En el patio de mi abuela se celebraron los cumpleaños de todos sus nietos. En aquel patio soplamos velas y cantamos desentonados cumpleaños felices con sabor a Fanta y gusanitos naranjas. Allí celebramos comuniones con peroles de caldereta de cordero y también aquel patio fue escenario de meriendas corrientes, de pellizcos de pan y taquitos de jamón y de los cafés con galletas del abuelo.
En el patio de mi abuela camparon a sus anchas gallinas que no temían a los perros, se mataron pichones para el cocido y se desplumaron los gallos que, por su mala leche, acabaron en arroz. A la luz de aquel patio se limpiaron lentejas, se apalearon piñas de girasol y se seleccionaron simientes.
A ese patio acudieron vecinas a comprar habas que se pesaban con romana. En ese patio se hicieron manojos de acelgas, comí higos con piel y aprendí a pelar la fruta con navaja. Allí se descansó después de una tarde sacando patatas y al calor de aquel cemento se secaron, dispuestos en mallas, tomates y legumbres.
En el patio de mi abuela las macetas eran latas de aceitunas y banderillas Toreras. En ese patio jugamos a tirarnos sobre montones de cebada y comprobamos que aquella idea picó más que divirtió. Allí también descubrí para qué sirve una criba, se limpió la lona del remolque después de la vendimia, se pagaron jornales y destajos y se seleccionó qué racimo de uvas colgaríamos en septiembre para comerlo en diciembre.
En el patio de mi abuela comí cohombros despeinada y merendé sandía descalza. Desde el patio de mi abuela se veía una huerta que en verano explotaba en colores y descansaba en invierno. En aquel patio convivían niños, perros, gatos, patos, gallinas y, aunque los perros ladrasen, allí nadie era un extraño.
En el patio de mi abuela llamábamos “expresores” a los aspersores que nos quitaban el calor de agosto cuando jugábamos a cruzarlos con paraguas. Y a ese patio volvíamos para que la abuela nos limpiase el barro de la suela bajo la promesa de que nunca más le pisaríamos sus matas.
El patio de mi abuela no era el más bonito, pero siempre será mi preferido. Porque en el patio de mi abuela no existía el hambre, la tristeza ni el frío.