"No sé si será suficiente [tratar mi trayectoria] en un día", bromea el cirujano plástico Javier de Benito (Sabadell, 1948). En realidad, puede que no le falte razón. Con 34 años en quirófano y una clientela selecta (muchos famosos han pasado por sus manos, aunque por confidencialidad prefiere no dar nombres) debe tener anécdotas como para 'aburrir'. "Antes sí que me ponía nervioso [en las entrevistas]; ahora, me das un micrófono y parezco Madonna", vuelve a bromear De Benito.
Aunque parezca mentira, él no siempre es el que hace las bromas. El expresidente de la Generalitat Jordi Pujol le gastó una antes de que le operara las bolsas de los ojos: "Me dijo: 'Doctor, vengo porque tomo decisiones y no me pueden ver cansado. Sé que no puedo ser más alto ni más guapo'". De Benito lo recuerda como un buen político "pese a todo lo que pasó".
No tiene la misma opinión de los actuales: "Ahora piensan en sus propios intereses. Todos", sentencia. El cirujano plástico no se casa con nadie. Le podrían tachar de facha ("gracias a Franco tenemos embalses. Todo el mundo ha hecho algo bueno") o de progre ("hay que adaptar la Constitución. No podemos quedarnos con lo que se pensaba en la década de los 70").
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En el sentido literal, De Benito se casó dos veces. La primera, con una pediatra afincada en Andalucía, donde abrió una consulta que cerró al año porque los clientes faltaban a su cita. "Uno me llegó a decir 'doctor, estoy en un merendero en la playa, véngase a comer unos chopitos y unos boqueronsitos y me habla de los párpados", recuerda en su entrevista con EL ESPAÑOL.
Hace un año fue padre por segunda vez. Dice que la paternidad a su edad le hace ser más joven: "No sé cuánto tiempo más voy a vivir, pero tengo la ventaja de que el día de mañana tendrá a alguien". Se refiere a su segunda mujer, de 37 años, quien acudió a Kiev (Ucrania) —al ser legal la elección del sexo del embrión— para la implantación. Salvando las distancias entre uno y otro proceso, De Benito respeta la decisión de Ana Obregón de recurrir a la gestación subrogada para que naciera una niña con el semen de su difunto hijo: "En este país se critica cualquier cosa. Una vez me dijeron que si la envidia fuera una enfermedad, España sería un hospital y Cataluña, la UVI".
Me comenta que esta semana ha realizado dos operaciones. A sus 73 años, ¿le mueve la vocación, el dinero o el miedo a jubilarse y no saber qué hacer?
Amo mi profesión. Me divierte mucho. Es por eso por lo que sigo trabajando. Me encanta y me lo paso bomba. Soy de educación judeocristiana, mi padre me enseñó que hay que trabajar. Siempre digo que 20 minutos antes de morirme trataré de seducir a la muerte para ver si la opero de algo.
¿Ni siquiera el nacimiento de su segunda hija le ha hecho replantearse una posible retirada?
Estoy enamorado y embobado con ella. Tener una hija con más de 70 años te hacer ser más joven, ver cosas que ya habías olvidado y te estimula para seguir disfrutando de la vida.
¿Cómo decidió ser padre a los 73 años?
Lo hablaba mucho con mi mujer, que es mucho más joven que yo. A ella le apetecía tener un hijo y yo estaba de acuerdo. Hubo un primer embarazo, que se perdió, y ahora llegó Valentina. Nadie sabe cuánto tiempo vas a vivir, pero tengo la ventaja de que cuando yo no esté, tendrá a alguien. Ahora mismo, lo que intento es que mi hija tenga un recuerdo maravilloso el día de mañana de su padre.
Quizás el día de mañana no sea muy halagüeño.
Me preocupa un poco el mundo que le dejamos, sí. Yuval Noah Harari, en 21 lecciones para el siglo XXI, dice que en el 2050, cuando los nacidos ahora tengan unos 20 años, estarán hablando con alguien en la calle y no sabrán si lo hacen con un transgénero, un hombre, una mujer, un avatar, una máquina... No lo sabrán. Y eso es algo que hay que tener en cuenta, el mundo será de las máquinas.
¿Tuvo problemas para volver con su hija de Ucrania a España?
No. Fuimos a Kiev (Ucrania) porque queríamos una niña y allí es legal escoger el sexo. En el primer intento no había guerra. La segunda vez, sí. Fue mi mujer sola. El 14 de febrero, casi 10 días antes de que estallara la guerra, le implantaron el embrión y se vino para acá. Yo tengo una consulta en Moscú. Aunque sigue abierta, ya no voy. Muchos de los oligarcas [rusos] que se operaban están fuera de Rusia.
