Cuando nos contaron en 2006 que Tom Cruise había decidido comerse la placenta de su hija con Katie Holmes, toda España se llevó las manos a la cabeza. Aunque finalmente resultó ser falso, en los siguientes años algunos famosos se han apuntado a esta excentricidad: una de ellas fue Kim Kardashian en 2015. Probablemente, se te haya pasado por la cabeza que estas estrellas se la comen como si fuera un filet mignon o un solomillo Wellington, pero no. Lo último en post parto es convertir la placenta de tu bebé en cápsulas.
El último en confesar su experiencia con esta práctica ha sido Camilo, el cantante de pop latino. El colombiano visitó este martes el programa de David Broncano y comentó como el que no quiere la cosa que su mujer se comió este órgano en cápsulas después de su parto. Tanto Grison como Ricardo Castella —compañeros de Broncano en La Resistencia de Movistar+— fruncieron el ceño en una muestra de incredulidad y cierto disgusto. De esta manera, su esposa Evaluna, con quien canta a dúo Índigo se suma a la exclusiva lista de placentófagos.
Sin duda, la placentofagia —que así es como se llama esta rara experiencia culinaria— no es apta para todos los bolsillos. Convertir en cápsulas una placenta puede costar hasta 400 euros y, para ello, hay que cocer, deshidratar y moler este órgano. Pero, ¿nos estamos perdiendo los ciudadanos de a pie algún efecto maravilloso para nuestra salud? Quienes se meriendan la placenta sostienen que ayuda a combatir la depresión post parto y ayuda a la lactancia. Otros simplemente dicen: "Si se la comen los animales, nosotros también".
Una mala idea
Sin embargo, la ciencia dice que ni tiene beneficios probados ni es seguro comérsela, ni siquiera en cápsulas. La placenta es un órgano que se crea durante el embarazo, se sitúa en la pared del útero y se conecta con el bebé a través del cordón umbilical. El bebé recibe a través de ella los nutrientes y el oxígeno que necesita para su desarrollo y devuelve las sustancias de desecho que hay en su sangre. Normalmente, la placenta se expulsa después del nacimiento del bebé durante lo que se conoce como la tercera etapa del parto.
Una vez son expulsadas, es fácil encontrar que las placentas contienen bacterias que pueden llegar a ser peligrosas para la salud si se consumen. De hecho, en este artículo de The New York Times se recoge un caso atendido por los Centros para el Control y la prevención de Enfermedades de Estados Unidos (CDC, por sus siglas en inglés) de una sepsis neonatal tras el consumo de unas de estas cápsulas contaminadas con estreptococo del grupo B.
[Un bebé a punto de morir después de que su madre se comiera su placenta]
En ese mismo artículo se explica que una placenta contiene hierro, pero no el suficiente como para tratar un anemia, y también hormonas sexuales: estradiol y progesterona. De hecho, algunas de las razones por las que algunas mujeres dicen consumir placenta es para mejorar el perfil de su leche materna. Sin embargo, tener altos niveles de estrógenos en sangre en los primeros días tras el parto se ha relacionado con efectos negativos sobre la lactancia.
El entierro de la placenta
Todavía existen muy pocas investigaciones científicas del efecto del consumo de placenta en nuestra salud y, de momento, no convence a los expertos. La depresión post parto se puede remontar con tratamiento psiquiátrico y la lactancia puede verse empeorada por las hormonas que contiene la placenta. Por tanto, no hay razón científica para consumirla. Tampoco debemos consumirla porque otros mamíferos lo hagan, es el mismo argumento con el que se arremete contra la leche: algunas personas sostienen que los adultos no deberíamos tomarla porque sólo las crías de animales lo hacen.
Sin embargo, el ser humano —menos las personas alérgicas o las intolerantes a la lactosa— están preparados fisiológicamente para digerir este alimento sin ningún problema. En el mundo, además, no existen culturas en las que se coma la placenta después del parto, aunque sí hay algunas en las que la placenta se entierra. La asociación sin ánimo de lucro El parto es nuestro recoge en su página web que en la sociedad malaya es costumbre enterrar la placenta en el jardín de casa porque se considera parte del recién nacido.