Parece que fue en otra vida. He Jiankui, un científico chino hasta entonces poco conocido, anunciaba que había modificado genéticamente unos embriones de los que nacieron unas gemelas con una supuesta capacidad de resistencia frente al VIH, conmocionando al mundo. Hoy en día, esas niñas tendrán unos tres años, pero nada se sabe de ellas y la pandemia parece haber dejado la edición genética como algo muy lejano.
Todos los expertos tanto en edición de genes como en bioética pusieron el grito en el cielo en aquel momento. Primero, porque la técnica de edición de genes no está lo suficientemente desarrollada como para garantizar la seguridad de las niñas; esto es, que al modificar un gen no se hayan producido otros cambios no controlados en el genoma y que estos puedan dar lugar a problemas futuros. Y segundo, porque esas modificaciones se transmitirán a sus descendientes.
Los signos de alarma vinieron de todas partes, y hubo numerosas voces que pidieron un marco internacional para la edición genética que asegure que una de las herramientas más poderosas para modificar el destino de la humanidad se utilice sin menoscabar todo tipo de derechos tanto los individuos presentes como de los futuros, se hallen donde se hallen.
Ese marco internacional llega después de dos años de deliberaciones y una pandemia que ha ralentizado la elaboración de sus conclusiones. Dirigidas desde la Organización Mundial de la Salud (OMS), se trata de las primeras recomendaciones globales para la edición genética en humanos como herramienta de salud pública. Han contado con la participación de científicos, asociaciones de pacientes, líderes espirituales y hasta poblaciones indígenas, pues el espíritu del que están impregnadas es el de que los potenciales beneficios de la edición genética lleguen a todos los rincones y no solamente a los países ricos.
Una técnica muy cara
Y esto es una amenaza real. No en vano, la lucha por las patentes del sistema CRISPR, la herramienta de edición genética más poderosa hasta el momento y que le valió a Jennifer Doudna y Emmanuelle Charpentier el último Premio Nobel de Química solo ocho años después de publicar en Science la investigación que las elevó a los altares de la ciencia, es una de las peleas más encarnizadas del último medio siglo, con varias universidades (Berkeley, Harvard, el Massachusetts Institute of Technology) y una pléyade de investigadores involucrados.
"Las terapias génicas son muy caras", explica Miguel Fernández-Burriel, médico especialista en análisis clínicos del Hospital de Mérida y miembro de la Asociación Española de Genética Humana. La principal razón es que el virus usado para introducir las herramientas de edición genética "tiene que ser muy puro. Conseguir un vial de virus preparados costaba hace poco un millón de dólares". La dificultad estriba en que este virus debe dirigirse a las células correctas y no suponer ningún peligro para el paciente.
"La diferencia de CRISPR-Cas con las otras herramientas de edición genética existentes es que es una tecnología baratísima", continúa Fernández-Burriel. El panorama que abre "es muy bueno, con muchas posibilidades, siempre y cuando podamos controlar las correcciones inespecíficas" que puede provocar la terapia.
Las enormes posibilidades que abre esta tecnología aguardan unos beneficios estratosféricos. Entre sus ventajas potenciales para el ser humano está la realización de diagnósticos más rápidos y precisos, tratamientos personalizados para múltiples enfermedades (entre otras, el cáncer), prevención de otras tantas (aquellas originadas por la mutación de un gen) e incluso la mejora de las capacidades humanas.
El informe con las recomendaciones de la OMS recuerda que ya se han utilizado terapias génicas para tratar el VIH, la anemia de células falcifomes o la amiloidosis por transtiretina. En la actualidad hay en todo el mundo registrados 47 ensayos clínicos que utilizan CRISPR para diferentes tratamientos, una buena parte de ellos para el cáncer, pero también la beta talasemia, la tuberculosis o el síndrome de Kabuki.
"La edición génica permitirá la reparación genética, con lo cual la precisión de las terapias génicas serán mucho mayores", indica Juan Bueren, jefe de la división de Terapias Innovadoras en el Sistema Hematopoyético del Centro de Investigación en Red de Enfermedades Raras (del Instituto de Salud Carlos III). Bueren es uno de los científicos españoles punteros en el uso de terapias génicas, logrando un avance significativo en la anemia de Fanconi, una enfermedad causada por varias mutaciones del ADN y que llega a provocar leucemias y otras anomalías.
Ya hay unos 400 pacientes siendo tratados con vectores lentivirales, los usados para introducir cambios genéticos en el ADN de un adulto, "para inmunodeficiencias congénitas como la gramulomatosis crónica, la leucodistrofia o la anemia de Fanconi… Hay del orden de 50 patologías tratadas en ensayos clínicos".
También hay medicamentos producto de la manipulación genética como las terapias CART, que consisten en la modificación de linfocitos (células del sistema inmune) de un paciente con leucemia o linfoma para evitar la proliferación de células cancerígenas. "La edición genética está ayudando a hacerlo de forma más segura y precisa".
