Pocos científicos como Philippe Sansonetti han logrado abrir campos enteros de investigación. Lo hizo en la microbiología celular, cuando empezó a analizar las bases moleculares por las que los patógenos infectan a las células, en la década de los 80, y lo está haciendo más recientemente al embarcarse en las comunidades bacterianas de nuestro cuerpo, la microbiota.
Esa capacidad para abrir camino le ha hecho merecedor del segundo 'Abarca Prize', Premio Internacional de Ciencias Médicas Doctor Juan Abarca. Estudiando una bacteria del género Shigella, causante de la disentería bacilar, que genera estragos en la población infantil de los países en desarrollo, alumbró los pasos que utilizan las bacterias para atacarnos.
Sansonetti, que ha sido agraciado con casi todos los honores que puede recibir un científico (a falta del Nobel), se muestra preocupado por dos males que están caracterizando a nuestro tiempo. El primero, la pérdida de biodiversidad, no solo en los seres vivos macroscópicos sino también en los microscópicos, algo que apenas se conoce y puede tener consecuencias fatales.
Pero además le preocupan los nacionalismos, que ponen fronteras a la investigación e impiden la colaboración de científicos de distintos lugares. Es la misma pérdida de biodiversidad, a nivel científico, y también tendrá consecuencias.
Usted inauguró un campo de investigación que ahora parece más de moda que nunca. ¿Cómo fue penetrar en un área de la que no se sabía nada, como la genética de la patogénesis?
Soy, he sido y seguiré siendo médico, eso es lo que me caracteriza. Ese interés enorme de la medicina en las enfermedades infecciosas, pero también en los aspectos más básicos que caracterizan la biogenética, estaba presente a finales de los 70, cuando empecé a trabajar para el Instituto Pasteur.
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Era la edad dorada de los estudios en la materia: fue cuando le concedieron el Nobel a François Jacob. Se empezó a estudiar en la E. coli, que se asemeja en ciertos aspectos a la Shigella. Pero se estudiaba mucho la parte genética, no tanto la patogénesis, y eso es lo que nos empezó a interesar: cómo un microbio puede provocar la enfermedad. Teniendo como referencia los estudios en E. coli, empezamos a investigar la Shigella que, concretamente, afecta al intestino. Fue una época esplendorosa.
Sin embargo, su línea de investigación más reciente está enfocada no tanto a la bacteria como 'enemiga' sino a la simbiosis entre microorganismos y seres humanos. ¿En qué campo se ha encontrado las mayores sorpresas?
Lo que hemos intentado hacer es aplicar técnicas y conceptos de esa simbiosis que has comentado, pero no analizando los microorganismos que se adhieren y matan células sino centrándonos en los intercambios, porque pueden ser positivos. Esto lo hemos constatado con las células madre presentes en el intestino y que pueden producir una simbiosis positiva.
No es algo tan sencillo de entender. El mayor desafío al que nos enfrentamos es que, no estamos hablando de la simbiosis con un solo organismo sino con una verdadera comunidad, un ecosistema de microorganismos que interactúan con el huésped.
Es muy difícil diferenciar, en ese ecosistema, cuáles son los microorganismos responsables de alcanzar ese equilibrio perfecto con el huésped y cuáles son los responsables de la alteración. Se trata de desequilibrios en la composición de la microbiota que provocan enfermedades como la obesidad, la diabetes, enfermedades cardiovasculares, alergias, asma, cáncer de colon… Hemos constatado que obedecen a un desequilibrio, a un ajuste anormal de esa composición de la microbiota.
¿Cuál es el principal misterio que no hemos sido capaces de resolver en relación a los microorganismos que nos rodean?
[Ríe y piensa] Creo que es una gran pregunta. Todo se sustenta en el denominado principio de microecología. El principal desafío al que nos enfrentamos es que no estamos lidiando con un microbio y cómo se relaciona con una célula en concreto, con un tejido, con un huésped, sino un ecosistema de microbios, y tenemos que analizar cómo correlacionan los huéspedes con ese ecosistema.
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Lo tenemos que ver desde una perspectiva nueva, desde un prisma nuevo: desde el punto de vista de la ecología. Eso en la teoría. En la práctica es muy difícil de verlo, es difícil modelar los sistemas ecológicos debido a la complejidad intrínseca de las interacciones.
Otro tema muy importante es que los patógenos no están solos. Por un lado, tienen que atacar directamente al huésped, al animal o ser humano que intentan invadir, pero también tienen que lidiar con una serie de microbios que hay, por ejemplo, en los intestinos de los seres humanos.
