Felipe II murió a los 71 años en unas condiciones terribles. Lo hizo con una rodilla hinchada, que supuraba algo parecido al pus; fístulas en las manos, los pies deformados y una complicada insuficiencia renal. El hombre más poderoso del momento había vivido 30 años de su vida atormentado por la conocida 'enfermedad de reyes y papas', la gota, un trastorno que, actualmente, ha dejado de ser exclusivo de las altas esferas. Es más, afecta a gran parte de la población y parece que va en aumento.
La gota es una forma común de artritis, que se provoca por la acumulación de cristales de ácido úrico en las articulaciones y los tejidos del cuerpo, lo cual causa inflamación y un intenso dolor a quien la padece, además otras manifestaciones médicas graves, como fue el caso de la insuficiencia renal de Felipe II.
Hollywood y sus historias de reyes y realeza se han encargado de asociar los síntomas visibles de la enfermedad con malformaciones del pie, concretamente con el dedo gordo, pero también puede afectar al tobillo, las rodillas, los codos y las manos. Asimismo, puede generar depósitos de cristales de ácido úrico en los riñones, lo que se asocia a cólicos, cólicos nefríticos y manifestaciones cardiovasculares, como un mayor riesgo de infarto.
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"La gota es un factor de riesgo para enfermedades cardiovasculares y renales", advierte Enrique Calvo, portavoz de la Sociedad Española de Reumatología (SER) y reumatólogo del Hospital Universitario Infanta Leonor de Madrid.
Casi un millón
El experto se pone al otro lado del teléfono para analizar la realidad de la gota en España, ya que sus cifras han dibujado un panorama poco halagüeño para la salud pública. La SER estima que un 2,4% de la población adulta de nuestro país padece este trastorno, lo que se traduce en casi el millón de personas.
La cifra, que ya de por sí es llamativa, va en aumento, lo que preocupa a los profesionales médicos por las consecuencias que puede tener. Como avisa Calvo, la gota no es sólo una enfermedad que curse dolor, sino que se podría decir que "el ácido úrico y la gota son, ahora mismo, los nuevos factores de riesgo cardiovascular".
El experto no puede decir a ciencia cierta los motivos de este incremento de casos. Apunta a que el uso de medicamentos diuréticos es uno de ellos —ya que se relacionan con la producción de ácido úrico—, aunque el más sonado es el estilo de vida, cada vez más sedentario y con mayor consumo de alimentos ricos en grasas y purinas (compuesto que el cuerpo sintetiza en ácido úrico). Entre ellos, carnes rojas, mariscos, bebidas con fructosa y alcohólicas.
Sin embargo, como apunta Calvo, "la alimentación es solamente una parte del origen de la gota". "Nueve de cada diez casos vienen por un fallo en el funcionamiento del riñón, con lo cual, aunque hagamos una dieta perfecta, no terminaremos, seguramente, de arreglar el problema", sentencia.
La clave, el riñón
El experto acaba de poner sobre la mesa un aspecto clave de la enfermedad: el estilo de vida es un factor que agrava su desarrollo y que contribuye a su proliferación, pero no es un desencadenante en la mayoría de casos. Por ende, tampoco es su solución.
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"Los estudios han demostrado que, por cada diez kilos de peso, se puede perder un punto de ácido úrico. Si lo normal es tenerlo en torno a seis, máximo siete, a un paciente con un ácido úrico que esté en diez de nada le sirve bajar de peso", indica el doctor. "Estas personas no sólo van a tener que cuidar la alimentación para curarse, sino que van a necesitar una medicación farmacológica".
La buena noticia es, efectivamente, que la gota se puede curar. Para ello, hay que ponerse en manos de expertos que receten una medicación adecuada, cuidar la alimentación para no seguir favoreciendo el depósito de ácido úrico y ayudar también a los riñones en su trabajo y, en una situación ideal, detectar la enfermedad cuando esos depósitos todavía no son muy grandes, es decir, en una etapa pronta.
Calvo confiesa que esto último es algo bastante complicado de conseguir, ya que las manifestaciones de la gota se suelen confundir con otros problemas, como un esguince, en el caso de que la gota afecte al tobillo, o una artritis reumatoide. "Hasta hay médicos que a veces confunden la enfermedad con una infección, porque se expulsa un material blanquecino, que es el cristal, y parece pus". También está el hecho de que los ataques de gota pueden sufrirse en períodos muy separados de tiempo; pueden pasar diez años entre uno y otro.
Más mortalidad
El reumatólogo pide a compañeros de profesión y población estar atentos ante la presencia de síntomas de la enfermedad, ya que, aunque la gota se puede tratar y curar, "la mortalidad, lejos de disminuir, parece que está aumentando". Sus palabras vienen refrendadas por un estudio realizado por profesionales del Hospital Universitario de La Paz de Madrid y que analizó el impacto sanitario de la gota en España.
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Precisamente, Diana Peiteado, una de las autoras del estudio, explicaba en un evento reciente llevado a cabo por la SER que "las tasas de hospitalización nacional de la población gotosa fueron incrementándose de forma progresiva, pasando de 35 casos por 10.000 habitantes al año hasta 50 casos por 10.000 habitantes al año". El perfil era, en su mayoría varones, con una media de edad de 72 años y una importante carga de comorbilidad. Aunque esto sea lo predominante, no obstante, puede atacar también mujeres y aparecer a cualquier edad.
"Hay que ser positivo porque esto se puede tratar", añade Calvo respecto a estas cifras, "pero hay que trasladar el mensaje de que hay que tener el mismo miedo al ácido úrico y a la gota que el que se tiene al colesterol, al infarto, a la diabetes y al azúcar", sentencia.