Michael ahora hace una vida normal. Vive con su novia y su perro, trabaja, hace ejercicio y, en cuanto puede, sale con sus amigos para tomar algo en cualquier bar. Sin embargo, un tiempo atrás no era así. A los tres años contrajo meningitis y, para tratar la enfermedad, le suministraron un medicamento que terminó siendo ototóxico. Su audición quedó dañada para siempre y, por ello, no pudo hacer una vida normal hasta que empezó a usar audífonos.
A las personas sin pérdida auditiva esta historia les puede resultar extraña. ¿Qué tiene que ver la sordera con no poder hacer esas cosas? Pues lo cierto es que mucho. Una mala audición lleva intrínsecos varios problemas de salud, que afectan tanto al área física, como a la mental.
Enfermedades cardiovasculares, cognitivas, o depresión están en la lista de dolencias, además de la vergüenza que muchos sienten para reconocer su problema. "Me vi obligado, desde temprano, a aislarme, a vivir en soledad. Qué duro es ser rechazado por mi doble mala suerte tener una mala audición, pero me es imposible decir a la gente habla más alto, grita, porque soy sordo". Esas palabras pertenecen a Ludwig van Beethoven, que en su libro Testamento de Heiligenstadt llegó a expresar, incluso, la idea de querer suicidarse tras perder el sentido de la escucha.
Su historia es célebre por, como dice él, su doble mala suerte de quedarse sordo y ser músico, pero lo cierto es que esta desgracia acompaña a más gente de la que se puede imaginar. Se calcula que, en el mundo, hay más de 1.500 millones de personas con hipoacusia o pérdida de audición. El problema, además, crecerá en pocos años, ya que se estima que para 2030 la cifra alcance los 2.500 millones de personas.
Las causas de este aumento son varias. Como explica Stefan Launer, profesor en la Universidad de Queensland (Australia) y vicepresidente de audiología e innovación en salud en Phonak, la exposición a ruidos extremos es uno de los motivos. "Desde ir a conciertos con frecuencia hasta discotecas, no nos damos cuenta, pero estamos perjudicando a nuestros oídos", indica este experto.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) corrobora sus palabras. Según el Informe Mundial sobre Audición 2021, 1.100 millones de jóvenes están en riesgo de sufrir pérdida de audición permanente por escuchar música a gran volumen durante periodos de tiempo prolongados.
El oído no duerme
Según Launer, no tenemos implantada en la sociedad una cultura de cuidado de la audición, a pesar de ser un sentido que nos aporta, entre otras cosas, seguridad y defensa. "El sentido del oído nunca duerme, trabaja veinticuatro horas al día, siete días a la semana", detalla Launer. Y es cierto. Si algo sucede a medianoche, mientras estamos en la cama, es el oído el que nos advierte. El refrán ya no es dormir con un ojo abierto, sino con el oído encendido.
Además, como hemos mencionado, la pérdida de audición lleva asociados una serie de problemas y enfermedades. Quizá, el más conocido es el riesgo de caídas por la pérdida de equilibrio. Esto se debe, entre otros factores, porque las personas con pérdida de audición no tratada utilizan recursos cognitivos necesarios para mantener el equilibrio en un esfuerzo extra por tratar de identificar los sonidos.
La pérdida del equilibrio puede ser, además, parte del cuadro de enfermedades graves, como el Síndrome de Ménière, un trastorno del oído interno que viene acompañado de tinnitus (pitidos constantes en los oídos) y pérdida de audición. Marta Peón, una joven que relata su lucha en redes sociales con esta enfermedad, cuenta que, tras un vértigo, estuvo postrada en la cama cuatro meses.
Stefan Launer, no obstante, pone el ojo en otras dolencias que, a priori, nunca se asociarían con una mala audición. Junto con Sophia E. Kramer, profesora de otorrinolaringología en la Universidad Vrije Amsterdam, ha desarrollado una serie de investigaciones en las que han concluido que las personas con discapacidad auditiva tienen un riesgo mucho mayor de desarrollar demencia con deterioro cognitivo, alzhéimer y enfermedades cardiovasculares.
