Aunque la preocupación por las variantes del SARS-CoV-2 comenzó a finales de 2020, un año después de que el nuevo coronavirus hiciera su aparición en la provincia china de Wuhan, lo cierto es que lleva mutando desde el principio y que distintos linajes se repartieron por el mundo, algunos más exitosos que otros.
Sin ir más lejos, el rastreo genómico del virus en Europa reveló que una variante surgida en España en el verano de 2020, conocida como 20A.EU1, se extendió por todo el continente a lo largo del otoño siguiente. Sin embargo, nadie pareció preocuparse en su momento por las características de esta cepa, si era más transmisible o más dañina.
Comenzamos a aprendernos los nombres de las variantes a medida que la campaña de vacunación se extendía, alarmados por la posibilidad de que puedan escapar a la respuesta inmunitaria generada por estos preparados, altamente eficaz pero menos amplia que la obtenida de forma natural tras haber superado la Covid.
La alarma por cada nueva variante ha sido una constante a lo largo del año, pese a que las vacunas han aguantado la embestida de cada una de ellas, incluso de beta, la variante sudafricana 'original', y de delta, con la que se comprobó que la estrategia de poner la primera dosis a todo el mundo y luego ya aplicar la segunda tenía sus peligros.
La llegada de ómicron ha supuesto un nuevo paso en la escalada de las variantes, tras el ligero protagonismo de delta plus y cuando parecía que habíamos tomado velocidad de crucero camino al fin de la pandemia, al menos en España.
No han hecho falta grandes brotes ni esperar un mínimo de tiempo a constatar su comportamiento: la cantidad de mutaciones que contiene respecto a la cepa original salida de Wuhan (55 y 32 en la proteína S de unión a las células humanas, por 28 y 7 en la variante alfa) ha disparado todas las alarmas. La OMS se ha apresurado a calificarla de variante de preocupación en el momento mismo de conocerla, sin esperar a que arrase todo un país, como hizo delta con la India allá por abril.
Ante este serio aviso han surgido voces llamando a la calma: a pesar del número de mutaciones –y de que varias de ellas están asociadas a una mayor transmisibilidad o escape vacunal– no se sabe cómo se va a comportar esta nueva cepa. Lo que sí parece estar más claro es que, al menos de momento, los síntomas que provoca son leves.
¿Contagiosidad o letalidad?
¿Por qué, entonces, la alarma? Mientras que políticos y profesionales biosanitarios más o menos bien intencionados advierten del peligro de la aparición de variantes que escapen a las vacunas o que tengan una letalidad mayor, lo cierto es que el éxito de aquellas que se han impuesto se ha debido, especialmente, a un factor: su alta capacidad de transmisión.
Así, alfa era entre un 43% y un 82% más transmisible que el virus original de Wuhan. Por su parte, delta presentaba un riesgo de contagio 1,64 veces mayor que alfa. Los salubristas achacan a su alta capacidad de transmisión que se haya impuesto también a las variantes beta, gamma o mu, que ponían más en entredicho la capacidad de las vacunas.
"Que [ómicron] sea capaz de desplazar a delta es el tema de fondo y, si lo hace, es porque es mucho más transmisible", afirma Salvador Peiró, investigador en Salud Pública de Fisabio. De hecho, la gran ventaja del SARS-CoV-2 frente a sus parientes, el SARS y el MERS, ha sido la transmisión en asintomáticos. "Con los otros, la gente enferma se quedaba en casa".
El epidemiólogo Adam Kucharski, de la Escuela de Higiene y Medicina Tropical del Londres, ejemplificaba la amenaza de una mayor transmisibilidad frente a una mayor letalidad: la primera crece exponencialmente, la segunda no.
Así lo explicaba cuando surgió la variante alfa: suponiendo unas 129 muertes por cada 10.000 personas con la cepa anterior, un incremento de la mortalidad de un 50% resultaría en 193 muertes con la nueva variante. Con un incremento similar en la transmisibilidad, el número de fallecimientos escalaría, en un mes, a 978.