Ana Obregón fue noticia hace unos meses por el nacimiento de su nieta a través de un proceso de gestación subrogada en el que se utilizó el semen de su difunto hijo. ¿Entiende las críticas que recibió?
Cualquier cosa que uno hace en este país se critica. Tenía una persona muy conocida que solía decir si la envidia fuera enfermedad, España sería un hospital y Cataluña, la UVI. Siempre respeto que cada uno decida lo que quiere hacer. Nadie puede imponer las leyes en la vida de ninguna persona. Ella tenía sus motivos. Y si tomó aquella decisión, ¿quiénes somos para decidir lo que uno tiene que hacer?
Criticar es lo más fácil que se hace en este país. Cuesta mucho ponerse en el lugar de la otra persona. A mí cuando me dicen a veces "doctor, ha visto a esta actriz que se ha operado, ¡qué horror! ¿Cómo se ha hecho esto?". Pero nadie le pregunta si es feliz y ha hecho lo que quería.
¿Sigue existiendo ese prejuicio alrededor de la cirugía estética?
Sí, prejuicio, envidia y ganas de meterse en la vida de los demás.
¿Cómo se decantó por esta especialidad? ¿Lo tenía claro desde un principio?
En mi familia no hay médicos. Mi padre era un empresario textil en Sabadell. Aunque yo sabía que quería ser cirujano desde pequeño. Desde los nueve años, un cirujano me invitaba cada verano para estar en un rincón del quirófano. Veía la apendicitis, el intestino... ¡Alucinado estaba! Luego llegaba a casa a contarlo y mis padres me decían "que estamos comiendo".
¿Qué es para usted el éxito?
Siempre pienso que el triunfo en la vida depende de dos cosas. Por un lado, tu personalidad; y por otro, la oportunidad que se te pone por delante (normalmente, sólo hay una en la vida). En mi caso se presentó cuando acompañé a mi madre al Vall d'Hebron porque se había roto el dedo. El director del hospital me dio la tarjeta de Jaime Planas cuando le dije que estaba estudiando para cirugía general.
Una semana más tarde, fui a su clínica para ver cómo se hacía una nariz. Se apartaba, se agachaba un metro y miraba con perspectiva. Me quedé alucinado. Dije "esto es una obra de arte". Aproveché la 'oportunidad' del dedo de mi madre y en 24 horas me pasé a la [cirugía] plástica.
¿Cómo recuerda aquella época?
Las revistas comenzaban a tratar el culto al cuerpo, pero nadie sabía, por ejemplo, qué era un estiramiento facial. A las pacientes les daba el alta a las 11 de la noche para que no las viera el portero al llegar a su edificio.
De aquel veinteañero que decidió dedicarse a la cirugía plástica en 24 horas pasó a ser considerado como uno de los mejores cirujanos plásticos del mundo. En el día a día, ¿este reconocimiento se percibe de alguna forma?
Nunca he sido vanidoso. ¿Sabes cuál es la diferente entre el señor que barre la calle y yo? Que cuando muera mi obituario quizás sea mucho más extenso. Pero nada más.
¿Rechaza en muchas ocasiones propuestas de clientes?
Lo más importante es la honestidad. Explicarle al paciente que hay veces en las que no merece la pena la operación. Decirle "eso que tienes está más en tu cabeza que en el defecto". Pero claro, ¿cómo voy a convencer a alguien de que no se opere? Es muy difícil. Y sobre todo hoy en día, que se ha convertido en un negocio que a veces es muy frívolo.
A los nuevos siempre les digo algo que se ha perdido mucho ahora: vulgarmente hablando, detrás de unas tetas, un culo, una nariz, unos ojos, hay siempre un cuerpo, un ser humano que tiene sus motivos y sus emociones. No vendéis bolsos ni joyas. Y antes de la especialidad, habéis sido médicos. Muchos profesionales han perdido esto en la actualidad. Y también por parte del paciente. Algunos parece que vienen a comprar algo, como si fuera "yo quiero ese culo". Y no es así.
¿Hay pacientes que acuden a su clínica móvil en mano diciéndole "quiero esta cara", mientras le enseñan una publicación en redes sociales?
Sí, y sobre todo gente joven, que sigue a las influencers y viene con la idea de "estaré más guapa si me hago esto". Pues mira, sí o no. Hoy en día Instagram marca muchísimo este tipo de decisiones.
