Primero trataron de negar la realidad y luego vendieron la solución como el mayor éxito tanto de puertas para afuera como entre sus propios ciudadanos. No estamos hablando de la Covid-19: nos tenemos que remontar 60 años para ver cómo se ocultó una epidemia para posteriormente anunciar con bombo y platillo su finalización (aunque el último caso en nuestro país se dio en 1989). Se trata de la poliomielitis, una enfermedad infecciosa que fue la pesadilla de los hogares españoles durante los años 50 y 60.
Justo cuando la polio estaba golpeando más duramente a nuestro país, los informativos del franquismo preferían mirar hacia otro lado. El régimen quería venderse como el campeón de la lucha contra el comunismo ante sus nuevos aliados (Francia, Reino Unido y, sobre todo, Estados Unidos) y buscaba ofrecer una imagen moderna y aperturista a los suyos y a sus socios.
Por eso, el noticiero semanal del NO-DO, que se emitía obligatoriamente en todos los cines desde 1943 hasta la muerte del dictador en 1975, pasó de informar sobre los avances científicos de la Alemania nazi a los de los norteamericanos, centrándose, entre otras cosas, en el desarrollo de una vacuna contra esta enfermedad infecciosa.
Mientras tanto, el país vivía una epidemia que se cebó con los niños, provocando unas 2.000 muertes y 12.000 casos de discapacidad física entre 1956 y 1963, y sus consecuencias se extienden hasta nuestros días: el síndrome postpolio fue reconocido como enfermedad, sufrida varias décadas después por aquellos que pasaron la polio en la infancia, por la Organización Mundial de la Salud en 2010. Sin embargo, el NO-DO miraba a otro lado, haciendo referencia a la enfermedad solamente en países extranjeros, preferiblemente del ámbito comunista.
Así lo señalan José Tuells y Berta Echániz-Martínez, de la Cátedra Balmis de Vacunología de la Universidad de Alicante, en una reciente investigación que ha sido publicada en la revista médica Gaceta Sanitaria. En un análisis de cómo el NO-DO trataba las enfermedades prevenibles por vacunas en sus más de 30 años de dominio audiovisual en los pueblos y ciudades de España, han comprobado cómo la poliomielitis era un tabú y solo se empezó a hablar de ella cuando las vacunas llegaron, una década después. De lo que no se habló nunca es de la lucha encarnizada entre falangistas y católicos para controlarlas.
Contrasta cómo, durante la visita de un obispo al asilo de San Rafael, en Madrid, el locutor menciona de pasada a los 'niños enfermos' que aplauden desde sus camas al religioso para luego detenerse en el equipamiento de rayos X recién adquirido, un último modelo fabricado en Alemania que ha costado un millón de pesetas y que ha permitido hacer más de 2.000 radiografías.
"Cuando la noticia fue analizada, se halló que estaba narrada usando un discurso impreciso, con ninguna referencia real a las familias afectadas y una absoluta falta de explicaciones médico-sanitarias", advierte el trabajo de Tuells y Echániz-Martínez. "La interpretación de estos silencios, que el régimen silenció y manipuló, nos fuerza a preguntarnos sobre las experiencias reales de miles de niños que enfermaron de polio y las consecuencias que esta parálisis tuvo en sus vidas".
Las luchas internas del franquismo
El caso de la polio es también paradigmático de las luchas internas del régimen, con dos campañas de vacunación paralelas lideradas desde el sector falangista y el militar católico usando, además, dos vacunas distintas. Y es que el Seguro Obligatorio de Salud, perteneciente al Instituto Nacional de Previsión, entidad dependiente del Ministerio de Trabajo, gobernado por falangistas, hizo suyo el suero creado por Jonas Salk a principios de los años 50, que estaba basada en un virus muerto, era inyectable y necesitaba de tres dosis para lograr la inmunidad deseada.
Mientras tanto, la Dirección General de Sanidad, que estaba vinculada a Gobernación, feudo de militares de adscripción católica, optó por la de Albert Sabin, desarrollada en 1957, basada en un virus debilitado y de administración oral, que a la postre se mostró más efectiva. Tal y como señalan los profesores Juan Antonio Rodríguez, de la Universidad de Salamanca, y Jesús Seco, de la de León, en una investigación sobre la 'batalla' de la vacunación en España, esta "no se libraba exclusivamente contra la polio, sino entre los dos núcleos más significativos del poder sanitario de la época".
La Dirección General de Sanidad fue la primera en iniciar la campaña de vacunación, en 1958, y lo hizo con la vacuna de Salk. Las tres dosis necesarias del preparado y las necesidades de conservación llevaron a que solo los más desfavorecidos, los destinatarios de la beneficiencia, recibirían la vacuna gratis. El resto tendría que pagar tres pesetas por cada inyección, si estaba en el grupo de los llamados 'económicamente débiles', o nueve pesetas.
