La Feria de Abril está a punto de echar el telón. Ya no es el momento de aconsejar sobre dónde, cuándo, qué y cómo disfrutar, pero sí de entrar en los detalles. En esta ocasión será de la parte más elitista y exquisita de la fiesta que se esconde tras las lonas de las casetas y donde a veces se codean nombres de famosos con los de la alta alcurnia nobiliaria, económica, política, artística, taurina o mediática sevillana y nacional. Se trata de saber qué hacen, qué comen y cómo se visten.
Del low cost al ‘atelier’ del traje de flamenca
La oferta de trajes de flamenca es cada vez más amplia. Hay diseñadores que se han lanzado al mundo low cost. Diseños con estilo, a la última y a buen precio. Si ajustado es el traje, más lo son los precios: entre los 200 y los 300 euros. En Galerías Madrid se ha hecho un hueco la firma Doña Ana y también destaca Micaela Vila. Se puede encontrar a sevillanas de mucho nivel en sus probadores.
A quien le parezca caro que ajuste cuentas: el traje de flamenca es un comodín para toda la semana, para el día y para la noche, evita gastar cantidades de dinero en la renovación del vestuario y, lo más importante, enfrentarse al quebradero de cabeza de esa pregunta sin respuesta: ¿Y ahora qué me pongo? Además, con él siempre se va bien vestida al Real.
Merece la pena plantearse tener varias opciones con volantes y lunares, con el que se puede ir creando un fondo de armario para años venideros, porque un buen diseño aguanta bien el paso del tiempo. Llegados a este punto, hay que recordar que el de flamenca es el único traje regional de ese país sujeto a la moda, se renueva cada año y sus tendencias desfilan por pasarelas especializadas.
Pero el vestido no lo es todo. Los complementos también se llevan un buen pellizco. El protagonismo lo viene recuperando desde hace poco tiempo el mantoncillo. Ese triángulo de tela con largos flecos que se lleva sobre los hombros y cubre o no el escote, según se quiera. Se ha convertido en una pieza clave para realzar ese diseño barato o potenciar aún más si cabe el caro. Los pendientes, las flores (la moda Frida Kahlo ya se ha asentado en el Real), las pulseras, el broche,… todo suma en la cartera.
Pasarela de famosas
Pero los trajes pueden subir de nivel y acercarse a la barrera de los 1.000 euros. No son talleres de costura, ni siquiera son ya marcas, ya se habla de “atelier” de flamenca. El patrón y la costura de Aurora Gaviño ganan terreno entre las caras más conocidas que pisan el albero sevillano.
Es jueves a mediodía. Lleva toda la semana trabajando y acaba de llegar al Real, aunque ha estado viniendo desde la Preferia, porque ha dejado rastro en su cuenta de Twitter. La Feria es la mejor pasarela. Igual o más que los desfiles en los salones de moda flamenca como Simof de Sevilla, el más importante de todos.
Desde su caseta, Aurora Gaviño cuenta que este año ha vestido a Gloria Camila (la hija de Rocío Jurado y Ortega Cano), a Vania Millán (Miss España 2002), Noelia Margatón (esposa del torero Víctor Puerto) o la cantante India Martínez.
Ella asegura que nunca busca la percha famosa. “Son ellas las que me buscan, son las que me persiguen a mí”, dice entre risas, con un fondo bullicioso de sevillanas. No suele asesorarlas mucho. Por lo general, sus clientas son “muy presumidas, saben los que les queda bien y poco asesoramiento mío necesitan”, puntualiza.
Bien a las puertas de la Maestranza, bien a las de su caseta, que se convierte en un improvisado photocall para posados, donde no hace falta convocatoria porque la prensa sabe encontrarlas y porque se sabe que no sólo lucen sus trajes, sino que Gaviño las acoge, atiende y mima en su caseta como sus amigas.
Y algunas lo son de verdad. Empezaron como clientas (esquiva astutamente y con gracia decir si presta o vende sus trajes, algo habitual entre los diseñadores) y acabaron como amigas. Son los casos de María Teresa Campos o Antonia Dell’Atte, que este año le ha fallado y no ha acudido a su cita de abril.
