Con la llegada de la primavera, también empieza el calvario de las personas alérgicas al polen. Según calcula la Sociedad Española de Alergología e Inmunología Clínica (SEAIC), en nuestro país hay en torno a ocho millones de personas con este problema, que puede llegar a ser verdaderamente limitante para aquellas que lo padecen.
Afortunadamente, en la actualidad se dispone de una serie de remedios médicos que pueden paliar sus síntomas. Quizá, el nombre que más le suene al lector es el de antihistamínico en formato oral, un tipo de fármaco cuyo nombre va inevitablemente asociado al de 'alergia ambiental'.
Para comprender cómo funciona, primero conviene explicar qué es la alergia. Esta es una respuesta de nuestro sistema inmune a sustancias que no debería atacar, como es el caso del polen de algunas plantas. Esta equivocación lo que provoca es que, cuando estos granos microscópicos entran en contacto con nuestra mucosa, se reaccione con estornudos, picor de nariz, congestión nasal, lagrimeo, etc. Es decir, con todos esos molestos síntomas que acompañan a la rinitis alérgica.
[Las alergias serán más severas y llegarán antes este año: los médicos dan la voz de alarma]
Aquí es donde entra en juego la histamina, una molécula de nuestro cuerpo que interviene en numerosos procesos fisiológicos, entre ellos, provocar la citada reacción. "Los antihistamínicos, como su propio nombre indica, funcionan bloqueando la histamina, haciendo que se produzca una menor liberación hacia la mucosa y la piel", explica a EL ESPAÑOL Isabel Fernández de Alba, portavoz de la SEAIC.
Primera y segunda generación
Bajo el nombre antihistamínico, hay un paraguas grande de principios activos, aunque Fernández de Alba los agrupa en dos: primera y segunda generación. "Los de primera generación, en general, no solemos recomendarlos, porque producen una alteración del ritmo circadiano y pueden dar mucho sueño. Tenemos antihistamínicos de segunda muy potentes y con menos efectos secundarios", aclara la experta.
En España, de primera generación, están dexclorfeniramina (también comercializado como Polaramine) y ketotifeno. Mientras, de segunda, suenan nombres como la cetirizina, loratadina, desloratadina, bilastina, ebastina… "Hay muchos, también está la rupatadina, que suele ser muy bueno, pero no hay un antihistamínico que sea el mejor", matiza Fernández de Alba, que añade una puntualización al respecto: "Insisto en que esto es un tratamiento que se debe individualizar a cada paciente en función de su historia clínica, sus antecedentes personales y sus resultados alergológicos".
La advertencia de la doctora parte de cada uno de estos antihistamínicos guarda sus particularidades, incluidos peligros y contraindicaciones. Aunque su eficacia sobre la rinitis alérgica sea un común, algunos pueden suponer un problema, como la cetirizina, que tiene una eliminación disminuida en casos de insuficiencia renal; o la bilastina, que se ve afectada por la ingesta de alimentos.
Un gran estudio publicado en The New England Journal of Medicine en 2015 ya dejó claro que, dentro de los antihistamínicos no sedativos, no se habían encontrado diferencias en cuanto a los beneficios de los distintos principios activos.
Más allá del antihistamínico
La investigación también sostenía que los corticoides nasales son el tratamiento más eficaz que hay para el problema de la rinitis alérgica. "Los corticoides se pueden administrar por diferentes vías: tópica, nasal, oral o intramuscular/intravenosa. La nasal es muy habitual en los procesos alérgicos. Pautados en el tiempo, son muy beneficiosos y no tienen casi paso a vías sistémicas, por lo que no tienen los efectos secundarios que se asocian normalmente a los corticoides", indica la alergóloga.
Ojo, que no se debe confundir este remedio con los conocidos descongestionantes nasales, un arma contra la alergia que puede ser de doble filo: "Son muy eficaces porque se deja de moquear de forma prácticamente inmediata, pero un mal uso puede producir una rinitis atrófica, ya que son capaces de lesionar los capilares de la nariz, provocando que una nariz sana se quede completamente atrofiada", advierte Fernández de Alba.
Además, añade que este fármaco es capaz de generar "adicción": "Para volver a tener esa sensación de respirar y que se corte el moqueo, se necesita un uso continuo, por lo que se considera que generan más daño que beneficio". "No los pautamos salvo casos extremos y siempre con la máxima precaución", sentencia.
[El último secreto de los amish, al descubierto: revelan por qué están protegidos contra el asma]
Y, mientras unos remedios están tan fijados en el imaginario colectivo —a pesar, incluso, de que pueden llegar a ser peligrosos, como este último—, hay otros que pasan más desapercibidos, como es el caso de la inmunoterapia, popularmente conocida como "la vacuna de la alergia". "Este es el único tratamiento capaz de modificar el curso de la enfermedad alérgica", apunta la experta, que reclama que no sea un método tan conocido, a pesar de sus ventajas: "No actúa sobre los síntomas del paciente, sino que modifica el sistema inmune hacia la tolerancia del alérgeno".
Al igual que los otros métodos, tiene distintas vías de aplicación y siempre debe depender de un médico para su administración. Más allá de cerrar bien puertas y ventanas, limpiar filtros de ventilación, evitar las zonas en las que pueda haber más polen o recurrir a las mascarillas, la iniciativa individual no debe de ir más allá. La medicación debe quedar reservada para los profesionales, como termina Fernández de Alba: "La mejor forma de valorar el tratamiento para un paciente es acudir a la consulta de Alergología".