Cerebro y corazón
"Oímos con el cerebro, no con los oídos, por lo que el cerebro desempeña un papel crucial en la escucha y la comprensión de habla", explica. De ahí que la hipoacusia se asocie con un mayor riesgo de deterioro cognitivo y alzhéimer, como concluyeron una investigación publicada en JAMA Internal Medicine y un metanálisis que juntó datos de más de 7.400 personas. Más concretos son los datos de una comisión de la revista Lancet, que asoció una disminución de la cognición por cada 10 decibelios de reducción de la audición.
Estudios científicos también han relacionado la pérdida de audición con el desarrollo de enfermedades cardiovasculares. La más célebre se publicó en JAMA y consiguió encontrar un patrón entre ambas variables. Además, era algo que afectaba más a las mujeres, cuando, paradójicamente, es el sexo menos asociado a dolencias coronarias.
Uno de los motivos que puede explicarlo está en un estudio de 2020 comandado por profesionales del Medical College de Wisconsin. Al parecer, las personas con pérdida de audición tienden a tener una menor actividad física.
Los resultados se basaron en una muestra aleatoria de más de 20.000 adultos. Los investigadores concluyeron que la pérdida del equilibrio y el bajo estado de ánimo que se asocia con la pérdida de audición pueden provocar que la persona se muestre reticente a una vida activa, algo que respalda la Academia Estadounidense de Audiología.
Como parte de la solución de todos estos problemas, aparecen los audífonos y los implantes cocleares. Mientras que los primeros no requieren de intervención quirúrgica y, simplemente, amplifican los sonidos y los conducen hacia el interior del conducto auditivo, los segundos sí precisan de una operación, ya que, grosso modo, sustituyen la función de la cóclea y estimulan el nervio auditivo para hacer llegar la información auditiva al cerebro.
Audífonos e implantes
Christiane Vana, audióloga, advierte que la elección entre uno y otro siempre debe recaer en un experto. También reconoce que hay reticencias a la hora de ponerse un audífono, sobre todo entre la gente mayor. "Lo viví con mi propio padre. No sé cuánto tiempo aguantó sin oír bien sólo por la cabezonería de no querer llevar un audífono”. Al final, claudicó y, con una sonrisa, cuenta que su padre se emocionó porque había cosas que se había olvidado de cómo sonaban.
Si bien la comunidad científica todavía se encuentra algo reacia a asegurar con rotundidad que el uso de los audífonos pone freno a las enfermedades enumeradas, una encuesta del Eurotrak, de 2019, sí que pudo concluir que el uso de los audífonos mejoraba el estrés, la fatiga y la calidad del sueño de las personas con pérdida de audición, en comparación a aquellos que no los utilizan.
No obstante, como apunta Stefan Launer, lo ideal sería no tener que llegar a este punto e instaurar métodos preventivos y de cuidado del oído. "Se ha demostrado que, cuando las personas empiezan a tener problemas de audición, desarrollan otras comorbilidades y me parece frustrante que no se haga nada al respecto", opina el experto, que se muestra bastante duro con la filosofía de los sistemas de salud. "A veces me enfado cuando escucho hablar sobre el sistema de salud, porque lo que tenemos es un sistema de cuidado de enfermedades, atendemos una vez que la gente enferma", sentencia.
Según él, lo ideal sería invertir más en medicina preventiva, intentar evitar que las personas lleguen a una situación de hipoacusia, ya sea con políticas de concienciación sobre la exposición a ruidos e investigación en productos ototóxicos y envejecimiento del sistema auditivo. "De verdad, prevenir es la clave. Cuando hablamos de una persona con deterioro de audición hablamos de alguien que está perdiendo un sentido vital para la integración social y eso es algo que tenemos que luchar para evitarlo".