Después de analizar todo esto tenemos que pasar a la causalidad, es decir, analizar las pruebas y ver sus causas. Y, luego, pasar a la fase más experimental, con animales, pero, al fin y al cabo, esto se sustenta en el principio de la microecología.
La comunidad microbiana es un ecosistema.
Se habla mucho de la biodiversidad, de la extinción de ciertas especies de animales, la incidencia sobre el bienestar de nuestro planeta… Estamos hablando de la desaparición de la biodiversidad vegetal, de especies de árboles, de animales, etc. pero poco se está hablando de esa pérdida de biodiversidad en la microecología. ¿Cuáles son los efectos del cambio climático sobre la biodiversidad de los microbios?
Tendríamos que aunar una coalición internacional de expertos del mundo entero para que puedan analizar los cambios que están aconteciendo en la biodiversidad de los microbios y ver que realmente, como yo creo, hay un empobrecimiento de los ecosistemas microbiológicos y su efecto sobre la agricultura, entre otras muchas cuestiones. Ese es el verdadero misterio o caja negra.
¿El cambio climático está afectando a la diversidad de los microorganismos y, por tanto, es una amenaza?
Es un riesgo y tenemos que anticiparlo. A lo mejor es un riesgo latente. Esa pérdida de biodiversidad microbiana es más difícil de ejemplificar en animales pero, cuando vamos al campo de la agricultura, todas las cosechas capturan el nitrógeno mediante capas microbianas en la superficie de la tierra gracias a micropoblaciones que están en sintonía perfecta con las cosechas que se cultivan, con los vegetales que se puedan encontrar en esa superficie, donde han encontrado una suerte de estabilidad perfecta y unos se benefician de los otros y viceversa.
Ahora bien, si nos fijamos en fenómenos que hemos vivido recientemente, como la sequía tremenda que ha habido en Europa durante seis meses, esa falta de irrigación absoluta, evidentemente esa simbiosis perfecta se corrompe: no hay microbios y no pueden realizar sus funciones.
¿A qué obedece esto? A cambios meteorológicos, de temperatura… Pero, en este caso, estamos en una situación de verdadera urgencia. Es una alerta máxima, y si verdaderamente se está constatando un empobrecimiento de los microbios como población significa un aumento del consumo de sustancias químicas para hacer frente a esa carestía de microbios y tendremos que sustituirlos con sustancias químicas. Tenemos que actuar antes de que se desencadene una crisis sin precedentes.
Mientras la ciencia está advirtiéndonos de que estamos interconectados, en Europa triunfan los movimientos nacionalistas: en Suecia e Italia ha triunfado la extrema derecha, en Reino Unido pasó el Brexit... ¿Esto es una amenaza para la ciencia?
No podría estar más de acuerdo en que el nacionalismo es el mayor enemigo de la ciencia por diferentes razones. Por ejemplo, hablemos del Brexit. En términos de ciencia, las consecuencias son muy importantes a nivel internacional. El Consejo Científico de la Unión Europea, por un lado, proporciona fuentes ingentes de financiación tanto para las ciencias básicas como para la investigación aplicada, y, por otro lado, es un organismo que favorece el intercambio de información y comunicación entre los países miembros. Ha favorecido enormemente el progreso científico en todo el seno de la UE: que el Reino Unido abandone ese paraguas científico, esa comunidad, me parece un verdadero desastre.
Lo hemos adolecido en Francia pero creo que todos los países miembros del Consejo Científico hemos sentido la pérdida de los científicos británicos, que tenían muchísimo que aportar.
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Ahora, no solo no pueden acceder a esas fuentes de financiación a la investigación sino que nosotros nos perdemos la muy valiosa aportación de los científicos británicos. Durante bastante tiempo fui presidente del panel de enfermedades infecciosas e inmunidad y recuerdo muy vivamente las aportaciones y contribuciones de los científicos miembros del panel, incluido el Reino Unido, y las hemos perdido.
Me parece un sinsentido auténtico el Brexit como cualquier otro tipo de nacionalismo, como el que se está viviendo en Italia en este momento. Abandonar un sistema como este tendría un efecto devastador. ¿Cómo va a conseguir Italia vivir aislada de la comunidad científica? Cuando sigo conversando con antiguos colegas míos británicos, muchos de ellos estaban en contra del Brexit porque la pérdida no solo es en el plano científico sino también en el social. Es una verdadera pérdida.
Al inicio hablábamos de la pérdida de biodiversidad; también en este tema estamos viviendo una verdadera pérdida de la biodiversidad en el ámbito científico.