En el principio fue Italia. Las primeras infecciones comunitarias fuera de China, las primeras alertas, las primeras medidas de contención y las imágenes aquellas de finales de febrero en las que se veía a los milaneses llenando las estaciones de tren para huir cuanto antes del confinamiento anunciado.
Italia fue durante muchas semanas el espejo en el que España se miraba para intentar adivinar su propio futuro. Prácticamente todo lo que se hizo aquí en marzo y abril se había hecho al otro lado del Mediterráneo dos semanas antes. Cuando ellos dejaron de subir, lo vivimos como una victoria propia. Cuando iniciaron su descenso, vimos más cerca el nuestro.
La primera ola pilló a Italia completamente de nuevas. Nosotros tuvimos su ejemplo, pero ellos no tuvieron nada. El virus se extendió por el norte del país en pocos días y pronto la Lombardía, el Véneto y el Piamonte se convirtieron en zonas rojas dentro de Europa. Tan grave fue aquello que incluso el ministerio español de Sanidad aceptó incluir la visita a esas regiones en su protocolo de tests de principios de marzo.
El italiano fue el primer confinamiento domiciliario, con aquellos alcaldes enfurecidos que publicaban sus diatribas en las redes sociales contra los vecinos rebeldes. Si Suecia se ha ido convirtiendo en el ejemplo de un enfoque más suave en la contención política del virus, Italia simboliza lo contrario. En ningún momento se levantó el Estado de Alarma, en ningún momento bajó el nivel de alerta, en ningún momento se coqueteó con el turismo extranjero ni se hicieron ilusiones con la Navidad.
Tal vez por eso, hubo un momento en el que las trayectorias españolas e italianas se disociaron por completo. El verano español fue activo. Mientras nosotros cerrábamos discotecas, en Italia ni siquiera las habían vuelto a abrir. Cuando, ya en septiembre, Madrid se fue por encima de los 1.000 casos por 100.000 habitantes, Italia apenas superaba los 30 y su antiguo epicentro, Lombardía, se mantenía en los 13,94 por semana. Nadie se esperaba, desde luego, lo que iba a pasar.
Pese a que la primera semana de octubre fue relativamente calurosa (máximas de 23º y mínimas de 15º en Milán), los contagios empezaron a elevarse: la media móvil de siete días pasó de los 1.789 diarios del 30 de septiembre a los 3.821 del día 10. Cuando llegó el frío de verdad (la tercera semana de octubre vio mínimas bajo cero), la cosa se disparó: 6.172 casos diarios el día 15; 9.855 el día 20; 15.934 el 25… y 24.989 el 31. En otras palabras, en solo un mes, los contagios se habían multiplicado por catorce.
La reacción inevitable del gobierno italiano fue volver al confinamiento domiciliario. Desde el 6 de noviembre, las regiones con mayor incidencia (entre las que vuelven a estar Lombardía, Piamonte y Toscana) están sometidas a unas restricciones propias de la primavera: solo se puede uno mover con justificante sanitario o laboral, la educación es a distancia y todos los comercios no esenciales permanecen cerrados.
La medida se instauró con una media diaria de 30.715 casos cada siete días. Casi dos semanas después, dicha media móvil incluso ha subido y está ya en casi 35.000 casos. El pasado jueves, sin ir más lejos, se anunciaron 36.176 nuevos casos, de los cuales en Lombardía se habían detectado 7.453 y en Piamonte,5.349. Un total de 12.802 casos en un solo día para 14,4 millones de habitantes. Ese mismo día, Madrid añadió 1.728 positivos al acumulado con poco menos de la mitad de población.
El gran problema de Italia ahora mismo, como sucede en menor medida en España, está en los hospitales y los cementerios. El pasado jueves, había 33.610 hospitalizados en el país transalpino -en España se bajó por primera vez en mucho tiempo de los 20.000- y 3.712 en estado crítico -3.125 en España, ahí no hay tanta diferencia. La media móvil de siete días se ha situado en 612 fallecidos diarios cuando hace exactamente un mes estaba en 65.
No tiene pinta de que vaya a frenar pronto, puesto que aún no lo han hecho los casos. El pico de 971 muertos de la primera ola cada vez queda más cerca: el pasado 18 de noviembre se comunicaron 753 defunciones. Se une así Italia a países como Bélgica, Francia, Reino Unido o Suecia donde, pese a haber sufrido lo indecible en primavera, vuelven a sufrir lo mismo o más en otoño, poniendo en entredicho las teorías de inmunización progresiva de la población como estrategia de defensa.
¿Qué lecciones puede sacar España de la situación en Italia, el resto de Europa y Estados Unidos, país donde la pandemia se cobra ya 2.000 muertos cada día y pronto se acercará a los 3.000? De entrada, que lo que nosotros llamamos “segunda ola” es una broma comparada con lo suyo.
Eso puede querer decir que lo peor aún no ha llegado y que hay que mantenerse alerta. En España, el confinamiento domiciliario es tabú, así como la no presencialidad en las clases. Es el modelo por el que hemos apostado y, de momento, insisto, está funcionando bien. O, al menos, está funcionando mejor que otros países que se han entregado al confinamiento.
Dicho esto, resulta un poco inocente pensar que hay algo en España que repele al virus mágicamente. Mucho más con un exceso de mortalidad desde marzo por encima de las 70.000 personas. El tiempo hasta ahora ha sido estupendo en nuestro país, queda por ver qué pasará cuando llegue la temida ola de frío de finales de noviembre. Ese es un factor a tener en cuenta, como lo es la famosa inmunidad de grupo, que quizá estamos dando por hecha sin demasiadas evidencias que la demuestren.
Ni Italia ni nadie quiere cerrar todo su comercio, su turismo y en definitiva su economía por capricho. Se han visto obligados a hacerlo y se han visto obligados de la noche a la mañana. Recordemos: 14 veces más casos en un mes y casi 10 veces más muertos. Si España vive una tercera ola, tendrá una forma parecida y es posible que empiece de nuevo en Madrid, cuya similitud con Lombardía hasta ahora ha sido evidente.
También puede que no, claro. Puede que, al adelantar nuestra segunda ola al verano (no por estrategia sino por torpeza, la verdad), hayamos suavizado su crueldad. Este virus es tan nuevo que es normal que nos sorprenda a cada momento.
Media España está ahora mismo mirando Madrid, con sus terrazas desplegadas por las calles y sus atascos, mientras no se explican cómo puede ser que los casos lleven dos meses bajando mientras en sus regiones siguen subiendo pese a medidas mucho más estrictas.
En fin, a veces ir a destiempo tiene sus ventajas. Claro que, cuando vas a destiempo, no puedes saber nunca lo que te espera. Como mucho mirar alrededor y sacar conclusiones. Las de Italia, ya se ha visto, son especialmente dolorosas.