¿Le preocupa que cada vez se realicen operaciones estéticas a edades más tempranas?
Sí, porque parece ser que todas tienen que estar operadas. Los padres tienen que intentar que sus hijos tengan bien la autoestima.
¿Cuál es la reina de las operaciones estéticas?
La reina siempre ha sido el remodelaje corporal y el aumento de mama. Ha cambiado el concepto de belleza. En la mujer, se ha pasado a ser una mujer de estilo andrógeno, más estilizada y menos caderas. Pero el pecho sigue siendo el signo de feminidad.
¿Qué opinión le merece los productos estéticos que se venden en los supermercados?
Hay que ir con cuidado en lo que se ofrece. Los milagros no existen. A veces uno se gasta 100 euros en un crema hidratante y tienes una Nivea que va muy bien.
¿Cree que se está abusando del bótox?
Hay gente que quiere abusar de todo, no sólo de bótox. Uno se puede ir poniendo bótox a lo largo de la vida. Por ejemplo, si cuando sonríe se le marca mucho las patas de gallo. Pero también es verdad que hay gente que se ha operado tanto las cejas que no tiene expresión. Eso no es estético.
¿Qué países están en la Champions League del bótox?
Brasil siempre ha sido uno de los países que ha estado entre los tres primeros, junto con Estados Unidos y México. En Europa, los países latinos están a la cabeza porque hay un mayor culto al cuerpo. Parece incluso que por estar más bronceado eres más sano y más rico, justo lo contrario de lo que ocurre en Venezuela, por ejemplo.
Afortunadamente hemos dejado atrás la moda de la crema de vaca: hace 40 años, todo el mundo estaba negro, pero ahora se paga con caras arrugadas como un pantalón de pana. El culto al cuerpo en España es porque tenemos un país lleno de mar y costas. Nos vamos a la playa, nos ponemos al bañador y "anda, ¡qué michelín!".
No creo que éste sea el motivo de las operaciones estéticas en Rusia.
No, allí se explica por otros motivos. Hay más mujeres que hombres en Rusia, y entonces hay una gran competencia. La mujer rusa tiene un concepto de la vida diferente al de la latina: quiere buscar a un hombre que le mantenga, la cuide y con la que tener una familia. Y para eso hay que estar guapa. Hay rusas que con apenas 30 años acuden a mi consulta y me piden un estiramiento facial. Pero siempre les pongo el mismo ejemplo: si esa blusa que llevas es nueva, no la vas a llevar a la tintorería para evitar que se ensucie.
Una influencer brasileña ha fallecido tras someterse a una liposucción. ¿Sigue existiendo ese riesgo al entrar en quirófano?
No, hoy en día el riesgo es mínimo. Cuando me preguntan por los avances en la cirugía estética, siempre pongo el ejemplo de la anestesia. El propofol es una sustancia con la que anestesiamos a la gente. Michael Jackson se la llevaba a casa. Hay mucha gente que también me la pide. ¡Yo soy adicto! Cuando me operan, digo "enchúfame propofol". Es una delicia.
En quirófano no existen los problemas que había antes. A mis pacientes les digo que yo me puedo morir en quirófano. Pero tengo a mi equipo, que me ayuda, y me sustituiría. A mí me preocuparía más estar andando por la sierra y que me dé un patatús.
¿Cómo recuerda el momento en el que Jordi Pujol le pidió que le operase las bolsas de los ojos?
Fue en el año 1989. Lo aprecio mucho, a pesar de todo lo que pasó. Siempre lo he tenido por un gran político. Vino a verme porque tenía muchas ojeras y daba el aspecto de cansado y de enfermo. Fue muy divertido porque me dijo "doctor, vengo porque tomo decisiones y me tienen que ver fresco y con esta cara parece que estoy cansado. Ya sé que no puedo ser más alto y que no voy a quedar más guapo, pero por lo menos quíteme esta apariencia".
También he operado a gente de altos tribunales, de gobiernos extranjeros y actrices. Hay veces que hago el rídiculo cuando en un cóctel saluda a gente que no me devuelve el saludo, aunque yo sé que le he operado. Tienen ese miedo. De hecho, cuando alguien me pide una foto le digo "¡fatal, se van a pensar que te he operado!".
¿Las operaciones estéticas tienen ideología política?
No. Nunca le he visto ninguna ideología a la estética. No influye para nada. Es una decisión del espejo, no de ser de izquierdas o de derechas. Si no existiera el espejo, yo no existiría.
