y al lado de su mujer, la Reina, nunca a su mismo nivel. Se retiró, pero nunca dejó de hacer lo que realmente quiso. Vivió, pues, como le permitieron o dejaron, pero en sus últimos años, fuera de la vida pública, desde 2017, cuentan que ahí mandó él y solo él.
Sus últimas semanas fueron complicadas a nivel de salud, desde que el 16 de febrero ingresara en el hospital para tratarse de una infección, y dos semanas más tarde fuera trasladado al centro médico de St Bartholomew, también en la capital británica, donde permaneció varios días para ser operado de un problema cardíaco. Esta situación generó en las últimas semanas gran preocupación y expectación en todo el mundo. Finalmente, Felipe, quien nació como príncipe de Grecia y después adoptó el apellido Mountbatten, ha convertido en viuda a la Reina tras 74 años de matrimonio, cuatro hijos, ocho nietos y once bisnietos, dos de ellos en camino.
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