Si famosos son los diseños de Aurora Gaviño, el Dior de los trajes de flamenca es Lina. Quien lo dijo fue el propio John Galliano tras visitar del taller que esta sevillana fundó en 1960 y que ahora tiene al frente a una segunda generación, sus hijas Rocío y Mila Montero, una gestiona la parte creativa y la otra se hace cargo dirección. La anécdota del que fuera diseñador de cabecera de la maison francesa les gusta, pero hasta cierto punto les abruma. La discreción en esta firma es su santo y seña.
Por esa razón no dan nombres. No buscan famosas y si llevan un traje suyo jamás lo dirán. Si quieren, que lo desvelen ellas mismas, quienes los lucen. Sólo algunos nombres del pasado han salido a relucir como Grace Kelly, la Reina Sofía y una larga lista de artistas de primer nivel. Tampoco les hace falta. Sus obras son reconocibles. No salen en serie de una fábrica, salen de un taller de arte y artesanía.
Es contradictorio pero la Feria apenas la pisarán, alguna escapada en la recta final. Es una semana de mucha faena. La de más trabajo de todo el año. Intentan atender a todas sus clientas, salvo aquellos que lleguen con muy poca antelación. Un traje de flamenca no es probar, mirarse al espejo y pagar.
Tiene que ajustarse como un guante al cuerpo de quien lo va a llevar. Hay que entallarlo y adaptarlo a la altura. “Lo revisamos todo hasta el último detalle y hay que estar disponibles para resolver cualquier imprevisto. Es un trabajo extra pero nos da mucha satisfacción. No acabamos ni respiramos hasta que se van al Real”, explica Mila Montero.
A pesar de la excelencia, como explica Mila, sus trajes no son caros. Sus precios son de mercado y no más altos que los de otro diseñador que desfile por las pasarelas. El servicio de Lina, además, es un asesoramiento integral. Aunque quien vaya a llevar uno de sus modelos sepa mucho de moda flamenca, le pueden aconsejar desde los complementos a cómo peinarse y pintarse para lucirlo en todo su esplendor.
Este asesoramiento gana enteros porque muchas de ellas son extranjeras. Algunas salen de su tienda peinadas y maquilladas para la ocasión. Como dijo una clienta con tablas en la Feria, lo bueno de Lina es que comprar un traje lo convierten en “una experiencia”.
Beber, comer y bailar
Son 1.040 las que están instaladas. Sus lonas a rayas verdes y blancas o rojas y blancas, la pañoleta (el triángulo de madera que corona la caseta y donde figuran los números y nombres), la verja verde son los elementos comunes, en el interior es donde están las diferencias. Pero es en la trastienda donde realmente se marcan distancias. Hay casetas donde es impensable el vasito de plástico. La Manzanilla de Sanlúcar o el Fino de Jerez se sirven en catavinos de cristal con el nombre de la caseta o de los propietarios grabado a golpe de arena o con letras doradas, y la comida en platos ribeteados y con escudo.
En esas casetas el rebujito comparte espacio para refrescar la garganta, tanto de día como de noche, con otro tipo de burbujas, las del champán. Aunque también puede ser de cava. Dependerá de si para la elección del espumoso se sigue más el criterio del paladar, si queda a expensas del buqué (bouquet) o del boicot a un producto en fase de desconexión catalana.
Para suavizar los efectos del alcohol, la mesa y el mantel van acorde. No huele a fritanga, hay productos gourmet autóctono: el mejor jamón, el mejor queso, la mejor gamba blanca de Huelva o los mejores langostinos de Sanlúcar. Lo mejor de lo mejor.
Las casetas sevillanas son privadas. La presencia de un guardia jurado es de rigor para evitar que se cuele quien no es socio ni invitado. Y esto vale para todas, para las más elitistas y para las más populares (existen un puñado de casetas públicas, tan sólo 16, son las municipales, de partidos políticos, sindicatos y poco más). El sevillano es acogedor, pero la Feria es muy cerrada (en la vecina ciudad de Jerez de la Frontera todas las casetas son públicas).
