Cada mañana nos levantamos y miramos nuestra agenda, la del móvil o la de papel, que es la que yo uso y la que nunca me falla. Ahí anotamos reuniones, comidas, cenas o eventos de trabajo y las citas médicas. Pero, ¿debemos anotar las citas personales? A que no se os ha ocurrido jamás anotar una cena de pareja o una cita con la persona que os gusta. Eso es imposible que se olvide y además siempre hay hueco en la agenda para alguien a quien quieres o aprecias. Al menos en la mía sí.
Esta semana un amigo especial me preguntó si tenía tiempo en mi agenda para pasar un rato con él. La verdad es que me sonreí al leer su mensaje porque no podía creer que justo él me estuviera preguntando eso. Ya lo aclaramos, fue por pura educación. Ya le he explicado que en mi agenda siempre habrá un hueco para él. Que sólo tiene que decir que le apetece verme y entonces yo ya moveré mi agenda. Suficiente estresados estamos a lo largo del día como para no dedicarnos unos minutos de placer. No importa cuántos.
El martes tampoco tenía en la agenda ver a mi prima Inés y ambas nos vinimos muy bien. Yo a ella porque sale poco de casa, se está recuperando de una operación en la pierna, y ella a mí porque forma parte de ese pequeño grupo de personas que me rodean y que me conoce sólo con mirarme. Hemos trabajado tantos años juntas a diario, hemos tenido la suerte de compartir tantos buenos y malos momentos... Sabe de dónde vengo y a dónde voy.
El miércoles sin ir más lejos, mi amigo y compañero Carlos me preguntó a las 20.00 horas si me apetecía cenar con él. Cuando un amigo a esas horas te pide eso es porque quiere hablar contigo, necesita de tu atención, tu cariño, tu complicidad entre copas de vino rosado. Fantástica velada. Decidimos al despedirnos que a partir de ahora haremos eso, improvisaremos, sin tener que anotarlo en nuestras agendas.
O el jueves por la mañana, justo en mi momento café matutino, me llama por error otro de mis amigos, Luis, gran profesional al frente de Lecturas y mejor persona. No nos buscamos, ni habíamos quedado, pero nos vinimos tan bien. Nos reímos tanto un rato hablando de nuestros trabajos, de nuestros sentimientos y de lo felices que somos, que por un momento me hubiera encantado que Barcelona y Madrid estuvieran al lado. Tenemos tanto feeling tratemos el tema que tratemos. Pronto subiré a verte para perdernos por las Ramblas. Y como te dije, ojalá te equivoques más veces al marcar.
Esa misma noche recibo en el coche la llamada de mi amiga Alma, que lo primero que hace es reprocharme que no la nombrará en el blog la semana pasada. En su defensa diré que no es la única. A estas alturas después de 16 años que nos conocemos, todavía necesita que la nombre en estas líneas para saber lo importante que es en mi vida. Acaso no fuiste mi profesora de tipómetro en la carrera, no nos hicimos la promesa de no enfadarnos nunca cuando perdimos a C. No eres tú la flamante madrina de mi hijo y la que le dio su primer biberón, horas después de nacer. No es tu casa la mía y la mía la tuya. No te he confesado todo siempre, aunque a veces lo haga tarde porque las distancias y las agendas nos impiden ponernos al día a diario. Se te ha olvidado que en los momentos más importantes de nuestras vidas hemos estado juntas. Pues gracias, porque aunque sólo tuvieras cinco minutos para mí porque estabas grabando, lograste hacerme reír un rato.
Al final todo lo que hacemos a lo largo del día está sujeto al tiempo. Me comenta un compañero de la redacción que esta harto de que cuando sale con alguna chica le pregunten ¿cuánto tiempo lleváis? ¿no es muy pronto para iros a vivir juntos? Las parejas necesitan tiempo para madurar. Puedo estar de acuerdo en que el tiempo fortalece o destruye lo que puede haber construido pero no que deba medirlo ni sea una fórmula exacta. Conozco parejas que han estado saliendo 12 años y se han casado y luego al año se han separado y nunca más se han visto.
O gente que ha tardado años en conquistar al amor de su vida y lo han conseguido. O no os ha pasado que conoces a alguien y al instante sabes que no tiene nada que ver contigo. Yo suelo darle mi último dígito del móvil mal. Es una manera elegante de que no vuelvas a saber de esa persona. Aunque ahora ya ni siquiera doy el móvil a no ser que considere que la persona es interesante o merece la pena, sea del sexo que sea. Tengo tantos teléfonos en la agenda que no necesito coleccionar números para aparentar que soy sociable.
Me vino a la mente la noche que cené hace meses con Cristina Pedroche para hacerle una entrevista. No se me olvidará el brillo de sus ojos cuando me contaba que cuando vio a David Muñoz, el chef de Diverxo, supo que era el hombre de su vida. Que a la semana de conocerle, le compró un cepillo de dientes y una cafetera, para desayunar con él. Y aún no han cumplido un año juntos y ya están casados.
Ella es feliz y él escribió en su Instagram: "Soy tan feliz... No hay límites, joder, mi vida es única y perfecta... Y ella... Es todo, principio y fin…". ¿Entonces quién marca los tiempos? Creo que debemos ser más naturales y dejarnos llevar por las emociones. Mirar menos el reloj y autoconvencernos de que si uno quiere tiene tiempo para todo y más para el amor. Aunque como dice Mario, el tiempo va unido a la edad y a la situación personal de cada uno. Las necesidades en un noviazgo a los quince años no son iguales que las de una pareja de 40 años.