¿No se opera más la gente de derechas que la de izquierda?
No, en absoluto.
Como experto en imagen, ¿qué opina de la que ofrece España como país ahora mismo?
En estos momentos tenemos unos políticos que realmente sólo piensan en ellos. Todos. Sean del color que sean, se están cargando la clase media, que es la que mantiene el país, el autónomo y la pequeña y mediana empresa. Y eso es grave. Lo único que tienen que pensar es que el país no va bien, que la gente no llega a final de mes. Los pobres no tienen para pagar y los ricos no pagan. No piensan en esto.
¿Hubo un trasfondo político en su decisión de abrir una clínica en Madrid, cuando ya tenía una en Barcelona?
En su momento, sí. Cuando Artur Mas habló de la independencia había clientes que me miraban extrañados cuando les decía que la operación iba a ser en Cataluña. A mí Madrid me encanta. Creo que [Isabel Díaz] Ayuso ha hecho una gran labor: el ambiente, las terrazas, las tiendas y la gente.
¿Qué reto le le queda por cumplir?
Expansión. Instituto de Benito tiene una fama internacional muy potente, mucho más que en España. Como suele decirse, nadie es profeta en su tierra. En este país, primero se ignora y luego se ataca. Lo he vivido en primera persona. En los años 80 hacíamos la reconstrucción de mama inmediata. ¡Bueno! Algunos colegas me decían "esto es experimental, no se puede hacer". La gente en España habla por hablar y cuando desconoce algo, lo primero que hace es cargárselo. La medicina es un poco como la Constitución: con orden, ha de ir evolucionando con el tiempo. No podemos quedarnos con lo que se pensaba en los años 70.
Le pueden tachar de progre.
No, no tiene nada que ver. No hablo de independencia ni de estados federales, sino de ir adaptando las leyes. La Iglesia lo hace: antes los divorciados no podían ni ir a comulgar. Con cabeza, pero no puedes quedarte atrás.
Un partido puede decir A, tener mucha razón, pero si se encuentra delante... Hay una frase que me dijo un amigo mío: "Mejor estar tranquilo que intentar tener la razón". A veces discutes por chuminadas.
Corriendo el riesgo de abadonar debates que quizás sí que sean importantes.
A muchos les escocerá lo que voy a decir ahora. En Cataluña tenemos problemas con el abastecimiento de agua. Los dos desalinizadores que tenemos son de la época de [José] Montilla y gracias a [Francisco] Franco que tenemos embalses. Todo el mundo ha hecho algo bueno. Todo tiene una parte buena, pero ahora sólo se quiere ver la mala.
Somos un poco culpables de lo que nos pasa. En la juventud lo veo hoy en día y los admiro por ello. Yo tengo una educación judeocristiana y por eso nunca he hecho novillos un miércoles. ¡Hay que trabajar! Es el sentimiento de culpabilidad. Pero hoy en día un joven que gana 2.500 euros y le ofrecen 4.900 puede que diga que no le interesa. Pienso "¡qué suerte, eso es vivir la vida!".
Hay quien ve en esta decisión una generación de flojos.
Bueno, es que hoy en día nadie te da ilusiones. Por eso la vida hay que vivirla, disfrutar de los detalles diarios. Eso es lo importante. En Andalucía, a la que estuve yendo durante 54 años, lo vi. Tenía un taxita, que era amigo mío y me venía a buscar al aeropuerto. Hubo un día que me dijo que no me podía recoger porque estaba con unos clientes. Le pregunté por qué no se compraba otro coche y ponía a alguien a trabajar. "¿Para qué?", me dijo, "si yo ya vivo bien y estoy muy feliz, doctor". Lo admiro. Qué maravilloso. En Cataluña, en cambio, ganas 10, nueve, lo inviertes y si acaso disfrutas de uno.
¿Los andaluces tampoco son flojos entonces?
No, la gente lo confude, de vagos nada. Es otra filosofía, otra forma de vivir. Mi primera mujer era pediatra en Andalucía. Estuvimos dos años de novios en la distancia, así que, como buen catalán, probé a montar una clínica allí. De ocho pacientes, venían tres. Uno me llegó a decir "doctor, que estoy en un merendero en la playa. Vengáse a comer unos chopitos y unos boqueronsitos y me habla de los párpados. Cerré la consulta al año. Los andaluces son listísimos, saben disfrutar de la vida mucho más que el resto.