Imagina que estás en una de las más de 3.000 playas que tiene España. Ves unas cuantas conchas en la orilla y decides agacharte a recogerlas. "Las pondré en el jardín o haré un collar con ellas", te dices. No lo sabes, pero este gesto aparentemente insignificante te conecta con 250.000 años de evolución humana y explica muchas de las claves de nuestra alimentación y salud en la actualidad.
Esa es la tesis que defiende Carlos M. Duarte, catedrático de Ciencias Marinas en la Universidad de Ciencia y Tecnología Rey Abdalá de Arabia Saudita, que ha realizado una ponencia este lunes en la 6ª edición del Encuentro de los Mares de Tenerife. En su artículo Red ochre and shells: Clues to human evolution (Ocre rojo y conchas: pistas sobre la evolución humana), publicado en 2014 en la revista Trends in Ecology & Evolution (TREE), el científico ahonda en la desconocida relación entre estos dos elementos, la cual nos ha acompañado desde el origen del humano moderno hasta nuestros días.
Los moluscos y el ocre rojo forman un binomio que está presente de forma continua en la historia y en diversas culturas alrededor de todo el mundo. La "obsesión" de Duarte, como él mismo expresa, era "entender por qué" y cómo su conexión está ligada a la dieta marina y al papel de los océanos en el desarrollo de nuestra especie.
La extraña pareja en la historia de la humanidad
Los primeros vestigios de humanos modernos (es decir, aquellos con capacidad de pensamiento simbólico) se remontan, aproximadamente, 170.000 años atrás, a la cueva de Blombos, a unos 300 kilómetros al este de Ciudad del Cabo (Sudáfrica). Diversas investigaciones arqueológicas descubrieron allí un uso masivo de marisco, concretamente orejas de mar, procedentes de los bosques de algas adyacentes.
Tal y como ha podido saberse, estas conchas eran empleadas para machacar ocre rojo, el cual utilizaban nuestros ancestros para pintar sus cuerpos y proteger así sus pieles del sol y del frío; una práctica que todavía sigue vigente en culturas contemporáneas.
Cabe recordar también que a los pueblos indígenas de Norteamérica se les llamó 'pieles rojas' precisamente porque se cubrían con dicho mejunje para protegerse mientras mariscaban bajo el sol. Sucedía igual entre los aborígenes australianos; de hecho, cuando alguien en la comunidad hacía algo que no estaba permitido, se le castigaba sin poder echarse esta preciada pasta roja.
Pero las conchas y el ocre rojo pulverizado no sólo se usaban como adorno y protección, también como herramienta de expresión artística. Es el caso de la Cueva del Mirón, en Cantabria, donde se halló un esqueleto de una mujer de 19.000 años de antigüedad totalmente cubierto de ocre rojo y pasta de moluscos, razón por la que recibió el nombre de la 'Dama Roja'.
Por otra parte, la Cueva de las Manos del río Pinturas (Argentina) reúne un impresionante conjunto de arte rupestre ejecutado entre los años 13.000 y 9.500 a.C. y formado por huellas de manos estampadas en la paredes que fueron pintadas con este famoso ingrediente.
El idilio entre el ocre rojo y el marisco puede advertirse también en el maquillaje y la joyería empleada por miembros de la nobleza y la monarquía como María Antonieta o en el emblemático cuadro de Sandro Botticelli, El nacimiento de Venus: el pigmento con el que está pintado el cabello de la diosa es, en efecto, ¡ocre rojo! Además, la deidad aparece dibujada sobre una enorme concha marina, también coloreada con este mineral terroso.
A día de hoy, "toda la base de maquillaje de color rojo que utilizamos está hecho con hematita, es decir, ocre rojo", cuenta Carlos Duarte. Asimismo, seguimos empleando ornamentos que derivan de moluscos, como es el caso de las perlas o ese collar de conchas que forma parte de las manualidades básicas de cualquier escuela infantil. En definitiva, "llevamos un cuarto de millón de años usando esta combinación sin saberlo", afirma el científico.
Un alimento ancestral para el cuerpo y el alma
Resumiendo, los humanos modernos recolectaban mariscos en los que machacaban ocre rojo con una finalidad defensiva y artística, pero no sólo eso: estos moluscos también se usaban como alimento, proporcionando un gran aporte de ácido graso Omega 3, fundamental en el desarrollo del sistema nervioso, el cerebro y la visión.
Por otro lado, la manipulación de los pigmentos ocres al pintar podría haber hecho que fuesen ingeridos sin querer, lo que habría suministrado a nuestros antepasados dosis extra de hierro, esencial para el cerebro en momentos donde escasea este nutriente, como en el caso de una dieta basada esencialmente en marisco.
"El cerebro representa sólo un 2% de la masa corporal de las personas, pero consume el 20% de nuestra energía, y para aportar esa energía hace falta oxígeno, que se regula gracias a la ferritina, una forma de ocre rojo", explica el investigador.
Las mujeres, guardianas de la evolución
Pero, ¿quiénes manipulaban habitualmente esos pigmentos rojos? Tal y como demuestra el tamaño de las huellas encontradas en la Cueva de las Manos de Argentina, los artistas primitivos eran frecuentemente mujeres o niños, por lo que ellos ingerían accidentalmente mucho más hierro y Omega 3 que los varones adultos. "Nuestro desarrollo cerebral es una consecuencia directa de la inclinación artística de las mujeres ancestrales", apunta Duarte.
Así pues, el ocre rojo supuso una ventaja evolutiva para los hijos e hijas de aquellas mujeres primitivas, ya que dio lugar a una descendencia con un mayor desarrollo cognitivo. "Una alimentación rica en productos de origen marino y hierro es fundamental para la salud mental y reproductiva, especialmente durante el embarazo", agrega.
Según afirma el catedrático, tras el embarazo las mujeres sufren normalmente un déficit de Omega 3 y de hierro, ya que se transmite en un 80% al feto, por lo que "es muy probable que la depresión postparto tenga mucho que ver con una pérdida de esos nutrientes fundamentales".
¿Y el futuro? Un regreso al mar
Para Carlos Duarte muchos de los problemas de salud actuales en la sociedad occidental se deben a un descenso en el consumo de esos dos alimentos ancestrales. "No es que las personas jóvenes sean más frágiles, es que hemos cambiado nuestra dieta: tenemos que volver a reconectar la salud humana con la salud del océano".
A su parecer, enfermedades como la depresión, el trastorno bipolar o la infertilidad tienen una base dietética aún por explorar, "por ello se utiliza selenio y Omega 3 para tratar estos casos". "Venimos del océano y en el océano es donde vamos a encontrar nuestro futuro", concluye.