Hay casetas en las que, aún siendo invitado, uno se siente extraño, fuera de lugar. Hay miradas que parecen recordar aquel “¿Y tú de quién eres?” que cantaban los No me pises que llevo chanclas a finales de los 80, o a “¿Qué hace una chica como tú en un sitio como este?” de los Burning de finales de los setenta. Los jóvenes de la alta sociedad sevillana son los menos discretos en este arte del examen.
Es en estas casetas donde se mira y se admira, donde no se ven niños (en algunas, por estatutos, está prohibido su acceso aunque sus padres sean socios) y se nota que algunos de los allí presentes pueden tener un presupuesto sólo para vestuario, maquillaje y peluquería por encima del salario bruto anual de muchos ciudadanos.
No es que haya una Feria elitista. Concentra en un espacio más reducido a toda una ciudad y es su más fiel reflejo, y es entonces por proximidad cuando son más evidentes las diferencias sociales. En la ciudad estas se distribuyen por barrios a veces a kilómetros de distancia, aquí conviven lona con lona y se hacen más palpables.
Otra forma de medir el poderío es a caballo o en los enganches. No es lo mismo pasar por debajo de la Portada a pie que montado en un breack, un faetón, una jardinera o un landeau. El número de caballos o mulas y cómo van enjaezadas, el vestuario de los cocheros, pasear por el Real y tomar una copa en uno de estos coches, en propiedad o alquilados, dice mucho del nivel. Más aún, si recogen a las puertas de la caseta para llevar directamente a los toros en la Maestranza, otro baremo para calcular la posición del feriante.
Son en estas casetas donde no es extraño encontrarse al Duque de Alba, Carlos Fitz-James Stuart y su hermano Cayetano, a Carlos Herrera o a su socio Francisco Rivera y a su mujer, Lourdes Montes, a Ana Rosa Quintana y empresarios como Rosauro Varo, la pareja de diseñadores Vittorio y Lucchino, cantantes como José Manuel Soto, María del Monte o Los del Río, o modelos y ex modelos como Raquel Revuelta o Laura Sánchez, que ahora comparten espacio con blogueras como María León.
Todos estos nombres acompañan a los del mundo de la política y la economía, que tampoco se pierden la oportunidad bien de captar votos, por estar en ciernes y si nada lo impide de una nueva campaña electoral (Pedro Sánchez, Susana Díaz por el PSOE, la plana mayor del PP de Andalucía o Teresa Rodríguez y Juan Marín, líderes andaluces de Podemos y Ciudadanos, respectivamente), bien de cerrar negocios, porque la feria que originariamente era para la venta de ganado, ahora es un espacio de networking.
En esta feria elitista también hay espacio para los extranjeros de alto poder adquisitivo. Hay agencias especializadas que organizan una estancia en Sevilla en el hotel Alfonso XIII, el más prestigioso de la ciudad, y que incluyen un paseo en coche de caballos, una capea, una jornada en una buena caseta, con comida y flamenco del bueno.
Con duende
Entrar en algunas de esas casetas de nivel tiene la ventaja de poder disfrutar del mejor espectáculo. No hay grupos animando cantando sevillanas o rumbas pasadas de decibelios. En la trastienda se puede escuchar lo mejor del flamenco de Jerez, de Sevilla o Huelva. Cantaores y guitarristas con duende.
Pero se puede tener la oportunidad de poner el broche de oro a la Feria, ya de recogida a altas horas de la madrugada, parando en el patio de las buñoleras. Se puede degustar un buñuelo y con suerte, que este se enfríe en la mano por encontrarte a Farruquito bailando por bulerías. No sería extraño. Muchas de las casetas son de su familia. Allí no es difícil encontrar buenas fiestas de los flamencos.
Ahora falta el análisis de la otra cara de la Feria. La del ciudadano que con menos o sin recursos no renuncia a disfrutar igual o más que quien tiene una nutrida cuenta bancaria aquí, en Suiza o en una sociedad offshore de Panamá. Porque aunque esta fiesta es muy cerrada y muy privada, el goce no tiene precio, salvo aquel que se lo quiera poner. Porque también puede ser abierta y barata.
El placer de ver un espectáculo de la luz y color, de los trajes, de los caballos y enganches, de estar con los amigos, de la música y del baile y divertirse en el albero de la calle está ahí. Sólo hay que ser capaz de apreciarlo. Tal vez para el próximo año.