Historia de la manipulación genética
El siguiente paso, sobre el que advierte la OMS, es el de modificar directamente células embrionarias, introduciendo cambios que estarán toda la vida; las líneas germinales, que implican que estos cambios se trasladen también a la descendencia, y hasta su uso para la mejora de las capacidades humanas, algo así como 'dopar el propio ADN para aumentar el rendimiento deportivo.
La historia de la manipulación genética como una herramienta de mejora de la salud humana tiene ya medio siglo y ha ido paralela a la preocupación por su uso indebido. No habían pasado 20 años desde el descubrimiento de la estructura de doble hélice del ADN, en 1953, cuando se dieron los primeros pasos en su recombinación, es decir, en la unión de secuencias de dos organismos distintos, lo que permitió abrir una nueva etapa de medicamentos biológicos. Una insulina mucho más barata de producir y la hormona del crecimiento fueron los primeros éxitos de esta nueva rama, pero la imaginación de los científicos se disparó mucho más allá.
A principios de la década de los 70 ya comenzaron los debates sobre los límites éticos de la investigación con genes. Dos congresos en el centro de conferencias de Asilomar State Beach, en California, pusieron las bases para desarrollar estas tecnologías con seguridad. Sin embargo, se obvió el aspecto ético de las mismas.
Veinte años después, al nacimiento del primer mamífero obtenido mediante clonación, la oveja Dolly, le siguió la firma del Convenio sobre Derechos Humanos y Biomedicina, impulsado por el Consejo de Europa y suscrito en Oviedo, de ahí que se lo conozca como Declaración de Oviedo. Los países firmantes se comprometían a no clonar seres humanos y a no permitir la manipulación de líneas germinales, es decir, cambios en el genoma que puedan transmitirse a la descendencia.
Son 29 los países que han ratificado este convenio. Entre ellos, España, Francia o Turquía. Sin embargo, no lo han hecho potencias investigadoras como Alemania, Reino Unido, Estados Unidos o Japón, lo que en la práctica limita enormemente su alcance.
Las recomendaciones de la OMS coinciden con el 20 aniversario de la finalización del Proyecto Genoma Humano, una carrera por descubrir el libro de instrucciones que todos llevamos dentro y que supuso un hito en la colaboración científica, con varios países trabajando conjuntamente bajo el liderazgo de Estados Unidos.
Ese esfuerzo costó 3.000 millones de dólares y 10 años de trabajo. Hoy en día,"por menos de mil dólares secuencias el genoma completo" casi al instante, comenta Fernández-Burriel. Pero matiza: a pesar de ese avance "conocemos el 2%, la parte codificante", es decir, la que sirve para crear proteínas. "El 98% restante son unidades de regulación, de entrelazamiento, etc. que nosotros creíamos que era solo un colchón de la parte codificante del genoma, pero que sabemos que cumple funciones importantísimas como la activación o desactivación de los genes". Es decir, que a pesar de las décadas de esfuerzo apenas hemos vislumbrado para qué sirven los 3.000 millones de pares de moléculas que conforman el genoma humano.
Momento "crucial" para la edición genética
Este nuevo documento "establece los grandes ejes que se deben considerar para avanzar en los aspectos regulatorios y éticos relativos a esta técnica [la edición genética] y su impacto en la investigación y práctica biomédicas", resume la jefa del Servicio de Genética de la Fundación Jiménez Díaz, Carmen Ayuso.
La OMS busca abordar el elefante en la habitación de la edición genética, esas cuestiones que todos sabían que tenían que afrontarse pero que hasta ahora se habían evitado mirando hacia otro lado. Es decir, los problemas éticos referidos a la edición de células somáticas y de líneas germinales, es decir, que se transmitan o no a la descendencia. Pero también el problema del acceso y la colaboración, con "un marco de gobernanza global que evite que prácticas no revisadas o no aceptadas éticamente escapen del control legislativo al realizarse en países menos regulados", continúa Ayuso.
"El documento de la OMS llega en un momento crucial", indica la especialista. "La secuenciación genómica se está extendiendo a situaciones no solo de enfermedad sino de cribado en ciertos grupos poblacionales. Esto será cada vez más rápido. Por ello es muy importante estar preparados para ofrecer no solo la información genética 'bruta' sino interpretarla a la luz de la situación de cada individuo y ofrecer programas de seguimiento clínico y prevención adaptados a cada persona".
Sin embargo, el sistema sanitario "aún no tiene establecidos estos circuitos", ni ha organizado servicios multidisciplinares "con el concurso de todos los profesionales necesarios, genetistas, diversos clínicos y bioinformáticos que se integren y ofrezcan este tipo de medicina".
Dentro de tres años, la división científica de la OMS realizará una revisión extensiva de las recomendaciones y de los progresos de los países para implantarlas. La revisión, que no durará más de 18 meses, tendrá en cuenta la evolución de las técnicas y el impacto social que tendrán hasta el momento.
Tras varias décadas de un arduo trabajo investigador que solo ha permitido un avance muy lento en el uso de la edición genética, parece que el futuro a corto y medio plazo, impulsado por CRISPR, será muy distinto. Las bases para que este acelerón sea controlado y evite que el carro de la investigación génica se salga de la carretera ya están implantadas. Solo es cuestión de los países no mirar hacia otro lado.