La gran promesa contra el cáncer ha dado un paso al frente. Pequeño, pero firme. Todavía queda un largo camino por recorrer hasta que se convierta en una realidad, pero el mundo tiene más razones ahora para confiar en la posibilidad de vacunas contra el cáncer tras el éxito de un pequeño estudio en tumores de mama metastásicos.
A pesar de la confianza que muestran los creadores de la primera vacuna contra la Covid, los fundadores de la biotecnológica BioNTech, en disponer de vacunas contra el cáncer antes de 2030, la historia de la investigación en este campo está plagada de fracasos.
No obstante, la revista JAMA Oncology acaba de publicar los resultados de un ensayo clínico que ha durado 20 años sobre una vacuna basada en ADN en 66 mujeres que habían sido diagnosticadas del tumor en estadios avanzados y sido tratadas con una terapia estándar como trastuzumab. El ensayo, un fase 1, es el primero en humanos de esta vacuna y solo busca medir la seguridad, pero los resultados son alentadores.
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Lo que caracterizaban a estas mujeres es que eran positivas para el factor de crecimiento epidérmico humano HER2, conocido ahora como ERBB2. Aproximadamente, un 30% de las pacientes sobre-expresan este factor, y la particularidad de estos cánceres es que son rápidos y agresivos.
Tras el tratamiento con trastuzumab se puede predecir la recaída midiendo los niveles de células T específicas para ERBB2 en la sangre periférica. Esto ha llevado a investigar vacunas dirigidas a potenciar este tipo de célula inmune, si bien han sido un fracaso hasta el momento.
Un anillo de ADN
La estrategia desarrollada por el equipo de Mary Disis, directora del Instituto de Vacunas del Cáncer de la Universidad de Washington, ha sido la de codificar todo el dominio intracelular del factor en lugar de ciertos epítopos (zonas reconocibles por el sistema inmune), como hacían las anteriores vacunas.
Es una estrategia parecida a la que utilizan las vacunas de nueva generación, bivalentes, contra la Covid: aumentan el número de objetivos que pueden ser reconocidos por el cuerpo humano para extender el arsenal contra el virus.
Esto lo han conseguido desarrollando un plásmido, es decir, una molécula de ADN circular que, en la naturaleza, se encuentra en las bacterias de forma independiente, no formando parte del cromosoma bacteriano. El equipo de Disis codificó un plásmido con toda la información relativa al ERBB2, pensando que esta estrategia tendría éxito allá donde las específicas de uno o unos pocos epítopos habían fracasado.
Un ensayo en fase 1 está pensado únicamente para medir la seguridad del medicamento. En este caso, se comprobó que las reacciones adversas eran las típicas tras la vacunación: enrojecimiento en el lugar del pinchazo, inflamación y síntomas de resfriado en gran parte de las pacientes.
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Los ensayos en fase 1 se suelen plantear en población sana. Una vez se comprueba que las personas sanas no sufren reacciones adversas de importancia, se puede probar en pacientes con enfermedades. Sin embargo, el ensayo de Disis se planteó directamente en pacientes de cáncer de mama, lo que permitió medir, además, la respuesta inmune.
Así, de las tres dosis planteadas (10, 100 y 500 microgramos), fue la de 100 microgramos la que mostró los resultados más interesantes, con un incremento de células T centrales de memoria en la sangre periférica, que "son únicas en su capacidad de expandirse, diferenciarse y autorrenovarse, conduciendo a una inmunidad de larga duración".
Lo que ha sido más interesante es que, con un seguimiento de aproximadamente 10 años, no se ha alcanzado la mediana de supervivencia, esto es, que más del 50% de las pacientes seguían vivas. Es es particularmente relevante teniendo en cuenta que se trata de mujeres diagnosticadas de cáncer en estadios III y IV, ya muy avanzados.
La propia Disis ha señalado, hablando para la Universidad de Washington, que el 80% de las participantes había sobrevivido a los 10 años, algo que solo se espera que hagan el 50% de las mujeres con tumores de las mismas características.
Claro está, un ensayo con solo 66 participantes no tiene potencia estadística para afirmar que aumenta la supervivencia de las mujeres con cáncer de mama positivas al receptor ERBB2. Por ello, hay un ensayo en fase 2 que ya está en marcha, con 110 pacientes, y cuyos resultados preliminares se esperan para mediados del año que viene.
Otras vacunas contra el cáncer de mama
Los datos publicados en JAMA Oncology ponen a esta vacuna a la cabeza de este segmento investigador. No es la única vacuna contra el cáncer de mama en investigación. Algunas, incluso, están en fases más avanzadas de ensayos clínicos, como adagloxad simolenin, desarrollada por la taiwanesa OBI Pharma, cuya fase 3 (la previa a la comercialización) tendrá sus primeros datos en 2025.
No obstante, la historia de esta vacuna tiene sus claroscuros. Los primeros ensayos no alcanzaron el objetivo principal: el tumor volvió a avanzar antes de los previsto. Sin embargo, continuaron los ensayos clínicos al observar una fuerte respuesta inmune frente a una molécula llamada Globo H, que está presente en varios tipos de cáncer.
Hay otra vacuna más, STEMVAC, cuyo ensayo en fase 2 comenzará este mismo diciembre. También desarrollada por la Universidad de Washington, prevé reclutar a 33 pacientes con cáncer de mama triple negativo –que no expresa ERBB2, ni receptores de estrógenos, ni de progesterona– diagnosticado en etapas tempranas.
Se basa también en un plásmido de ADN que codifica hasta cinco antígenos asociados con células madre cancerígenas y valorará la respuesta inmune generada (es decir, tampoco se puede hablar de eficacia poblacional). Sus resultados están previstos para mediados de 2024.
Hay un total de 35 ensayos activos que evalúan distintas posibilidades de vacunas contra el cáncer de mama. Una gran parte de ellos las utiliza como un potenciador de los tratamientos inmunoterápicos actuales, es decir, no por sí mismas. Frente a ellos, hay cerca de dos centenares de estudios clínicos que no han llegado a buen puerto, fueron suspendidos o retirados.