El resultado de esta primera campaña fue poco menos que desastroso: los casos de polio llegaron a su pico entre 1958 y 1959, con más de 700 por cada millón de habitantes y más de 200 muertes. Y esto solo en los casos reconocidos, pues había muchos otros que no eran incluidos. Además, hubo numerosos casos de vacunaciones incompletas, por lo que la inmunidad se ponía en entredicho.
A finales de 1962 llegaría el segundo intento, esta vez por parte del Seguro Obligatorio de Enfermedad. Utilizaría también la vacuna de Salk y, como en la anterior ocasión, seguía sin ser gratuita. Esta vez, los únicos que no tenían que pagar eran los beneficiarios del Seguro, que en aquel momeno eran escasos, si bien la extensa campaña en prensa olvidaba ese pequeño detalle. Se pretendía vacunar a unos dos millones de niños entre enero y junio de 1963.
Ensayos clínicos para poder dar la vacuna
La Dirección General de Salud volvió a la carga ese mismo año. En un sorprendente paralelismo con la situación actual, el régimen de Franco también llevó a cabo un ensayo clínico para poder administrar su vacuna. Y es que una de las versiones del preparado de Sabin que se iba a utilizar era la trivalente, que actuaba contra las tres cepas principales de la poliomielitis, y solo había sido probada en Rusia (Estados Unidos no la autorizaría hasta ese agosto). Así, León y Vigo fueron las primeras provincias en recibirla en mayo de ese año.
La obsesión de los responsables franquistas de ofrecer una cara moderna y desarrollista les llevó a invitar al propio Albert Sabin a nuestro país para pronunciar una serie de conferencias en el Consejo Superior de Investigaciones Científicas. El investigador estuvo tres días en Madrid a principios de febrero, sin parar de hablar ante sus colegas y ante la prensa.
Según cuentan Rodríguez y Seco en un artículo que se publicó en la revista Asclepio, para movilizar a la gente a vacunarse esta vez sí que se comenzó a hablar de la poliomielitis y de sus devastadores efectos. En toda la prensa del país se divulgó el caso del 'niño de Monforte', que no se había querido vacunar como los demás y murió poco después. También se 'animó' a las madres a que llevaran a los hijos a vacunar con mensajes como "tu pereza para acudir a los centros de vacunación puede significar mañana la invalidez para tus hijos".
La batalla entre los dos órganos por tener las competencias de la medicina preventiva en la España de la época tuvo una consecuencia positiva: la campaña de vacunación fue un éxito y la polio comenzó a descender de forma notable después de una década en la que la epidemia fue casi una constante. Estábamos lejos de la erradicación, no obstante, y los casos comenzaron a ascender unos años después, con algunos brotes esporádicos, aunque no volvió a ser un problema prioritario de salud pública.
Las sanitarias en el NO-DO
El análisis que Tuells y Echániz-Martínez realizan sobre la imagen que ofrece el NO-DO de la sanidad y las vacunas también incluye una evolución de los estereotipos de género en el ámbito que ofrece una narrativa reveladora de cómo la mujer era vista como profesional sanitaria. Así, en los años 40, los de la fuerte ideologización y el aislamiento internacional, las mujeres eran visualizadas como enfermeras y cuidadoras, incluso recaudadoras de fondos para ayudar a los enfermos, pero sin ir más allá.
"El régimen dibujó unos modelos antagonistas masculinos y femeninos perfectamente definidos que sentarían las bases de su nuevo orden. Una mujer ideal poseería su propia esfera de actividad, el hogar, basada en los principios de docilidad, castidad y domesticidad", señalan.
Con la apertura del franquismo al exterior y su obsesión por ofrecer una imagen de país avanzado, empiezan a verse en los noticieros mujeres 'ascendiendo' a ayudantes de laboratorio y puestos similares, más modernos pero igualmente supeditados a la autoridad masculina del doctor. En este nuevo escenario, "las mujeres ocupaban un lugar propio, fortaleciendo así la retórica de la desigualdad patriarcal diseñada por el régimen".
Solo será en los años 60 cuando el rol de la mujer evolucione y se les pueda ver, por fin, con autonomía. Así, se verán médicas auscultando a bebés o participando en la campaña de vacunación contra la poliomielitis. "En paralelo al deseo de cambiar de la sociedad española, las mujeres que aparecían en los noticieros dejaban sus papeles de fondo y afrontaban nuevos retos laborales. Así, podían verse tratando pacientes o administrando vacunas, jugando un papel más preponderante".