Fue el 15 de abril de 1982 cuando David Álvarez, potente empresario de origen leonés y afincado en Bilbao, estampa su firma en un documento de compraventa junto a los representantes de la familia Neumann, venezolanos que ostentaban la propiedad de la bodega considerada mítica en España: Vega Sicilia.
El empresario puso al frente a su jovencísimo hijo Pablo; y la compra parecía una simple operación de imagen. Lo que ignoraban los firmantes es que por aquellas fechas comenzaba el movimiento revolucionario del vino español de calidad; nacía la denominación de origen Ribera de Duero a la que la gran bodega se unió; y por todo el país se empezaba a romper la tendencia de los vinos baratos y de poca enjundia. Un movimiento que se estaba dando en todo el mundo, empezando por los Estados Unidos. El que sí se dio cuenta enseguida fue Pablo Álvarez, que ha demostrado unos criterios empresariales acorde con el mundo en el que trabaja, y en 40 años ha convertido Vega Sicilia probablemente en la empresa vinícola más rentable del mundo.
Poco a poco. En 1991 nace Alión, en Ribera de Duero; en el 93 compran la bodega más prestigiosa de Hungría, donde se hace el famoso vino de Tokaj, el Tokaji Oremus; en 2001 aparece Pintia en Toro; en 2009 desembarcan en Rioja con la firma Benjamín de Rothschild & Vega Sicilia; y en el 2024 saldrá al mercado Deiva, su nuevo vino en Rías Baixas. Mientras, en la casa madre, el Vega Sicilia Único, el Reserva Especial y el Valbuena 5º Año afianzan su calidad y su producción siempre con viñedo propio.
Hablando de viñedos, en conjunto reúnen 650 hectáreas en propiedad entre sus diferentes bodegas que cuidan como un jardín, y mantienen de siempre el criterio de que no se puede hacer ningún vino que proceda de viñedos de menos de 10 años. La marca Tempos de Vega Sicilia, que agrupa todas sus bodegas, es una garantía de calidad.
Calidad y poderío. En concreto son aproximadamente 1,5 millones de botellas al año, que, entre todas las bodegas, venden en 140 países. Si en 1982 la firma vendía el equivalente a 1,2 millones de euros, en el ejercicio de 2021 vendieron por valor de 60 millones, con un ebitda de 37 millones de euros. En estos 40 años la firma ha invertido unos 300 millones de euros, y en la actualidad se reservan unos cinco millones al año para renovaciones y mejoras.
Una celebración a lo grande
Para celebrar ese 40 aniversario, Álvarez presentó ante un nutrido grupo de periodistas una cata vertical de los Únicos que iban desde el año 1942 el más antiguo pasando por 1953, 56, varios sesentas, hasta el 2013 que está hoy en el mercado. En total 24 añadas. Un espectáculo. El local donde se realizó la cata estuvo a la altura y fue precisamente el Asador Etxebarri, indudablemente el mejor del mundo. El maridaje no pudo ser más perfecto.
Funcionan a lo grande y en el año 2014 se celebró, también por todo lo alto, el 150 aniversario de Vega Sicilia. Y es que la historia de esta casa alimenta su mito. Eloy de Lecanda es su fundador. Era un hombre riquísimo que tenía su vagón de tren propio, que vivía en un palacio en Santander y se decía que desde aquella ciudad hasta Valladolid se podía ir sin dejar en ningún momento de pisar sus tierras. La finca agrícola llamada Vega Sicilia, en el término de Valbuena de Duero, era una de sus favoritas; y tras ver a algunos prohombres riojanos como el Marqués de Riscal o el Marqués de Murrieta hacer vinos la estilo del Medoc francés, decidió hacer lo mismo. Roturó tierras, compró cepas en Francia de sus grandes variedades, como cabernet, merlot, malbec, que juntó con las locales garnacha y tempranillo. Era el año 1864 y nacía el primer vino de la finca.
Los hijos de Lecanda malograron la fortuna de su padre y la propiedad pasó a la familia Herrero. Estos encargaron el negocio vinícola a un hábil bodeguero riojano, Cosme Palacios, que mandó a la bodega vallisoletana a Domingo Garramiola, Txomin, un enólogo al que se considera el verdadero creador del Vega Sicilia. Palacios lo exportaba haciéndolo pasar por riojano, pero en España llamaba la atención por ser un vino de Valladolid, distinto, con aire bordelés.
A principios del siglo XX el vino era de los pocos que se vendía embotellado; se presentaba a los concursos internacionales y obtenía premios que ponían en la etiqueta; pero uno de sus grandes impulsores fue Luis Herrero, uno de los propietarios. Solterón, señorito, organizador de safaris a África – como curiosidad, los animales disecados que se pueden ver actualmente en el Museo de Ciencias Naturales de Madrid, eran suyos – impulsó el vino entre la alta sociedad madrileña y desde luego en Palacio. Vino muy rico y bien hecho, se hizo muy famoso.
En 1939, sin embargo, en la penuria de la posguerra el vino se vendía en caja de madera individual, con botella retornable a un precio de cuatro pesetas. Como la finca era grande y el vino una pequeña parte, los Herrero se la vendieron a Prodes, una empresa de semillas; que años después se la vendió a Hans Neumann, empresario venezolano que probó el vino en un restaurante neoyorquino, se enamoró de él y compró finca y bodega. Pero pronto se desentendió del negocio, lo cual fue una ventaja porque no se les ocurrió a ellos ni a los de las semillas tocar el vino, que mantuvo su nivel gracias a Jesús Anadón, el administrador de la bodega, y a Mariano García, el enólogo.
Con ellos se encontraron los Álvarez. Tanto Neumann como los de Prodes tuvieron en su mano una mina de oro, pero no se dieron cuenta. Pablo Álvarez sí. Quizá por ello celebran con tanta satisfacción su 40 aniversario. Una celebración que también afecta a los millares de aficionados del mundo que disfrutan del vino mítico español.