Les vamos a contar la historia de una mujer de 42 años a la que le encanta el agua pero que no sabe nadar demasiado bien. La llamaremos Silvia. Y les diremos que desde que tuvo a Julia pesa 59 kilos –hace cinco años era más delgada, perdonen la coquetería-, que le cuesta mostrarse en bikini y que nunca aprendió a tirarse de cabeza. Nunca. La única vez que lo logró fue de pequeña, en clase de natación, y chocó contra el suelo de la piscina. No volvió a probarlo.
Imaginen pues qué debió pensar nuestra protagonista cuando recibió la insólita invitación: Gemma Mengual (38) y Ona Carbonell (26), medallistas olímpicas, le iban a dar una master class de sincronizada. Así, a pelo.
Quitémonos las caretas: a cierta edad se pierde el sentido del ridículo, lo sabrán quienes sobrepasen los 40 y lo aprenderán quienes todavía no los tengan. Así que Silvia se entusiasmó con la idea. "¡Oh! ¡Nadar con Mengual y Ona! No puedo decir que no, si hace falta hasta me tiro de cabeza".
Allí la tienen, en el CAR de Sant Cugat, por cortesía de La Liga 4 Sports, dispuesta a darlo todo. El miércoles a las 12 del mediodía, bajo un sol de esos que dicen de justicia, la cuarentona se calza el único bikini que se sujeta bien a su cuerpo –el más apretadito, no vaya a caerse- y se planta al lado de dos mujeres espectaculares. Es lo que tiene ser olímpica: los cuerpos se cincelan a base de horas y horas de entrenamiento, el sol tuesta la piel... Y si encima te dedicas a la publicidad, la sonrisa luce muy deliciosa. De verdad. Es algo que nadie puede imaginarse hasta que tiene delante a estas dos campeonas.
Paréntesis. Hace unos meses, quien esto escribe entrevistó a Mengual para una revista femenina. Debía vestirse, maquillarse y posar para una foto de moda -vestido de marca, maquillaje profesional y fotógrafos experimentados, así funciona-. La nadadora caminó hasta el set de fotografía, observó su alrededor, contoneó su cuerpo felino y la cámara hizo clic. Un solo clic, y ya tenían la foto.Con una mujer así al lado, cualquiera se siente foca entre sirenas.
Insistimos: cualquiera. Pero volvamos a lo nuestro: el 'entreno' de Silvia. Ya implicada en la sesión, la novata pide una de esas pinzas que tapan la nariz. No hay preparadas y van buscarle. "Tengo que sentir lo que vosotras sentís, ¿no? Además, oye, es lo que me hace más ilusión", les dice a las medallistas, que no pueden parar de reír. De reírse de sus invitados, entregados al agua sin miedo al ridículo.
El pequeño y privilegiado grupo de neófitos se mete en la piscina al grito de "¡Venga, valientes!", y resuenan las risas y aplausos del público. Malditos. Nuestra cuarentona escoge a Ona Carbonell. Allí está el equipo de la selección nacional al completo pero ella ve rápida –gato viejo- su objetivo. "Que una campeona mundial te dé sus trucos debe ser lo más", piensa. ¿Cansancio? ¿Quien habló de cansancio?
"Tienes que apretar el culo, no dobles las rodillas, estira los pies. Mueve los brazos muy rápido, cerca de la cadera, como si aletearas. La cabeza hacia atrás, porque si la levantas se hundirán las piernas". Las instrucción son claras. El resultado, imposible. "¡Muy bien Silvia! Lo estás haciendo genial! Ahora dobla las rodillas, haz la voltereta. Hacia atrás. ¡Muy bien, lo haces de maravilla! Mueve las piernas y los brazos en círculos, es como lo hacen también los waterpolistas. Así, genial, ahora levanta un brazo. No te hundas, sigue, sigue, que ya lo tienes".
La nariz sellada a fuego con una pinza enana, el gorrito que se le sale de la cabeza, el bikini se sube y se baja, el agua entra a borbotones por la boca, el corazón a 200 pulsaciones, las piernas son plomo, desaparece todo atisbo de coordinación. "Sincronizada. Sincronizada". Esa palabra resuena en el interior como un mantra. "¡Sincroniza algo, por favor, que te ve medio mundo!", susurra para sus adentros nuestra protagonista. Ni así.
Entre las gotas de un agua que se antoja espesa y opaca, sólo se atisba la sonrisa perfecta de Carbonell. La belleza. Al menos hay algo bonito en todo esto. Amable y paciente, la medallista insiste: "Ahora tienes que doblar la rodilla y después subir la pierna, es para la coreografía final". Han leído bien, hay 'coreo' y todo. Y de pronto, eso que parece tan fácil, ese ejercicio que Ona realiza si parpadear, la base más sencilla de la natación sincronizada, se convierte en una pesadilla. No hay manera de levantar la pierna.