Es el verdadero ‘Mentefría’ de esta historia. Un tipo de lo más equilibrado. Una persona estable, cuerda, prudente, sensata, medida. Todos hubiésemos hecho lo mismo en su lugar. Claro que sí. Basta que a uno le asalten insospechados ataques de amatofobia (terror a la arena de playa), aracnofobia (a las arañas) y acuafobia (miedo anormal e insistente al líquido elemento) para que se apunte de cabeza a un reality extremo como ‘Supervivientes’. Si a eso le añadimos que no le gusta comer pescado, ni fruta ni… ¡carne con hueso!, tenemos en ‘Bíchor’ Sandoval, es decir, Víctor Gregorio Díaz Novillo, al robinsonista perfecto, siempre que sea a través del mando a distancia y sin mojarse demasiado. ¿Por qué ha ido, entonces, a un programa de tales características el bueno de Bíchor? Está claro, para ver si pilla cacho en ‘Sálvame’ o en cutreprogramas de similar factura.
Lacrimógeno Sandoval. Yo no he visto llorar así desde que me aficioné a tragarme doblados los episodios de ‘Bob Esponja’. Víctor es eso. Un Bob Esponja desconsolado que sigue el rollo a su Calamarda particular (es decir, a ‘Milikita’ Ximénez) mientras se ve metido en una espiral de peloteo e insensatez de dramáticas proporciones. Un Bob Esponja farandulero que, por no valer, no vale ni para recoger conchas o medusas destripadas por la playa. Un Bob Esponja depre. Congelado cual ‘cocreta’ recién salida del túper de Belén Esteban. Un Bob Esponja mojado por la humedad, quemado por el sol, hambriento, compungido, abotargado, envejecido. Una sombra de lo que fue. Un arcángel caído.
Por algo sus compañeros del Equipo de Fuego, aunque sonrían sus tontunas y compartan el afectuoso calor de sus abrazos, empiezan a estar hartos de él. Es su gran dolor de muelas. El patito feo del pelotón de los torpes. La pesadilla con la que se ve obligado a cargar, a modo de mochila rellena de piedras, todo buen concursante. No es para menos. Incontables son las veces que este dicharachero colaborador ‘telebasurero’ ha abandonado todo ‘reality’ que se ha cruzado en su camino.
Recoge Víctor su hatillo y se sube a la barca, de regreso a España, poniendo cara de perrillo apaleado y gimoteando sandeces al por mayor, después de haberse despedido de su pandilla basura, para pensárselo mejor mar adentro y regresar con el rabo entre las piernas. Se va, pero no se va, ese Víctor Sandoval. Abandona, regresa, abandona, regresa. El caso es que ya no sabe qué coño hacer para llamar la atención. Tanta es su necesidad de cariño y amor verdadero, que empieza a ser el concursante más odiado de Honduras.
Chaparrón de lágrimas y mocos al viento. Qué lloreras. No saben todavía los pobres nativos de Laguna Cacao la que les ha caído encima con la presencia de ‘Bíchor’. Ver la cara del tipo que maneja la barca al devolver al concursante a la playa, no tiene precio. Lo flipan. Lo están alucinando esos pobres con los lacrimógenos bajones de ‘Llantoval’. ¿Este muchacho qué tiene, club de fans o plañideras de cementerio? Luego nos vendrá con que le toca vivir, de reality en reality, “tsunamis emocionales nada positivos”. Como si lo viera. El caso es que el pobre siempre cae a la primera de cambio.
Tampoco hace falta que renuncie voluntariamente para pillar billete de vuelta. Cae por lo que cae. Por lo de siempre. Por ir de listillo. De cotilla profesional. De príncipe destronado de un reino de fantasía. El problema de este chiquillo, nunca me cansaré de escribirlo, es que es el Pollito Calimero Oficial de Telecinco. Nadie lo quiere. Acaba siempre en modo desahucio. Sin stops que valgan. Busca cariño por playas y esquinas, pero siempre resulta en vano. Y empieza uno a plantearse, desde este sillón ball desde el que escribe, que las suyas son lágrimas de cocodrilo. De Lacoste, el cocodrilo. Sí. Pero lágrimas de cocodrilo al fin y al cabo.