Hay encargos muy lucidos que, luego, cuando te pones a pensarlo bien, te das cuenta de que son un marrón. Lo digo por este artículo, por ejemplo, un regalito para Angelina Jolie en su cumpleaños (41 ya). La idea era hacerle uno de esos trajes a medida que tanto gusta leer los fines de semana, sobre todo si vienen hilados con desgracias, lados oscuros, leyendas negras y esos fracasos personales que nos permiten alimentar la leyenda de las estrellas y, de paso, evitar que la envidia nos corroa y nos haga ver que, a pesar de sus éxitos, son unos desgraciados.
Porque, a priori, Angelina Jolie lo tiene todo para ser envidiada: casada con Brad Pitt, una de las actrices mejor pagadas de Hollywood, ganadora de un Oscar (sí, ya sé, de secundaria) acaparadora de flashes en cualquier alfombra roja… Pero, también, Angelina Jolie lo tiene todo para ser un desgraciada. ¿Lo dudan?
Su relación con su padre, John Voight, fue bastante desagradable desde que se separa de su madre cuando apenas contaba un año.
Acusaciones de abusos, amplificadas por la prensa y rematadas con unas insinuaciones sobre sus relaciones incestuosas con su hermano, jalonaron una infancia punk en la que la pequeña llegó a sufrir bullying por su aspecto siniestro y se complicaron en la adolescencia con su bulimia, sus depresiones, sus dos intentos de suicidio y el internamiento en un centro psiquiátrico.
Sus coqueteos con la heroína, de la que llegó a tener auténtica dependencia, acabaría siendo su salvación profesional, precisamente gracias al papel de la supermodelo Gia Carangi –drogadicta y fallecida de sida tras un brutal proceso autodestructivo– que le valió su segundo Globo de Oro, las mejores críticas de su carrera y un cierto encasillamiento en papeles de mujer turbia, de personalidad fuerte pero con muchas debilidades ocultas. Que estudiara en la academia de Lee Strasberg, especialista en hacer de los traumas el material para ganar un Oscar, le abrió las puertas que los primeros castings le negaron.
Es posible que encontrara en Billy Bob Thornton la figura paterna que tanto le faltó pero, sea como fuere, encontró luego en Brad Pitt la estabilidad que tanto ansiaba. Acabaron montando una familia al estilo IKEA, con un hijo de cada continente en un crisol de culturas de auténtico escaparate, lo que se saldó con posteriores visitas a los países de origen de sus pequeños, donde abrió hospitales y compró terrenos que con los que llegaron a formar una reserva natural.
Algunos verán mala conciencia, otros dirán que era obligación para lograr la adopción, pero basta con ver su compromiso para ver que no es postureo progre sino, realmente, una necesidad de implicarse en los problemas del mundo. Ella, que ha tenido tantos, sabe de lo que hablamos.
Para cumplir ese deber, Angelina ha llegado a sacarse el carnet de piloto para realizar en su propio avión los transportes de ayuda (ya, bueno, es que ella puede permitirse tener aviones, estamos hablando de gente de Hollywood) como Enviada Especial del Alto Comisariado de las Naciones Unidas para los refugiados.
En cuanto a su aspecto y su salud, volvemos a encontrarnos con un conflicto. Angelina es un sex symbol, una mujer de belleza misteriosa, de mirada intensa y labios carnosos pero tampoco sorprende encontrarla en alguna portada de revista –destrozada y demacrada– como en un anuncio de una doble mastectomía para quitarse de encima cualquier atisbo de cáncer, la enfermedad que acabó con su madre. Aunque en su caso fuera de ovarios, razón por la que sigue un estricto control de la enfermedad.
Protagonista de bombazos taquilleros como Lara Croft, Señor y Señora Smith, Salt o Maléfica, no ha querido conformarse con esa imagen de estrella de familia perfecta y pasado imperfecto, también ha querido dejar su impronta en como directora y guionista en 'Unbroken', 'En la tierra de sangre y miel' y 'By the sea', un fallido folletín con ínfulas autorales protagonizada por el matrimonio.
PS: Con lo tranquilito que estaba Brad con Jennifer Aniston… Está claro que le va la marcha.