Había algo en el concierto de Love of Lesbian en el Palau Sant Jordi el pasado 27 de marzo que escandalizaba de una manera instintiva, casi estética. En medio de un repunte que empezaba a verse en casi todo el país y con unas medidas aún muy estrictas a la hora de socializar incluso con los seres más queridos, ahí estaban cinco mil personas apretadas, cantando, y lo más chocante, divirtiéndose.
Era un evento condenado de antemano al rechazo social y hay que entender ese rechazo. Ahora bien, era necesario. Lo dijimos entonces y más lo decimos ahora que conocemos los resultados. Todo el experimento partía de la presunción de que, si alguien daba negativo en un test de antígenos por la mañana, es decir, si no tenía suficiente carga viral en el cuerpo como para que el test la detectara, era casi imposible que pudiera contagiar a alguien por la noche.
Es una tesis que todavía no se ha demostrado científicamente -prácticamente nada se ha demostrado científicamente a propósito de un virus que lleva poco más de un año con nosotros- pero que merecía el riesgo de una comprobación empírica. De hecho, es prácticamente la misma tesis que rige la política sanitaria en la Comunidad de Madrid y el motivo por el que la consejería consideró desde el principio que los cribados con tests de antígenos eran eficaces.
De los 5.000 asistentes al concierto, todos ellos con su test negativo y su mascarilla… pero con libertad absoluta para amontonarse dentro del recinto, solo seis han dado positivo en el mes siguiente. Hablamos de una incidencia de 120 casos por 100.000 habitantes en 30 días cuando la de Cataluña está por encima de los 250 en 14 días. De hecho, sabemos ya que en cuatro de esos seis positivos se ha podido rastrear el origen fuera del concierto. De los otros dos, simplemente, no sabemos nada. Los números nos hacen ser optimistas en torno al futuro de los eventos sociales, pero también nos exigen cierta cautela.
Precisamente por la potencia de las imágenes, es posible que este concierto haya generado algunos malentendidos. Por momentos, pareció que era el único evento multitudinario con aforo limitado que se realizaba en España desde marzo de 2020. Los aficionados al deporte saben que no es así.
Es competencia de cada comunidad autorizar la presencia de público en los partidos de sus distintas federaciones y, así, desde el inicio de la temporada 2020/21, ha habido equipos que han podido contar con aficionados en las gradas, siempre que cumplieran las directrices de la comunidad autónoma en cuestión.
La semana pasada, en la primera cadena de televisión española, pudimos ver al muy mediático Rafa Nadal jugarse el Open Godó Sabadell delante de unos mil aficionados entre los que no había distancia de seguridad alguna. Es cierto que hablamos de una pista con capacidad para 3.000 personas y que solo se dejó entrar a un tercio, pero ese tercio no estaba repartido por las gradas siguiendo ningún criterio de separación como el de las terrazas, por poner un ejemplo.
El público estaba apiñado, sin apenas distancia, y a nadie pareció escandalizarle, probablemente porque no hubiera motivos para ello. Estos aficionados al tenis no tuvieron ni que pasar un test de antígenos previo. Se entendió que, con mascarilla y al aire libre, el evento era suficientemente seguro. La semana que viene veremos algo parecido en el Mutua Madrid Open, con la presencia esperada de unos 5.000 aficionados por día. De nuevo, hablamos de un torneo con pistas al aire libre, pero agitada vida social y comercial en zonas cerradas.
El control de esas zonas será lo que determine la seguridad o no del evento. Si hay puestos de comida y bebida y la gente se quita sistemáticamente la mascarilla para consumir, podríamos encontrarnos con problemas, pero, insisto, hablamos de un tercio del aforo para el que están preparados. No debería haber aglomeraciones, precisamente.
Estos ejemplos del mundo de la música y del deporte no deben tomarse como absolutos pero son indicativos. No sabemos cuánta gente se ha podido contagiar viendo un partido del C.D. Badajoz ni sabemos si alguno de los que asistió el domingo al Club de Tenis Barcelona ha dado positivo estos días. No hay control sobre los asistentes y sigue habiendo un riesgo y un peligro, como lo habrá en la próxima Feria de San Isidro, a celebrarse en la Plaza de Toros de Vistalegre.
El hecho de que sí se haya controlado en un concierto y no haya pasado nada, nos reafirma en la idea de que no solo no era una locura sino un experimento necesario para seguir progresando. Pero una muestra de un elemento no debería servir para sacar conclusiones precipitadas.
Es lógico que la gente empiece a pensar ahora en el verano y en los festivales y todo tipo de actividades lúdicas. No basta con repetir “la cultura es segura” y tomarlo como dogma sino que hay que demostrarlo. Estas iniciativas ayudan en ese sentido pero no son definitivas. Hay que repetirlas y repetirlas. Ver qué funciona y qué no. Qué riesgo es asumible y qué riesgo es estúpido en medio de una pandemia aún en pleno repunte.
No tenemos experiencias aún de miles de personas juntas durante dos o tres días socializando, sobre todo teniendo en cuenta que, en el caso concreto de los festivales de música, el público objetivo no estará vacunado en su mayoría para julio o agosto. Ahora bien, si estos eventos se celebran al al aire libre, se reduce el aforo y se asegura que el consumo de alcohol y la propia euforia del momento no deriva en irresponsabilidades, su viabilidad no parece imposible.
Lo ideal sería, en cualquier caso, mantener las precauciones mencionadas: el test negativo cada mañana, la mascarilla obligatoria y el control de cualquier caso para su posterior trazado. Es burocráticamente molesto pero sería importantísimo contar con esa información. Necesitamos muestras más y más amplias aunque suponga dar pasos en falso. Mejor eso que seguir parados durante tiempo y tiempo solo “por si acaso”. Sentido común, prudencia y conocimiento práctico, esas son las claves para volver a juntarnos lo antes posible.