Un estudio publicado en Eurosurveillance, la revista europea de vigilancia, epidemiología, prevención y control de enfermedades infecciosas, estimaba el número reproductivo efectivo según la variante, es decir, el promedio de personas que se han contagiado cada día a partir de los casos observados, y concluía que delta superaba, con mucho, al resto, con un incremento del 100% respecto a la original. Alfa y gamma solo mostraban un aumento de entre el 25% y el 50%.
Otro de los parámetros utilizados para medir la capacidad de transmisión de un virus es la tasa de ataque secundario, que se refiere al número de casos que aparecen dentro del periodo de incubación del virus entre los contactos susceptibles de un caso dado. Ahí delta vuelve a mostrar su fortaleza.
Un informe de Public Health England, agencia investigadora del Departamento de Salud y Asistencia Social inglés, determinaba que, mientras esta tasa alcanzó un tope de 10 casos entre los contactos convivientes de alfa (5 entre los no convivientes), en el caso de delta fue de 16 (10 entre los no convivientes).
Influencia de las restricciones
Estos parámetros no son estáticos, ya que la introducción de medidas de prevención y control como las mascarillas, la restricción de aforos y las cuarentenas influyen en el resultado. Con todo, delta ha seguido mostrando una tasa superior a alfa, y delta plus se ha mostrado algo por encima de su progenitora.
Las vacunas también influyen en la tasa de ataque secundario. Un estudio publicado a finales de octubre en The Lancet Infectious Diseases estimaba que el 25% de los convivientes vacunados con un caso se contagiaban, por un 38% de los no vacunados.
¿Cuánto más transmisible que delta puede ser ómicron? Sabemos que el coronavirus se transmite por aerosoles, que penetran en el cuerpo al ser inhalados. Delta ya era más eficaz que sus parientes en 'adueñarse' del organismo con una mínima exposición, por lo que ómicron tiene poco margen de maniobra para destacarse.
"Quizá sería más peligroso que no solo sean más contagiosas sino que tengan una ventaja competitiva frente a las medidas que conocemos y usamos" como las mascarillas, distancia de seguridad, etc., comenta Jonay Ojeda, miembro de la Sociedad Española de Salud Pública y Administración Sanitaria.
Para Ojeda no hay que mirar tanto la 'R', el número reproductivo, que "nos mide la velocidad [por la que un virus se expande], sino que, llegado a un número de contagios, se multiplique exponencialmente gracias a esa ventaja competitiva".
Peiró, por su parte, no ve clara qué tipo de ventaja sería la que le diera ventaja a ómicron frente a delta, ya que su capacidad de transmisión se acerca mucho a la del sarampión, uno de los virus mas contagiosos conocidos.
Lo que pasa es que el sarampión se transmite, como la Covid, por aerosoles, pero cuenta con la ventaja de que puede penetrar en el cuerpo no solo con la respiración sino a través de la conjuntiva, como puede ser el contacto con los ojos, y eso "ningún coronavirus lo hace".
En el fondo, la expansión de ómicron en el cono sur de África "no predice el comportamiento en una población vacunada". Además, la baja cobertura vacunal hace que en Sudáfrica "no hay competencia y todas las variantes corren libremente".
Incluso duda de la mayor benevolencia de los síntomas ya que las características de la población son diferentes: los países europeos tienen más vacunados, sí, pero también más personas mayores, susceptibles de enfermedad grave.
Países Bajos ha informado este martes que se ha detectado ómicron en dos muestras recogidas el 19 y el 23 de noviembre, un semana antes de que se conociera al mundo la variante. Aunque es poco el tiempo transcurrido, el número de infecciones en ese periodo de tiempo se ha mantenido estable, sin un nuevo pico en una oleada de por sí intensa, sin necesidad de ómicron.
El monitoreo de aguas residuales en Valencia, donde trabaja Peiró, no ha detectado su presencia, lo que indica que todavía no hay transmisión comunitaria, pero están preparados para ello. "Será el primer aviso de que lo tenemos por aquí".